Un viaje en moto al norte, los libros de Castaneda y las guitarras de Mollo. En 1996, la banda de Mataderos grabó su disco clásico y saltó a los estadios para siempre
El relato misterioso del escritor y antropólogo Carlos Castaneda en los libros Las enseñanzas de Don Juan y Viaje a Ixtlán, en los que el narrador mantiene conversaciones con un chamán y experimenta, entre otras cosas, el conocimiento interior, fueron la principal fuente de inspiración con la que, a lo largo de 1995, Gustavo Chizzo Nápoli les dio forma a las letras y la música de varias de las canciones que formarían parte del cuarto álbum de La Renga .
“Los libros de Castaneda, la libertad y todos los viajes que hicimos con Tete al norte en motocicleta”, dice Chizzo. “Toda esa mezcla definió el concepto de Despedazado por mil partes.”
El disco que marcaría un quiebre definitivo en la historia del grupo comenzó a moldearse a fines de 1995, cuando la banda de Mataderos regresó al Estadio Obras el 24 y 25 de noviembre para ofrecer dos shows sold out en los que testeó un puñado de nuevas canciones: “Desnudo para siempre”, “Balada del diablo y la muerte”, “Hablando de la libertad” y “Veneno”, el cover de una banda amiga llamada La Negra.
“Ese día cuando terminó ‘Veneno’, el público explotó”, dice Adrián Muscari, por entonces director artístico del sello Polygram y principal responsable de que La Renga firmara contrato con una compañía discográfica multinacional. “Con los directivos nos miramos asombrados porque nos dimos cuenta de que teníamos el corte de difusión del próximo disco.”
La Renga comenzó el año de su gran despegue, 1996, ocupando las portadas de la sección de espectáculos de los diarios y protagonizando informes en los noticieros, a raíz de un conflicto con la embajada de Bolivia en la Argentina originado a partir de un fragmento de “Blues de Bolivia” (“Cocaína, cocaína, ya me voy para Bolivia. / Cocaína, marihuana, me espera una boliviana”), que derivó en que se prohibiera la difusión del tema en los medios.
Mientras a mediados de ese año Argentina afrontaba una crisis económica, La Renga ultimaba los detalles para iniciar las sesiones de grabación de un disco de pulso apocalíptico. Casi al mismo tiempo, sus vecinos de sala de ensayo los Redondos y sus colegas generacionales Los Piojos editaban Luzbelito y Tercer Arco, respectivamente. “La Renga generaba cierto liderazgo que mucha gente no encontraba en un político o en otro artista”, dice Muscari.
“Por aquellos años los libros de Castaneda me habían influenciado mental y espiritualmente”, dice Chizzo. “Me dieron una amplitud de lo que era la existencia y la vida. En ‘Hablando de la libertad’ transcribí unas frases de Las enseñanzas de Don Juan que en el concepto dice: ‘Sólo un camino he de caminar, cualquier camino que tenga corazón’. Quise plasmar eso como un homenaje. Los libros de Castaneda son como mi biblia.” Otro de los temas que había compuesto, “Lo frágil de la locura”, surgió de un viaje al norte en moto que Chizzo compartió con Tete, y en el que tuvo un encuentro con un poblador originario.
Los directivos de Polygram pensaban que era el momento indicado para que la banda pudiera dar un salto cualitativo –Esquivando charcos (1991) y A dónde me lleva la vida (1993) tenían calidad de demo– y sugirieron como productor a Gustavo Santaolalla, que venía del éxito enorme de La era de la boludez (1993), de Divididos, y que les exigió un demo de por lo menos 40 canciones.
“No es por desmerecer a Santaolalla, pero nosotros no lo conocíamos y él no tenía idea de quiénes éramos nosotros”, dice Chizzo. “Teníamos once temas y eran los que queríamos grabar. Yo no podía hacer 40 canciones por el solo hecho de cumplir con el productor. Nuestras composiciones estaban cargadas de sentimientos. El había hecho laburos buenísimos, pero no era lo que necesitábamos en ese momento. Recuerdo que Pelo Aprile, que era el director de la compañía, se quería morir. Nos decía ‘cómo van a rechazar a Santaolalla, ¿ahora qué hacemos?’ Y Tete propuso enseguida a Ricardo Mollo.”
Con el productor del disco elegido, desde la compañía discográfica convocaron a Tony Peluso para que se ocupara de la grabación, mezcla y mastering. El guitarrista de The Carpenters, que ya había trabajado en otros discos de rock latino, llegó al país unos días antes de comenzar las sesiones en ION y enseguida se puso en sintonía con el sonido y las ideas de La Renga: grabar en forma analógica, en cinta de dos pulgadas, sin sobregrabaciones ni una artillería de efectos que la banda no pudiera trasladar al vivo.
“Más allá de que las canciones ya estaban terminadas, Tony optimizó la parte técnica”, dice Muscari. “Lo que más le llamó la atención de la banda era su convocatoria y que quisieran grabar en analógico, todos juntos y al mismo tiempo.” Chizzo dice que el aporte de Mollo fue fundamental en el sonido final: “Nos dio una gran mano. Un día me llevó a su casa y me dijo que eligiera la guitarra que quisiera. Vi tantas violas colgadas que no sabía cuál elegir”.
Finalmente, para la grabación Chizzo armó un combo con un equipo Vox AC30 valvular y una Gibson SG. “El sonido de esa guitarra me partió la cabeza, hasta ese momento nunca había tenido una viola americana de verdad.”
La búsqueda sonora de La Renga estaba influenciada por los gustos musicales de sus integrantes. Mientras Chizzo manifestaba su simpatía por la crudeza de Kurt Cobain en “Smells Like Teen Spirit” y “el sentimiento demencial del chabón”, Tete intentaba sonar en una frecuencia similar a la de Steve Harris y John Paul Jones, y Tanque comenzaba a afirmarse en el sonido de su batería doble bombo.
Desde el primer contrato firmado con Polygram, un tiempo antes de la salida de Bailando en una pata (1995), las condiciones establecidas por La Renga rompieron los parámetros de la industria musical. “Las regalías que impusieron eran más altas de lo habitual”, dice el ex responsable artístico del sello. En cuanto a las cuestiones artísticas, Muscari dice que la compañía también aceptó una cláusula que establecía que La Renga era dueña de las decisiones finales. “Las ideas del grupo eran muy respetadas”, recuerda Muscari. “Nosotros entendíamos que eso era lo mejor para todos. En un momento les presentamos al ilustrador Marcelo Zeballos para que diseñara el arte de Despedazado y aceptaron con la condición de que, paralelamente, continuarían trabajando con su equipo de escenografía y visuales.”
En la primera reunión que mantuvieron, Zeballos recuerda que Chizzo manifestó el deseo de que la gráfica representara la idea de un mundo congelado, como relata la letra de “El final es en donde partí”. Y los directivos del sello le dieron 24 horas para presentar el trabajo terminado.
“Me llevé un boceto del tema y trabajé toda la noche en un paisaje enorme, medio boschiano, que pinté con óleo en una hoja gigante”, dice el artista plástico que por entonces era apenas un estudiante de 23 años que cursaba la carrera de arte en la UBA. Inspirado en la idea de Chizzo, Zeballos pintó una ciudad caótica en la que convivían montañas, un molino de viento, la Estatua de la Libertad, edificios, la Torre Eiffel, una pirámide, la Casa Rosada, las vías de un tren y la figura pequeña de un ángel que al girar la cartulina 180 grados se convertía en un demonio. “Al otro día cuando les mostré todo el paisaje y vieron la figura del ángel, dijeron ‘esto tiene que ser la tapa’”, recuerda Zeballos. “Y así fue: el diseñador recortó el ángel y lo puso en la portada y en el dorso de la caja del CD. Pero yo nunca pensé que podía ser el protagonista de la gráfica, lo hice pensando en las imágenes del Renacimiento con la intención de dejar esa dualidad del bien y el mal secreta para que algunos la descubrieran.”
Mezclado en Panda y masterizado en Los Angeles, el álbum salió a la venta en noviembre de 1996 y en tan sólo una semana vendió más de 100.000 copias. En un ranking histórico elaborado por RS, fue elegido entre los 60 mejores del rock argentino. Si Bailando en una pata era el disco en vivo que los había llevado de los boliches de Flores a una seguidilla de shows en Obras, Despedazado sería el álbum con el que darían el salto sin retorno a los estadios de fútbol. Mientras “Balada del diablo y la muerte” se convertía en un hit viral con el que La Renga sonaba en los Top 40, “Hablando de la libertad” se transformaba en el himno con el que cerraban sus shows.
Por esos días, Tete abandonó su trabajo de operario en una fábrica de cables de bujías del barrio y Tanque hizo lo mismo con el taxi que manejaba. Chizzo hacía poco más de un año que había dejado el oficio de plomero. La presentación de Despedazado se realizó el 13, 14, 20 y 21 de diciembre en Obras con una enorme convocatoria.
“Ahora cuando escucho el disco noto una inocencia que con los años fuimos dominando hasta que los temas tomaron otro poder”, dice Chizzo minutos antes de subirse al micro de la gira Pesados Vestigios, para tocar en La Pampa, Neuquén y Mendoza. “Si bien musicalmente es un disco de rocanrol y canciones simples, tiene sus vueltas y su parte emotiva. Creo que, más allá de que lo hicimos con mucho espíritu y autenticidad, Despedazado funcionó. Y a partir de ese momento los escenarios siempre fueron gigantes. Después, como dice Alex Lora, el chiste no es llegar hasta arriba, sino quedarse ahí toda la vida. Y nosotros tuvimos la suerte de poder seguir sosteniendo todo eso que se produjo en aquel momento, y no es poca cosa.”
Bruno Larocca
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