La revelación que conduce hacia el abismo
Gángster / Dramaturgia: Daniel Dalmaroni / Dirección: Sebastián Bauzá / Intérpretes: Karina Roldán, Leo Prestia, Agustín Frágole y Mariano Bicain / Escenografía: Marcelo Salvioli / Vestuario: Cecilia Carini / Sala: Teatro del Pueblo, Roque Saenz Peña 943 / Funciones: Sábados a las 22 / Duración: 60 minutos / Nuestra opinión: buena
Un living de departamento impecable, pisos cuadriculados en color rojo y blanco, un viejo combinado musical con una fotografía de familia por encima de él en una pose tradicional, un sillón blanco, una mesa y sillas, todo bien iluminado, transmite una sensación especial de orden, de que nada está fuera de lugar. Sin embargo, el diálogo que comenzamos a oír entre un marido y su esposa muestra una primera disonancia: él no es quien ella creía que era. Es un delincuente, un matón a sueldo de un mafioso. Como en muchas otras obras de Daniel Dalmaroni, en el inicio de esta pieza hay también una revelación inesperada, cruda, que opera como factor disparador de una grieta, de una irregularidad. Y a partir de allí, todo comienza a precipitarse en cascada rumbo al abismo.
Lo demás es un viaje hacia el corazón de las tinieblas, un ámbito que la poética del autor identifica con el universo familiar y que su humor corrosivo, oscuro, va despejando de capas encubridoras hasta dejarlo prácticamente desnudo, expuesto en la insustancialidad de su absurda mistificación. Para lo cual, es fundamental la presencia de un lenguaje que, como en la política, oculte lo que se hace en otros significados que no le corresponden o que, cuando decide revelarse en su pura verdad, es tan brutal que no parece creíble. Así el marido le explica a su mujer en Gángster que su actividad requiere de un argot especial y por eso denomina a los sujetos que hay que eliminar como "expedientes" o a los cadáveres de los demás como "archivos". Así lo exige la eficacia de ese trabajo, tan corriente, comenta el hampón, como el de cualquier otro profesional.
Es, a través de esta supuesta normalidad que los personajes adjudican a sus conductas, que Dalmaroni introduce la ruptura de lo impensado, de lo sorpresivo en sus tramas. Son como espacios que se abren a lo imprevisible, a zonas estimulantes en las que el espectador puede ver más allá de la cotidianeidad parental y reparar en las resonancias que lo social provoca en ese mundo. Porque no hay nada de la mentira, la deslealtad o la felonía del ámbito familiar que no esté inscrito antes en la sociedad. Y tal vez no por azar la obra transcurra en 1963, un año muy agitado en la Argentina y el mundo y con abundantes señales de las anomalías o distorsiones por las que atravesaron y aún atraviesan las comunidades contemporáneas. Una de ellas, el asesinato por parte de la mafia ligada al poder del presidente de la nación más poderosa de la tierra.
Acaso algo menos eficaz en la acumulación de situaciones hilarantes que Nueva York, Una tragedia argentina o Maté a un tipo, por citar solo algunos de los muchos títulos de Dalmaroni, la obra es igual de certera a la hora de cumplir sus fines: recordarnos que nadie está doctorado en el conocimiento de la vida, que es compleja y capaz de llevarnos, cuando menos lo pensamos, a la catástrofe. Y que, por más que la evocación de aquellos años venga envuelta en la nostalgia de una voz como la de Domenico Modugno, y que haya cosas que nos hacen reír mucho, la mafia todavía está entre nosotros.
Esta versión posee además el plus de estar muy bien dirigida por Sebastián Bauzá (que en estos años montó Los opas y Escena del crimen del mismo autor) y de contar con un elenco que cumple afinadamente sus roles.