La promesa: un homenaje español a Downton Abbey, con amores y misterios entre los de arriba y los de abajo
Ambientada a fines del siglo XIX, con el imperio en ruinas, la serie del creador de Acacias 38 plantea un crimen que vengar, identidades cruzadas y muchas intrigas y romances en un elenco multitudinario
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La promesa (España/2022). Creador: Josep Cister Rubio. Elenco: Manuel Regueiro, Eva Martín, Ana Garcés, Joaquín Climent, Arturo Sancho, Carmen Asecas, María Castro, Marga Martínez, Teresa Quintero. Disponible en: Max. Nuestra opinión: buena.
La promesa es el nombre de un enorme castillo en el valle de Los Pedroches. Su silueta imponente corona la propiedad de los marqueses de Luján, terratenientes de la región de Córdoba, en España. Pero “la promesa” es también un pacto silencioso entre una hija y una madre que corren a través del campo escapando de una guardia de encapuchados. La niña sobrevive luego de entregar a su pequeño hermano a los perseguidores. Lo único que vislumbra antes de saltar a un río pedregoso y perderse en un futuro de supervivencia es un anillo de sello en la mano del malvado, las siglas en relieve de la estancia “La promesa”. Todo ello ocurre hacia fines del siglo XIX, en un año fatídico para España como lo fue el del ‘Desastre de 1898′ y la derrota de la Corona en la guerra con los Estados Unidos, que llevó a la pérdida de gran parte de sus colonias. El joven rey Alfonso XIII, coronado al nacer hacía poco más de una década, intentaba apoyarse en las familias importantes para retener las ruinas del viejo imperio.
Hacia 1913, la niña sobreviviente es Jana Expósito (Ana Garcés), una mujer de 20 años camino a “La promesa” para cumplir con su venganza. La espera la fastuosa boda del heredero y una serie de intrigas intestinas que dirimen la sucesión del marquesado de Luján y las relaciones amorosas que configuran el corazón de esta novela histórica.
La expectativa del creador, Josep Cister Rubio -especialista en ficciones históricas desde el monumental éxito de Acacias 38, retrato de la burguesía urbana del cambio de siglo-, se concentra en reflotar ese espíritu de la telenovela de época, ahora en un enclave alejado de la urbe, capitalizando todos los cambios sociales y políticos de la época: la inminencia de la Primera Guerra Mundial, la gesta de las sufragistas, la fascinación por la aviación, las revueltas sociales y el preámbulo a la dictadura de Primo de Rivera. Y en el interior de “La promesa”, dos espacios en pugna: el de los señores, con sus desaguisados de poder y fortuna, y el de los sirvientes, con alianzas y envidias que definen un estado de situación siempre en tensión.
La clara inspiración de Rubio y su equipo de guionistas es el trabajo de Julian Fellowes en Downton Abbey, utilizando la misma época y la mansión familiar como escenario de la acción y las intrigas. Ya en Acacias 38 había recogido indicios de la literatura de E. M. Forster, cuya extraordinaria La mansión Howard era quizás la inspiración para ese retrato de clases sociales en pugna en la Inglaterra eduardiana que Rubio convierte en la Madrid del 900. Ambos corredores de inspiración tienen a Fellowes como faro, y aquí esas referencias se hacen evidentes, eso sí, con otra clave estética: las narrativas españolas suelen fortalecer la tradición melodramática, proponer una cercanía emotiva antes que una distancia reflexiva, y sus intrigas son profusas, rocambolescas, signadas por la acumulación de conflictos, casualidades y golpes de efecto. De la misma manera, las tensiones entre el “arriba” y el “abajo”, que en la sociedad inglesa exponen los dilemas de su fundamento en las viejas castas, en España resultan más explícitas en enfrentamientos y relaciones cruzadas, en una frontera socioeconómica a menudo borrosa que contribuye a la explosión de los conflictos.
La promesa cumple con cada una de estas premisas: relaciones entre ricos y pobres, intriga policial e investigación, identidades cambiadas, conflictos de herencia y linaje, crímenes y traiciones. Lo hace sin temer a su raigambre popular, pero sin llegar al virtuosismo formal que ha destacado a los mejores melodramas, desde Douglas Sirk hasta el mismísimo Almodóvar. Todo aquí es más modesto, condicionado por algunas interpretaciones mediocres -sobre todo las de los actores más jóvenes- y algunos personajes endebles, pero con un atractivo consistente en el devenir de una trama que no parece agotarse pese a las múltiples vueltas sobre su propio eje. Destacan la presencia de Eva Martín como la nueva marquesa, villana ambiciosa y despiadada; las cocineras del piso de abajo, con acentos regionales y cierto encanto en sus disputas domésticas: la excelente María Castro como el ama de llaves atormentada, y el patriarca que compone Manuel Regueiro, hombre de su porte y su tiempo, corroído por sus fallas y sus fantasmas.
La promesa, que ahora puede verse por Max, fue un éxito inesperado en España y ya lleva tres temporadas al aire en la RTVE, coproducida entre la Televisión Española, el sello Studio Canal y Bambú Producciones, usina de varias ficciones populares como Gran Hotel, Velvet y Las chicas del cable. La serie tiene todas las virtudes y falencias de una narración de largo aliento, la lenta gestación de algunos conflictos, el diálogo con un mundo que cambia y evoluciona, la salida y entrada de personajes que renuevan lo que parece agotado, pero también la eterna dilación de algunas resoluciones, enredos innecesarios y solucionados por recursos deus ex machina, y algunos altibajos en el ritmo. Es curioso que en su inicio la historia absorbe algo del policial del enigma en la investigación de un crimen cometido en el salón de la casa familiar. Recoge allí algún cruce que Fellowes también había explorado en su guion para Gosford Park (2001), la última película de Robert Altman, impregnada del gusto de su guionista por esos mundos de hipocresía y silenciamiento que derivan en el asesinato.
Josep Cister Rubio no eleva en demasía sus ambiciones, sino que mantiene su universo controlado y le regala a la ficción española y sus leales espectadores una historia atrapante para ver cada día, como la lectura nocturna de aquellas viejas y queridas novelas por entregas del siglo XIX. En esas coordenadas se define su espíritu.
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