La Renga celebró un banquete de rocanrol que alimentó a 38.000 almas
La primera de cuatro presentaciones se desarrolló en un clima festivo y en el marco de un exitoso plan de ingresos y egresos; "en 17 minutos desalojaron todo el estadio", tuiteó uno de los productores, José Palazzo
Un banquete, un festín, es una comida celebrada con ostentación, como una gran fiesta privada. Puede ser incluso masivo y celebrado al aire libre. Aunque el objetivo genérico de cualquier banquete es la reunión en torno a una mesa, y el deleite común de los sentidos suele tener un propósito particular, festivo o de celebración, vinculado a alguna ceremonia. Un cartel en la primera puerta de acceso al recital de La Renga reza: "Bienvenidos al Banquete 73". Para los ricoteros, los conciertos son misas. Para el grupo nacido en una esquina del barrio de Mataderos, los recitales son banquetes, fiestas dionisíacas de rocanrol.
La calle Colonia, que desemboca en la cancha de Huracán, es como una gran mesa, donde se espera un gran banquete popular y al aire libre. Es medianoche de sábado. La Renga está tocando su último tema: "Si hablamos de la libertad". Los vendedores se ilusionan. Hay 38.000 personas dentro del estadio. El banquete seguirá afuera, ya lo saben.
Los parrilleros mantienen prendidas las brasas y las mujeres tiran decenas de huevos fritos sobre las planchas calientes. La humareda y el aroma de los choripanes sobrevuelan toda la cuadra. Dos hombres sacan de una bolsa de madera, como las que contienen kilos de harina, centenares de "sánguches", que se acomodan en los bolsillos de los sacos y exhiben en alto como si fueran trofeos. Una pareja de chicas hippies pasea con sus canastas con panes rellenos. En un largo tablón con caballetes descansa una montaña de sándwiches de milanesa envueltos en papel film. La custodia un grupo de policías en descanso.
El vallado sobre Uspallata funciona como la frontera entre los que pudieron entrar al festín de rocanrol portando remeras de La Renga, el Indio, Pappo, Los Piojos y el Che, y un centenar de jóvenes que junto a los vendedores ambulantes se quedaron en los márgenes escuchando la música que llegaba como un viento huracanado. "Para nosotros esto es igual a una fiesta. Hace un año que hago el circuito de recitales y ahora entiendo a los pibes. Para ellos estar acá es como escapar del sufrimiento diario, la falta de laburo, la vida que llevan. Antes no lo entendía. Pero para mí ahora estar acá, aunque no venda nada, es despejarme de los problemas", cuenta Jorge, que tiene una "pyme" muy artesanal de jarrones de lata.
Los índices de pobreza y la falta de trabajo se reflejan en esta calle. El cuentapropismo y la changa están llevados a su máxima expresión: un chico saca de su mochila unas cervezas en lata y las acomoda en el piso; una pareja con la mirada puesta en el horizonte del estadio exhibe sus bebidas en dos heladeras de telgopor atadas a un carrito de metal; una familia entera custodia tres tanques de plástico repletos de bebidas y un pibe envuelve con sus dedos varias cajas de cigarrillos. Todos están preparados para que el banquete de La Renga se prolongue en la calle. A tres cuadras a la redonda el estadio está cerrado para los que no tienen entradas. Los cuatro accesos funcionan como control, cacheo y escaneo de entradas antes de ingresar al estadio. Adentro no cabe un alfiler. El campo está a tope. Las plateas, también. Hay un clima de celebración y ansiedad previa al banquete. Este show, el primero de cuatro (aunque pueden agregarse dos más en septiembre), es una prueba de fuego para el grupo después de diez años de no tocar oficialmente en Buenos Aires. Chizzo, el cantante, y el resto de los integrantes lo saben. "Mi Buenos Aires querido. Cuánto tiempo ¿no? ¡Por fin!", dijo después de iniciar ese festín de locura y rocanrol con "Corazón fugitivo".
En otro momento, Chizzo les pidió a unos pibes que se bajaran de los alambrados. "No queremos que ninguno se lastime. Sé que son comprensivos", dijo, como si fuera un hermano mayor. Los chicos le hicieron caso. "Hay mucho panic-show", ironizó en otro tramo del show el cantante y guitarrista, aludiendo a uno de los temas de la banda y toda la tensión que había generado su presencia en Capital. Pero el concierto del grupo hizo olvidar la previa y distendió el clima.
En treinta canciones, con la carga emotiva de su rocanrol y letras que hablan de la dimensión universal de la esquina del barrio, La Renga demostró por qué es uno de los fenómenos más auténticos y grandes de la actualidad rockera. El sonido, la puesta, la producción y el grupo funcionaron como una aceitada maquinaria. La fiesta fue arriba y abajo del escenario. Anoche, orgulloso, el productor José Palazzo tuiteaba: "En 17 minutos desalojaron todo el estadio". El banquete terminó con resaca y en paz.
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