The Misfits, escrita por Arthur Miller, fue filmada en Nevada y se estrenó en 1961; la película quedó envuelta en una leyenda negra
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Durante el rodaje de su última película, Clark Gable se había sentido bastante mal, muy cansado, desanimado, pero pensó que tenía que ver con el calor infernal del desierto de Black Rock, en Nevada, el esfuerzo físico que le demandaba su rol y la locura general que pareció enquistarse en todos los actores, director y guionista. En efecto, Marilyn Monroe, la coprotagonista, estaba peor que nunca, transitando a todas luces su descenso al infierno de alcohol y barbitúricos que finalmente terminó con ella y atravesando también su conflictivo divorcio de Arthur Miller –guionista del filme- que se terminó concretando en el mismo rodaje, entre peleas eternas a la vista de todos, cuartos separados y un clima irrespirable.
El otro gran protagonista, Montgomery Clift, no le iba a la zaga a Marilyn, también sumido en ese infierno de locura y alcohol que parecía impregnarlo todo. Se sumaban además otros miles de conflictos, desde los escapes furtivos y continuos del director John Huston a los casinos de Las Vegas, que irritaban a todos porque demoraban proporcionalmente el rodaje, hasta los inexplicables y continuos cambios en el guión con los que cada mañana los sorprendía Arthur Miller, según el subibaja de su amor y odio con Marilyn que teñía cada día. Y el calor, y más calor.
Dos días después de terminar el rodaje, Clark Gable sufrió una trombosis coronaria. Murió en Los Ángeles apenas dos semanas más tarde, el 16 de noviembre de 1960. El gran galán de Hollywood tenía 59 años y no llegó a conocer a su único hijo, que venía en camino: John Clark Gable nació en marzo del 61.
La última película de Gable se llamaría The misfits (“Los inadaptados”, en la Argentina) y quedó envuelta en una leyenda negra, no sólo por la infinidad de anécdotas tortuosas del rodaje, sino por un sino trágico: fue también la última película de Marilyn, que murió muy joven apenas un año y medio después, y una de las últimas de Montgomery Clift, que moriría también joven un poco más tarde, en julio del 66. Un raid fatal.
Rodaje tortuoso
El rodaje de Los inadaptados comenzó en el tórrido junio de 1960, cuando el calor del desierto del norte de Nevada era un desafío para la salud física y mental del equipo técnico y artístico. El calor y la arena invadían todo y fritaban los cerebros y la voluntad.
El director John Huston pensó primero en Robert Mitchum para interpretar el papel del cowboy maduro Gay Langland, pero no se pusieron de acuerdo y finalmente se decidió por Clark Gable para un papel que le calzaba como anillo al dedo y que fue, después del inolvidable Rhett Butler de Lo que el viento se llevó, uno de los personajes más emblemáticos de su carrera.
Gable cobró 750 mil dólares y un 10 por ciento de las ganancias brutas (una fortuna en aquellos tiempos), pero ni ese papel soñado ni su nuevo matrimonio ni la inminente llegada de su primer hijo lograban rescatarlo de una melancolía que arrastraba hacía años, casi desde la temprana muerte en un accidente aéreo de Carole Lombard (para sus biógrafos, la mujer de su vida), y de una salud quebradiza que en los últimos tiempos le estaba pasando factura. Se lo veía golpeado y bastante frágil, a pesar de que entabló una relación entrañable, casi paternal, con Marilyn, y que estaba muy compenetrado con su papel. Gable sufrió durante toda la filmación de dolores intensos y difusos, además de accesos de tos y una ronquera producto de cuatro atados de cigarrillos por día fumados durante cuatro décadas. Aun así, se negó a usar dobles y soportó estoico que, por ejemplo, lo ataran a un camión lanzado a 100 kilómetros por hora para simular una cabalgata desenfrenada en la que terminó escupiendo sangre. Una locura.
Pero no fue el único que actuó casi demencialmente en el rodaje. Testigos de la filmación coinciden en afirmar que todos parecían locos, y que aun cuando el calor era brutal y llegaba hasta los 45 grados, como para enloquecer a cualquiera, parecía haber otra cosa, algo raro que los hacía actuar como hipnotizados, anormales. Hubo quien lo adjudicó a radiaciones de pruebas nucleares que habían sido llevadas a cabo en el desierto de Nevada.
John Huston, por ejemplo, perdía fortunas y noches enteras de sueño en el casino (dicen que jugaba hasta 20 mil dólares por día) y luego, en pleno rodaje, se quedaba dormido en su silla de director y cuando se despertaba no sabía qué escena estaba filmando. Un día interrumpió insólitamente la filmación para participar de una carrera en Virginia City… ¡de camellos!
Arthur Miller, además de pelear y volver a pelear con Marilyn, y de desesperarse y maldecir, tomó la costumbre de entregar los guiones con tachaduras y marcas que los volvían casi ilegibles, aumentando así el caos general. En medio de este clima más que enrarecido, conoció allí mismo a una fotógrafa austríaca que estaba documentando el rodaje: Inge Morath, que tiempo después se convertiría en su tercera esposa y madre de sus hijos.
La actriz Thelma Ritter, a cargo de uno de los personajes secundarios, terminó internada por “agotamiento”. Y Montgomery Clift, un chico difícil, sufrió por todos estos avatares un efecto contagio que acrecentó durante el rodaje sus episodios de melancolía y depresión.
Marilyn Monroe, por su parte, era ya a esa altura una muñeca rota. Vivía una época de enorme fragilidad y desarreglo emocional: llegaba invariablemente tarde a la filmación, no lograba concentrarse, tomaba fuertes dosis de alcohol y pastillas para dormir y para despertarse, y en el medio del rodaje tocó fondo y tuvo que internarse dos semanas en una clínica de desintoxicación de Los Ángeles. La historia en la que se basaba el filme había sido escrita por Arthur Miller para ella, tenía mucho de autobiográfico y era su gran oportunidad de demostrarle a la industria que podía ser, por fin, una actriz “seria” y seguir deslumbrando al mundo sin necesidad de escotes y lentejuelas. Pero ese deseo se hizo trizas junto a su matrimonio y su autoestima herida de muerte. Ya era tarde para todo.
Las fotos del adiós
El descalabro emocional que atravesó a todos los protagonistas de The misfits quedó registrado por los fotógrafos de la agencia Mágnum, que tuvo la exclusividad del detrás de escena del rodaje y terminó editando un extraordinario libro fotográfico con imágenes conmovedoras.
Poco después de filmar la última escena, Marilyn Monroe y Arthur Miller sellaban su divorcio. Y Clark Gable moría de un infarto dejando a todos completamente devastados.
La película se estrenó el 1 de febrero de 1961, el día en que Gable hubiera cumplido 60 años. Al estreno fueron juntos Marilyn y Montgomery Clift, que se habían hecho íntimos durante el rodaje y pasaban horas conversando y compartiendo sufrimientos y decepciones. Ambos eran seres torturados, al borde de un abismo que sólo les permitía ver un callejón sin salida. Clift confesó alguna vez: “Tengo el mismo problema que Marilyn. Atraemos a la gente como la miel a las abejas, pero por lo general es la clase equivocada de personas”. Eran como gemelos de alma…
The misfits no tuvo gran éxito en su momento, aunque con los años se fue revalorizando, sobre todo a partir de su valor simbólico en el destino de sus protagonistas. Esa historia de perdedores en busca de una última oportunidad de ser felices en medio de la aridez del desierto de Nevada era como arrojar una botella al mar en plena tormenta y fue también una balada del adiós.
El primer golpe fatal fue la muerte de Clark Gable antes del estreno. Marilyn Monroe murió apenas un año y medio después, el 5 de agosto de 1962, a los 36 años. Había empezado a filmar otra película pero ya estaba sumergida irremediablemente en un pozo infernal y no pudo terminarla. La encontraron muerta en su cama, desnuda, con un frasco de barbitúricos al alcance de su mano, y desde entonces se tejieron infinidad de teorías novelescas: sobredosis, los Kennedy, la CIA, la mafia…
Montgomery Clift murió el 23 de julio de 1966, sólo seis años más tarde, por un infarto masivo. Tenía 45 años. The misfits no fue su última película pero para entonces ya había entrado en una espiral de autodestrucción, drogas y alcohol, que terminaría con su vida. La noche anterior a su muerte, su secretario personal entró a su cuarto para desearle buenas noches y preguntarle si quería ver una reposición de The misfits que daban en televisión, con la idea de distraerlo un poco de su melancolía. “¡¡Absolutamente no!!”, le respondió categórico Montgomery, y éstas terminaron siendo sus últimas palabras. A la mañana siguiente lo encontraron muerto en su cama, con los anteojos puestos y los puños cerrados.
El rey de Hollywood
“El rey ha muerto”, tituló The New York Times ese 16 de noviembre de 1960, y en efecto Clark Gable era el rey de Hollywood. Frank Taylor, productor de The misfits, decía que no existió nunca nadie tan perfecto como él para el papel de Gay: “Sólo había una actor en el mundo que expresaba la completa esencia de masculinidad y virilidad que necesitábamos para el rol protagónico, y ese era Gable. A los 59 años todavía era una imagen contemporánea de virilidad. Nadie se le comparaba. Marlon Brando es viril para las mujeres pero no para los hombres. Gable era viril para ambos”. De hecho, muchos sostenían que era bisexual o un homosexual reprimido, una especie de versión masculina de Greta Garbo, teorías abonadas por su afición a las mujeres maduras y millonarias y por los múltiples secretos que guardaba celosamente de su vida privada.
Se sabía, sí, que se casó cinco veces y conquistó a decenas de mujeres, y que fue durante años el prototipo del galán irresistible de Hollywood, con ese bigote que era casi su marca registrada, su pelo con gomina, su sonrisa sardónica y su altura de más de metro ochenta. Tenía un porte y una elegancia incomparables, y fue sin duda un ícono de su época, al que amaban hombres y mujeres. Hasta Marilyn Monroe confesó que trabajar con Clark Gable había sido como un sueño cumplido porque cuando era chica estaba perdidamente enamorada de él: y es que para ese entonces él ya había conquistado al mundo no sólo con su Rhett Butler de Lo que el viento se llevó, sino también con otros papeles inolvidables como los de Mogambo, Sucedió una noche, Mares de China y Motín a bordo.
Muchos coinciden en que The misfits fue la mejor interpretación de su carrera. Pero él no vivió para saberlo.