La sensación de "Expedición Robinson"
Transformados en fisgones privilegiados, los espectadores hicieron de un programa de juegos un gran suceso televisivo
Tal vez sin la repercusión que tuvieron programas similares en el resto del mundo, "Expedición Robinson" se convirtió en la última sensación de la televisión local. Un fenómeno apoyado en su emisión diaria durante la última semana, en una fuerte presencia en otros programas o medios del grupo que integra Canal 13 y hasta en los intentos polémicos de los otros, como "Paf!", en América, o la revista Noticias, que le dedicó una tapa. "Expedición Robinson" ha dejado muchas enseñanzas: a los participantes que tuvieron que convivir en la isla y a los espectadores que, como fisgones privilegiados, pudieron seguir sus peleas, sus amores, sus traiciones y sus odios, episodio tras episodio.
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A "Expedición Robinson" es fácil encontrarle la hilacha. Planteado como un juego de supervivencia, con reglas simples de entender pero que no dejaban de tener su complejidad, el programa conducido por Julián Weich dejó varias aristas desplegadas hacia la crítica. Por un lado, intentaba ser un desafío físico hacia los participantes en situaciones extremas, pero los juegos resultaban de una candidez y falta de riesgo que recordaban a las prendas de "Feliz domingo". Tampoco parecía ser Weich el indicado para conducirlo. Era difícil creerle su dureza vestido de niño explorador. Por momentos, el espectador podía confundirse y pensar que estaba viendo la realización de algún sueño de "Sorpresa y media".
Pero, en el fondo, a nadie le interesaban demasiado los juegos y la isla pasó a ser un exótico y sugerente decorado para la exhibición pública de la vida de seres forzados a convivir lejos de sus lugares habituales. Lo que terminó siendo tema de discusión entre los espectadores y en los demás programas no era el nivel de riesgo de saltar con una liana sobre un charquito de agua, sino las conductas de los participantes.
Como si se hubiera elegido a los futuros Robinson pensando en el elenco de una película, cada uno de ellos tenía una personalidad bien definida y distinta del resto. Estaba el muchacho bueno que finalmente se queda con el premio, el luchador popular que da batalla hasta el final, la chica frágil pero íntegra al punto de dejarse ganar para que pase a la final el que más lo desea, la chica mala y burguesa que es derrotada al igual que el joven molesto y problemático. Se ha dicho que "Expedición Robinson" sacaba lo peor de las personalidades de los participantes. Un crítico, defendiendo el programa, dijo que no las sacaba sino que simplemente las mostraba. Quienes vieron el programa de anteayer, con sus actos de heroísmo y con las buenas intenciones del ganador la noche anterior a su victoria, pensarán ahora que también saca lo mejor del ser humano. Ambas posturas resultan exageradas para un programa de entretenimientos.
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"Expedición Robinson" ni sacó ni mostró nada de las personas. O por lo menos, no lo hizo más que "Luna salvaje" o cualquier otra telenovela. Sí, en cambio, puso de manifiesto algunos vicios del manejo televisivo que todo estudiante de comunicación o periodismo debería tener en cuenta: la manipulación de las imágenes, la desinformación y la intención de pasar por verdad indiscutible lo que simplemente puede ser un indicio o un hecho fortuito. Del "real world", poco y nada.
Siempre se dio por hecho que los participantes vivían en peligro y cada vez que se lo afirmaba se mostraban primeros planos de bichos diversos, algo sumamente convincente si se tiene en cuenta que la mayoría de las personas aborrece a las cucarachas de la cocina. Pero nunca quedaban demasiado claros los alcances de esos peligros. Los títulos finales, en los que se les daba crédito a los guardavidas (a no ser que estuvieran para cuidar sólo a Julián Weich), venían a aclarar que se estaba ante un escenario natural controlado y hasta menos peligroso que un estudio de grabación con su mampostería siempre al borde del derrumbe.
Por otra parte, el montaje de las imágenes y especialmente de las declaraciones estaba realizado para remarcar los aspectos negativos o positivos de los participantes, para que cumplieran con su "papel". Así lo confirmó la "chica mala", Consuelo, en el programa "Siempre listos", donde se quejó de que sólo se hubieran incluido sus opiniones críticas y no otras realizadas ante la cámara.
Si se tiene a una veintena de personas en una isla, si se las graba durante cincuenta días y luego eso se reduce a una serie de programas de una hora, es lógico que el material dé para armar el perfil que más atrapante resulte a los productores. La ventaja de tener una buena edición. Lo malo es que no se insista en que el resultado de este tipo de programas de entretenimiento es una ficción, un producto irreal a partir de episodios reales. Más cerca de una cruza entre "La isla de la fantasía" y "Jugate conmigo" que de aquellos documentales de "La aventura del hombre".