La película del verano: de Tiburón y Star Wars a “Barbenheimer”, cómo Hollywood apostó su futuro a los tanques de taquilla y se salvó
Los films de Gerwig y Nolan siguen una receta que está a punto de cumplir 50 años: superproducciones para todo público que se estrenan en la temporada alta (el verano boreal, el invierno local) apoyadas en campañas de marketing omnipresentes
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Las noticias de Hollywood por estos días son una combinación de drama y comedia. La huelga de guionistas y actores revela una crisis aguda en la industria cinematográfica norteamericana y una incertidumbre total acerca de su futuro. Por otro lado, Barbie y Oppenheimer, las apuestas más fuertes de dos estudios emblemáticos, Warner Bros. y Universal, respectivamente, están recaudando miles de millones de dólares en la taquilla global: 811.024.676 de dólares para el film sobre la icónica muñeca y 419.427.495 de dólares para la historia de uno de los científicos que desarrolló la bomba atómica (en la Argentina llevan vendidos 2.615.981 y 546.733 tickets, respectivamente, en apenas su segunda semana en cartel).
El éxito de ambos films se debe no solo a sus cualidades particulares, sino también a campañas de marketing robustas, que generaron expectativas cuyo cumplimiento se refleja en los números que aún están lejos de cerrarse. Margot Robbie y su desfile de looks de Barbie en las premieres internacionales de la película de Greta Gerwig; Christopher Nolan arengando en entrevistas a ver su film en Imax; los elencos de ambas producciones hablando sobre sus brillantes directores, subrayando el discurso feminista de Barbie, en un caso, y la importancia de volver a un momento clave de la historia mundial, en el otro. Todo contribuyó a crear el fenómeno Barbenheimmer, omnipresente en redes sociales, que proponía ver a las dos películas en el mismo día. El público respondió asistiendo a las salas.
Más allá de sus características únicas y del momento coyuntural en el que Barbie y Oppenheimer llegaron a los cines, incluso de los récords de taquilla que pueden llegar a romper, no se trata de una rareza dentro de la industria cinematográfica. Ambas películas se inscriben dentro de una tradición hollywoodense de larga data: el blockbuster de verano.
El concepto de blockbuster en el cine se refiere a una película de presupuesto alto, que apunta a un público amplio y aspira a ser un éxito de taquilla. Como señala el autor de American Blockbuster: Movies, Technology and Wonder, Charles R. Acland, hay algo de imprecisión en la definición del término, ya que se puede hablar de un blockbuster que no obtuvo buenos resultados financieros, como Las aventuras de Pluto Nash, o de una película independiente que se convierte en blockbuster, por mérito y una campaña publicitaria no tradicional, como Actividad paranormal (según los ejemplos que pone el propio Acland).
La palabra blockbuster tiene un curioso origen militar. Se usaba durante la Segunda Guerra Mundial para describir a las bombas que eran tan potentes como para destruir una manzana entera. Una analogía entre esa situación y las largas filas de una cuadra para comprar entradas para una película es una de las explicaciones posibles de su utilización en Hollywood, en la posguerra y más allá.
No hay un consenso definitivo sobre cuando Hollywood empezó a guiarse por este concepto, pero los historiadores lo ubican hacia la mitad del siglo XX. En la década del 50, frente a la novedosa competencia de la televisión, la industria cinematográfica norteamericana se volcó a los grandes espectáculos, diseñados para su lucimiento en la pantalla grande. La crítica publicada en Variety de Quo Vadis? (1951), de Mervyn Le Roy y Anthony Mann, habla de un “blockbuster de la taquilla”. Desde entonces, el término fue adquiriendo popularidad.
La idea del blockbuster de verano se consagra en 1975, con el estreno de Tiburón, de Steven Spielberg. No solo por la forma en la que arrasó la taquilla y por el impacto cultural del film, sino también porque la campaña realizada por Universal fue un modelo por seguir en los años siguientes.
Es fácil reconocer las cualidades que llevaron a Tiburón a convertirse en un éxito descomunal. Desde la famosa partitura minimalista de John Williams; pasando por las actuaciones de Roy Schneider, Richard Dreyfuss y Robert Shaw; y, sobre todo, la inventiva puesta en escena de Spielberg, que juega a las escondidas con el amenazante habitante del mar. Pero esta misma decisión brillante estuvo marcada por los problemas prácticos que el film tuvo durante su larguísimo rodaje. Cuando el director de 28 años terminó la película, no le quedaba demasiada fe en sus posibilidades y estudiaba cual debía ser su próximo paso para poder reencauzar su carrera en Hollywood. No fue necesario.
“Hecha por menos de 9 millones de dólares, Tiburón terminó recaudando más de 470 millones en retornos internacionales, incluyendo los 260 millones de recaudación local que le consiguió el primer lugar en la taquilla de 1975 -escribe Kate Erbland en una nota de Indiewire-. La película superó a otros hits como Atrapado sin salida (1975) y Tarde de perros (1975), todos grandes recaudadores de dinero que decididamente no eran blockbusters por naturaleza (al menos no como usamos hoy el término). Tiburón fue la primera película en superar los 235 millones de dólares en recaudaciones en los Estados Unidos (El exorcista fue el primer film en superar los 230 millones en 1973, y abrió así un camino singular para las futuras ofertas de terror). Casi medio siglo después de su estreno, todavía ocupa el número siete, ajustado por inflación, del ranking de las 100 películas más taquilleras de la historia”.
El éxito de Tiburón estuvo apuntalado por una campaña publicitaria que utilizó la televisión para ofrecerle al público un vistazo de la película. Desde Universal también trabajaron en la promoción de la novela de Peter Benchley, en la que está basado el film, con el objetivo de que la marca Tiburón se hiciera conocida antes de que se estrenara la película, sentando las bases de la estrategia comercial del cine popular actual.
“Tiburón cambió el negocio para siempre, ya que los estudios descubrieron el valor de una distribución en más salas […] y publicidad televisiva descomunal, los cuales aumentaron los costos de marketing y distribución […] Mientras los costos se incrementaban, la voluntad de tomar riesgos disminuía proporcionalmente. Es más, Tiburón abrió el apetito corporativo por obtener grandes ganancias muy rápido, lo que quiere decir que los estudios querían que todas las películas fueran Tiburón de allí en adelante”, dice Peter Biskind, en su libro Moteros tranquilos, toros salvajes, argumentando que el hit de Spielberg fue el comienzo del fin para los directores-autores del Nuevo Hollywood.
La guerra de las galaxias, estrenada en el verano boreal de 1977, es el otro título que marcó el cambio de rumbo para Hollywood: recaudó más de 100 millones de dólares en sus primeros tres meses en cartel (el presupuesto del ahora conocido como Episodio IV fue de poco más de 9 millones). Al hablar del efecto de estas películas, es importante recordar que el cine, como cualquier otra industria, siempre buscó la forma de ganar más dinero más rápido. Con Spielberg y George Lucas, simplemente se instaló una nueva idea sobre cómo lograrlo.
El blockbuster de verano se convirtió en una de las variantes principales de este modelo (también hay blockbusters que se estrenan en otras épocas del año, como Navidad, o Halloween para las películas de terror). A pesar de que en otros mercados, como el argentino, las mismas películas se estrenen en el invierno u otras estaciones, analizar los cambios de los blockbusters de verano a través del tiempo permite tener una idea sobre cómo fueron cambiando y en qué se fueron manteniendo, los modos de producción y distribución de Hollywood.
Aunque no son un invento de la década de los 70, en esa época se consolidó la idea de exprimir al máximo un gran éxito con secuelas, que luego derivó en las franquicias, englobando no solo las continuaciones de una historia sino también las precuelas y las derivaciones o spin offs.
Tiburón y La guerra de las galaxias, o Star Wars tuvieron secuelas pocos años después, sin sus directores originales, apostando a la “marca” reconocida por el público. En 1978 se estrenó Tiburón 2, dirigida por Jeannot Szwarc, y en 1980 llegó a los cines El imperio contraataca, de Irvin Kershner. Ambas se estrenaron en los Estados Unidos a mediados de junio, justo cuando está por empezar el verano (la temporada “alta” va de mayo a septiembre).
La década del 80 fue una época de oro para el blockbuster en general y para el de verano en particular. La película más taquillera de cada año, entre 1980 y 1989, en los Estados Unidos, fue un estreno de verano (según información de Box Office Mojo). En la lista de los títulos más exitosos de aquellos años, se puede observar una alternancia entre películas originales y films basados en otra “propiedad intelectual”. Superman II (1981), Un policía suelto en Hollywood II (1987), además de la segunda y tercera entregas de Star Wars (de 1980 y 1983, respectivamente), fueron las películas más vistas en los Estados Unidos en el año de sus estrenos; pero también lo fueron E.T., el extraterrestre (1982), Los cazafantasmas (1984), Volver al futuro (1985), y Top Gun (1986). La ganadora de la taquilla de 1988 fue ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, un caso atípico por tratarse de una película original, repleta de personajes famosísimos de la historia de la animación.
Luego de La guerra de las galaxias, Lucas delegó la dirección de las secuelas en otros directores, Kershner en El imperio contraataca y Richard Marquand en Star Wars: El regreso del Jedi (1986). Mientras tanto, el director de Tiburón volvió al podio de los más taquilleros con E.T. el extraterrestre. Juntos, crearon a Indiana Jones, un personaje basado en los aventureros de los seriales de los 30, protagonista de una trilogía que estuvo en los primeros puestos de las películas más exitosas de la década y tuvo continuaciones en el siglo XXI.
Los blockbusters de los 80, además de los grandes presupuestos y el énfasis en las campañas de marketing, se caracterizan por basarse en un concepto creado por un productor y en el protagonismo de las estrellas de cine. Es la era de las películas “high concept” (una premisa simple y atractiva, que se puede explicar en pocas palabras), propulsado por productores como Jerry Bruckheimer y su socio Don Simpson (Un policía suelto en Hollywood y Top Gun, entre muchos otros éxitos de taquilla). Nombres propios como Tom Cruise y Eddie Murphy fueron fundamentales para atraer al público a los cines (y en el caso del primero, aún hoy lo es).
Dentro de sus características propias de blockbuster, la mayoría de los éxitos de verano de los 80 tuvieron cierta diversidad de géneros. Comedias, como Un príncipe en Nueva York (1988), de John Landis; films de terror, como Poltergeist (1982), de Tobe Hooper; películas de acción, como Rambo II (1985), de George P. Cosmatos; estuvieron entre las más vistas de los veranos estadounidenses de esa época. Y no hay que dejar de lado los híbridos que fueron furor, como la comedia de terror Gremlins (1984), de Joe Dante, o la comedia de acción Arma mortal 2 (1989), de Richard Donner, entre otros.
La década cerró con el fenómeno de Batman (1989), de Tim Burton, protagonizada por Michael Keaton, Jack Nicholson y Kim Basinger. La original visión del director sobre el personaje clásico de los cómics de DC sentó las bases para la omnipresencia de los superhéroes en las décadas del 2000 y 2010.
Los años 90 serían los últimos, al menos hasta ahora, en los que una buena cantidad de películas originales se cuenten entre los tanques de verano que lideraron la taquilla: el drama romántico Ghost: la sombra del amor (1990), dirigida por Jerry Zucker; Día de la independencia (1996), de Roland Emmerich; El rey león (1994), el gran éxito de animación de Disney de esa época; y Armaggedon (1998), de Michael Bay. Algunos de esos films originales fueron el comienzo de franquicias muy lucrativas, como Jurassic Park (1993), nuevamente de Spielberg; Hombres de negro (1997), de Barry Sonnenfeld, y Misión imposible (1996), de Brian De Palma.
Claro que también hay lugar para los films basados en propiedad intelectual, como Batman regresa (1992), de Burton y Batman eternamente (1995), de Joel Schumacher; además de Terminator 2: Juicio final (1991), dirigida por el rey de la taquilla James Cameron (en el caso de este último, sus películas más exitosas y con récords históricos, como Avatar y Titanic, no fueron tanques de verano).
Tal vez lo más impactante de las listas de blockbusters de verano de los 90, para la mirada actual, sea la diversidad de géneros. Había lugar para las comedias románticas, como Sintonía de amor (1993), La boda de mi mejor amigo (1997) y Un lugar llamado Notting Hill (1999); también para thrillers legales basados en las novelas de John Grisham, y hasta parodias como La pistola desnuda parte 2 1/2 (1991) y Locos del aire (1991).
Justo antes del cambio de siglo, Lucas volvió a escribir y dirigir con Star Wars: Episodio I - La amenaza fantasma (1999), que fue el estreno más visto de ese verano boreal y lideró la taquilla de ese año. Las siguientes entregas de la franquicia, estrenadas en mayo de distintos años, también tuvieron éxito, con Star Wars: Episodio III - La venganza de los Sith, que lideró la taquilla de verano y la anual en 2005, seguida de cerca por la adaptación de La guerra de los mundos, dirigida por Spielberg.
En las dos primeras décadas del siglo XXI, los blockbusters de verano fueron exclusivamente basados en propiedad intelectual o películas de animación, como Shrek y Buscando a Nemo, cuyas secuelas también fueron las películas más vistas de los veranos en las que se estrenaron (2004 y 2016, respectivamente). Todas apuntan a un público infantil o joven desde su temática y estética, a diferencia de lo que sucedía en las décadas anteriores (aumentando la posibilidad comercial que ofrece el merchandising)
Son veinte años de dominio de las franquicias en la taquilla veraniega, con secuelas y spin-offs de grandes éxitos, como Jurassic World (2015); películas basadas en libros, como la serie de Harry Potter; films basados en juguetes, como los de Transformers; y hasta en juegos de parque de diversiones, como la secuela Piratas del Caribe: El cofre de la muerte (2006), de Gore Verbinski.
Por sobre todo, los superhéroes se convirtieron en la gran apuesta de los estudios de Hollywood y eso se refleja en los blockbusters de verano de estas últimas dos décadas. Desde la trilogía de El hombre araña, de Sam Raimi, pasando por El caballero de la noche, de Nolan –que tuvo un enorme impacto cultural y acercó al subgénero a cierta legitimación por parte de la crítica y los premios– hasta los superéxitos de Marvel, como Los vengadores (2012), Iron Man 3 (2013) y Guardianes de la galaxia (2014), cada uno encabezando la taquilla del verano de sus estrenos. Mujer maravilla, de Patty Jenkins, uno de los estrenos más fuertes de Warner-DC, fue la película más vista del verano boreal de 2017.
La versión “acción en vivo” de El rey león (aunque las imágenes son en su mayoría CGI) lideró la taquilla de verano en los Estados Unidos, en 2019. La pandemia del COVID-19, entre sus muchísimas consecuencias, puso al concepto del blockbuster de verano en jaque. Con las salas cerradas y el público resguardado en sus hogares, la idea de ofrecer un tipo de película que pudiera vender muchas entradas no tenía demasiado sentido.
En el verano de 2020, Nolan insistió con el estreno en salas de Tenet, que se convirtió en la película más vista de ese año en los Estados Unidos, con números muchísimo más bajos que las líderes de taquilla de años anteriores. Al año siguiente, Black Widow, otro film de Marvel-Disney, encabezó la lista de éxitos de ese verano, recaudando algo más de 182 millones de dólares (solo en los Estados Unidos).
Hasta que llegó en 2022 el salvador del cine: Tom Cruise. Más allá de bromas y exageraciones, la apuesta que hicieron la última gran estrella de cine y Paramount, de guardar Top Gun: Maverick hasta que estuvieran las condiciones dadas para la vuelta masiva del público a las salas, rindió frutos. La secuela del éxito de verano de 1986 repitió su buena fortuna y se convirtió en la película más vista de la temporada y del año, recaudando más de 700 millones de dólares en los Estados Unidos y mil millones y medio en todo el mundo.
La superproducción veraniega enfrenta varios desafíos en los próximos años y la industria del cine buscará el modo de recalibrar la fórmula para estos tiempos. El streaming es uno de ellos, aunque la competencia por la atención del público y su voluntad de ir a las salas se viene peleando desde el advenimiento de la televisión, del VHS y del DVD. Hollywood tiene que pensar qué tipo de películas y campañas de marketing pueden capturar esa codiciada atención; Barbie y Oppenheimer parecen haber dado en la tecla.
Nolan seguirá en su camino, mientras un estudio le de el presupuesto que necesita para sus films, lo cual dependerá de su rendimiento en la taquilla. A Gerwig, este éxito debería concederle el famoso “cheque en blanco” para poder hacer el proyecto que quiera. Puede parecer un panorama alentador, si se piensa en lo que podrían hacer, con apoyo de los estudios y del público. Pero la crisis interna evidenciada por la huelga y la noticia de que se van a hacer varias películas más basadas en juguetes, la esperanza viene acompañada de una buena dosis de escepticismo.
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