La Rinaldi, en el apogeo del canto
"Tangos de una noche (Mis vueltas por ahí)", recitales de la cantante Susana Rinaldi, con Juan Carlos Pugliano en piano, Juan Esteban Cuacci en guitarra y bajo, y Juan Carlos Cuacci en guitarras y teclados, arreglos y dirección musical. En Clásica y Moderna, Callao 892. Función de despedida, hoy, a las 22.
Nuestra opinión: muy bueno
Es un privilegio ir al encuentro de una artista que alcanzó el esquivo estado de gracia de la plenitud estilística y emocional de un arte. Sea teatro, cine, pintura o música.
El disfrute alcanza entonces una intensidad inconmensurable. Exactamente esto ocurre cuando se escucha cantar a Susana Rinaldi.
Susana es mucho más que una cantante que antes transitó por los escenarios como actriz. La actuación suele enriquecer el arte de un cantante en la medida en que le otorga desenvoltura y gracia, amén de ayudarle a indagar en los contenidos estéticos para transmitir emociones.
Pero Susana es, además, una artista dueña de un claro ideario ético-estético y de un fervoroso compromiso con la cultura.
Ella fue criticada por un histrionismo, que pareció anteponerse al canto, y por sus predilecciones verborrágicas encaminadas a la queja.
Pero algunos olvidamos que la pasión de los intrépidos tiene aristas que molestan a la mediocridad y al estoicismo. Y Susana fue -lo es- una auténtica artista apasionada.
Hoy, la experiencia y la inteligencia le han permitido la estupenda simbiosis de su vena actoral con su discurso contestatario.
Hoy los gestos, movimientos y desplazamientos durante el canto asoman dictados por la emoción, y su perorata restalla en el filo del humor.
Tangos de siempre
Cuando Susana ingresa desde la vereda de Callao con la impresionante boa que desciende por su larga túnica, la están esperando Pugliano, Juan Carlos y Juan Esteban Cuacci en piano, teclados, bajo y guitarra para acometer con "La morocha", tejerle armonías a versos de Borges y desatar el ritmo de "Patio mío".
La voz vibrante de Susana se mantiene impecable, pero, además, se percibe embellecida al haberse afianzado el timbre pastoso y poderosa en las notas graves de contralto.
Celebraciones
Susana está celebrando los sesenta años de Clásica y Moderna, donde se dan la mano el libro y el café.Y tras recordar los años de oro del café-concert, lanza su primera parrafada al esbozar un alegato en favor de la discrepancia como signo de inteligencia.
Los climas creados por tangos, valses y milongas memorables -"Melodía de arrabal", "Cafetín de Buenos Aires", "Pedacito de cielo", "Milonga de mis amores", "El día que me quieras", "Naranjo en flor" y otros- se hacen inolvidables porque van de la mano de la garra, la ternura, la gracia o la introspección de Susana.
Entre ellos hay mojones que confirman lo premonitorio sobre los males argentinos, como el que pinta "Y a mí ¿qué?", y otro aplicable al delirio de reelección por siglos "Acabala Salvador".
El ensamble vocal-instrumental suena eufónico.
Pero lo que sorprende en este regreso de Susana -uno ya sabe que ella ha eliminado de su gestualidad los abominables tics tangueros- son los fraseos.
Sus minuciosas articulaciones no buscan el efecto sino el énfasis intrínseco de cada línea melódica, de cada hallazgo poético, de cada cadencia rítmica.
La cantante ha incluido su homenaje a Francia, sobre todo a París, "que me ha ofrecido todo y no me ha pedido nada", al entonar en buen francés el famoso "Que reste-t-il de nos amours".
Pero su mejor tributo es a esta Buenos Aires que ama. Y su mejor manera de quererla es cantar el tango con toda la unción de su alma.
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