La pesadilla americana
"Los muchachos no lloran" ("Boys Don´t Cry", Estados Unidos/1999). Producción de Fox Searchlight Pictures presentada por 20th. Century Fox. Fotografía: Jim Denault. Música: Nathan Larsen. Intérpretes: Hilary Swank, Chlo‘ Sevigny, Alison Folland, Alicia Goranson, Matt McGrath, Peter Sarsgaard y Brendan Sexton. Guión: Kimberly Peirce y Andy Bienen. Dirección:Kimberly Peirce. Duración: 118 minutos. Para mayores de 18 años. Nuestra opinión: Buena .
No es difícil sentirse emocional e ideológicamente atraído y hasta impactado por "Los muchachos no lloran". Se trata de una película sólida, valiente y poderosa, escrita y filmada por una auspiciosa directora debutante (la treintañera Kimberly Peirce), interpretada por dos extraordinarias jóvenes actrices (Hilary Swank y Chlo‘ Sevigny) que casi con seguridad ganarán sendos Oscar, y que profesa un mensaje políticamente correcto en favor de la tolerancia sexual y contra toda manifestación de violencia, marginación y degradación social.
Y es por ese espíritu progresista, por su actitud cuestionadora (la productora es Christine Vachon, responsable de las provocativas "Felicidad", "Velvet Goldmine" y "Kids"), que resulta mucho más difícil cuestionar sus innecesarios regodeos estilísticos, su excesiva y demasiado explícita media hora final y su manipulación de los verdaderos hechos que ocurrieron en 1993.
Según se publicó generosamente en las crónicas policiales más amarillentas de la época, un/a joven de 21 años, Brandon Teena (nacida en realidad como Teena Brandon) fue violado/a y asesinado/a en el represivo y patético pueblo de Falls City, Nebraska.
A partir de este caso macabro, en el que confluyen desde una crisis de identidad sexual hasta el crimen pasional, con un sórdido contexto dominado por el vacío y el primitivismo que abundan en el medio-oeste norteamericano, Peirce intenta desenredar una complejísima madeja de patologías psicológicas.
Pero, por más que se trate de un docudrama, es decir, de una dramatización y una interpretación artística de sucesos reales, Peirce decidió eliminar situaciones y personajes importantes del caso, exaltar (e idealizar) la historia de amor, suprimir ciertas contradicciones de los protagonistas y cargar las tintas sobre los evidentes abusos y el machismo de los asesinos para crear, así, un nuevo capítulo de la gran tragedia americana.
La chica que quería ser varón
"Los muchachos no lloran" remite, ya desde su primera toma, a esa iconografía tan burda y típicamente estadounidense de los bares plagados de humo, mesas de pool, barras con compulsivos bebedores de cerveza y peleas a puño limpio que pueden desencadenarse en cualquier instante y a partir de la más mínima mirada cruzada.
En ese terreno brutal y supuestamente viril aparece Brandon, una joven que cada mañana disfraza frente al espejo sus atributos femeninos para luego comportarse, moverse y hablar como un varón. "¡No soy lesbiana!", se enoja ante una broma poco sutil de su primo y único confidente.
Yes cierto, Brandon no "actúa" como un hombre; se siente, "es" un muchacho que se enamora de las chicas y las conquista con igual facilidad gracias a una fragilidad, un romanticismo y una sensibilidad muy especiales que escasean en un ámbito tan burdo y mediocre.
Es en uno de esos tantos pubs de karaoke y borrachos gritones donde Brandon conoce a Lana. Instantánea, mágicamente, nace entre ellos una pasión que no conoce de límites e imposibilidades, a pesar de que la relación está desde el vamos limitada e imposibilitada por el degradante y discriminatorio contexto social y humano.
Logros y fallas
Más allá de que Peirce apela a injustificados clisés modernistas (acelerando o ralentando la imagen, ensuciándola, o abusando de planos-detalle), hay que reconocerle un oficio y una sensibilidad poco habituales en una operaprimista .
Peirce desperdicia lo que podría haber sido uno de los mejores debuts de los últimos años con un desenlace dominado por la exageración sangrienta y la bajada de línea. Mientras durante una hora y media Peirce resuelve con sutileza, recato y pudor hasta las secuencias más riesgosas (como los encuentros sexuales de los amantes), en los últimos 25 minutos se deja ganar por la obviedad discursiva y visual.
De todas formas, los puntos más altos del film hay que buscarlos en sus dos protagonistas: Hilary Swank, cuyo principal antecedente era su participación en la serie televisiva juvenil "Beverly Hills 90210", ofrece uno de los más convincentes trabajos de transformación física y psicológica (más cercano al Robert De Niro de "Toro salvaje" que al Dustin Hoffman de "Tootsie"), mientras que Chlo‘ Sevigny ratifica que es una de las actrices más versátiles y talentosas del cine norteamericano. Bien acompañadas por un elenco sin fisuras, ellas dos justifican por sí solas la visión de una película que, quizá, pueda resultar chocante para el público más impresionable y conservador.
Para los demás, se trata de una obra de una potencia dramática y una dignidad artística que superan ampliamente sus excesos y fallas.
Puro talento
Más allá del trabajo de Hilary Swank, en "Los muchachos no lloran" brilla también Chlo‘ Sevigny, ya vista en "Kids", "Trees Lounge", "Palmetto" y "Los últimos días de la disco". En el Festival de Buenos Aires aparecerá en "Julien donkey-boy", primera producción norteamericana del Dogma 95. Otro papel a la medida de esta talentosa rubia de sólo 25 años.
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