La otra cara de Rodrigo Vagoneta: sufrió la temprana muerte de su madre, superó una adicción y hoy es el humorista del chiste veloz
A los ochos años vivió la mayor pérdida de su vida y, de grande, luchó contra el alcoholismo; la curiosa forma en la que conoció a Jennifer, su pareja
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La grabación terminó. Mientras que utileros, sonidistas e iluminadores guardan todo el equipo, Rodrigo Vagoneta se cuelga el bolso en un hombro y sale del canal. Apoyado en la pared de un edificio de Palermo, saca de su bolsillo un cigarrillo y un encendedor. Suspira. Mira hacia una esquina donde los autos pasan al ritmo del semáforo. Con una mano tapa la llama para que el viento no la extinga y entre pitadas enciende el cigarro. Desde un camión, el conductor suena la bocina y el copiloto levanta su pulgar al grito de: “¡Eh, Vagoneta!”. Él devuelve el gesto y una sonrisa, da una pitada más y empieza a caminar.
Hoy es un consagrado humorista. Show en Mar del Plata, importantes apariciones en Polémica en el bar (América TV), un paso recordado por ShowMatch y chistes en Bienvenidos a bordo (eltrece) durante la pandemia plasmaron su cercanía con la gente. Sin embargo, para llegar hasta donde llegó, Vagoneta atravesó duros momentos en su vida de los que no reniega y que, a la distancia, los ve como un aprendizaje.
Una infancia dolorosa
Cuando Rodrigo Rodríguez -el apellido detrás del personaje- tenía tan solo ocho años, su mamá murió de cáncer. Golpe duro para cualquiera, para esta familia lo fue aún más. El tiempo, lejos de sanar la herida, la hacía más profunda. “Lo recuerdo con mucha tristeza, fui un niño muy triste. Me metía a bañar tres o cuatro veces por día y me encerraba en la bañadera a llorar para que no me vieran”, recordó en diálogo con LA NACION.
Ese trágico momento lo marcó y desde entonces no volvió a ser el mismo. “No hablaba, era muy callado. Las maestras citaban a mi papá para decirle que yo tenía que tener asistencia psicológica. Yo estaba en otra película, no me interesaba nada”, contó. Mientras tomaba un sorbo de café, se le escapó una sonrisa. Mezclada en nostalgia y melancolía, repasó brevemente sus últimos años. “Ahora trabajo de hablar… lo que es la vida”, esbozó.
Si bien convivieron apenas ocho años, su mamá marcó su infancia y sus recuerdos. Antes de que el cáncer diera su sentencia, la casa de Rodrigo estaba llena de niños. “Mi mamá era médica y tenía el consultorio en casa. Era pediatra y me acuerdo de muchos chicos en casa que a veces se metían en mi pieza”, indicó. Quizás esas primeras interacciones despertaron el humor en él. “Con mi hermano teníamos una jeringa y cuando venían los niños le mostrábamos la jeringa y salían corriendo”, rememoró sobre esos primeros juegos.
Con una sonrisa la recuerda a ella. Dulce, cariñosa y que intentaba, en cada rato libre, estar con sus hijos. El día que murió, el mundo se tambaleó y la tristeza se convirtió en el miedo más grande. “Cuando murió vinieron mis primos de Rosario a casa. Ellos estaban un poco serios y yo les hacía chistes para que salieran de eso, que me hicieran reír a mi y me hagan olvidar de la tristeza. Quería abstraerme de la realidad, meterme en un mundo mágico donde la tristeza no tiene que estar. Hablar de pavadas, pensar en otra cosa y no estar triste. Era indescriptible. El nexo con la vida era mi madre y de golpe no estaba más”, continuó sobre aquél momento de quiebre.
“Recuerdo en el colegio, cada día de la madre los niños le hacían regalitos a sus mamás… me contó mi mujer que ya no se hace más. Me veo de chiquito y esos días eran muy tristes para mí, no le podía hacer un regalo a nadie”, reflexionó.
La cicatriz, admite, tardó mucho en cerrarse. Fue con el nacimiento de su hijo Benicio que pudo reconciliarse con su infancia. Pero antes de ese momento, su carrera crecía, el humor era su semblante, el público su consuelo y la bebida, su escape.
Una adicción difícil de tratar
Si hay algo de lo que Rodrigo Vagoneta está orgulloso es de llevar más de cinco años sin tomar una gota de alcohol. Además de la muerte de su madre, los años más oscuros de su vida fueron aquellos que estuvieron teñidos de whisky y fernet.
“El único contacto que tenía era con el chino del súper que me vendía fernet una vez por día. Llamaba a mis padres y a mi hermano antes de que se me trabara la lengua”, señaló. Los motivos nunca están claros y aquello que empieza como una distracción o un “arranque de valentía” terminan en una adicción incontrolable. “Tenía varias novias pero no tenía ninguna, hacíamos seis shows en una noche y para tomar valor me tomaba un fernet… empecé con la bebida por la soledad”, admitió.
A partir de los primeros tragos, las razones fueron cada vez más difusas. No poder dormir, una sensación de malestar o una salida con amigos terminaban en una incontable cantidad de vasos. Pero hay algo que nunca perdió -y lo salvó-: el respeto por su público. “Si yo iba a un bar, antes de que me vieran borracho me iba. Antes de actuar nunca, pero después me la ponía con la barra más cercana al teatro”, recreó.
En el medio conoció a su actual pareja, Jennifer, quien se lo cruzó un día en la puerta de un teatro en Mar del Plata y, chiste mediante, se intercambiaron los teléfonos y empezaron su historia de amor. La temporada terminaba y marcaba el final del “amor de verano”. Ambos, con la convicción de que se querían y divertían juntos, apostaron por continuar con su relación en Buenos Aires.
Rodrigo seguía luchando contra su adicción e incluso se llenaba la boca de chicles para que ella no sintiera el olor a alcohol. Tres fueron los momentos que lo llevaron a cambiar de rumbo. El nacimiento de su hijo, una intervención de su esposa y aquella vez en la que su familia fue a buscarlo a la salida de una función teatral. “Una vez me vinieron a buscar al teatro mi papá y mi hermano. Salgo del show de Panam y mi hermano, con los ojos vidriosos, me dice que estaba preocupado porque estaba tomando mucho”, contó.
Una vez más, fue Benicio su punto de inflexión. “Por un poco de querer darle el ejemplo a mi hijo es que fui a pedir ayuda. Llegué llorando a un lugar anónimo y me dijeron que se podía solucionar, que si tenía ganas de alcohol comiera algo dulce y me bañara con agua fría. Después de más de 150 reuniones de dos horas y media pude dejar la bebida. Hoy no lo extraño en lo absoluto”, dijo.
Nacido para el humor
Los chistes lo salvaron de la tristeza y se convirtieron en su carrera. Hijo de actor y enamorado de la profesión gracias a su padre, cuando decidió embarcarse en la actuación lo hizo en un conservatorio donde, desde chiquito, los profesores veían en él una persona con talento para el humor. Como todo artista, comenzó trabajando en bares, plazas, transportes públicos y muy ocasionalmente en pequeños teatros. Al mismo tiempo, para solventar sus gastos, trabajaba de noche en kioscos. Él era el encargado de recorrer 60 locales por día, anotar los pedidos de cigarrillos y enviar al camión a hacer la entrega.
De historias de perseverancia hay largas listas y la de Vagoneta es una de ellas. Fanático de Pablo Granados y Pachu Peña, se presentó un día en VideoMatch para verlos pero no le permitieron la entrada. Una convocatoria -y un poco de viveza- fueron los condimentos necesarios para colarse en el estudio, hacer un par de chistes y quedar contratado. Allí trabajó varios años hasta que se dio cuenta de que la oportunidad verdadera la encontraría jugando en ligas menores.
“Dejé VideoMatch para irme a No hay 2 sin 3. Entre lágrimas y un poco copeteado le dije a Marcelo [Tinelli] en una despedida de año: ‘Marcelo, me voy de la Selección a Ferro pero voy a jugar todo el partido’. Se lo dije llorando, me dolía dejarlo pero sabía que con Pablo Granados, Pachu [Peña] y Freddy [Villareal] iba a poder actuar un poco más”, recordó.
A principios de los 2000, la televisión argentina tenía un ritmo frenético. Ficciones como Los Simuladores, Mujeres asesinas y Hermanos y detectives lograban captar altos niveles de audiencia mientras que Marcelo Tinelli y Mario Pergolini se disputaban el prime time. En medio de una selva televisiva con mucha oferta, había espacio para el humor.
“Ahí empezó el reconocimiento, haciendo el personaje de Vagoneta”, sentenció. Vagoneta es su apellido artístico y surgió gracias a una columna de ocio que hacía junto a Pablo y Pachu. “Un día Pablo me dice que tenía la “pastilla” central (es decir, el sketch principal) para usar y me preguntó si quería hacer a Vagoneta ahí”, contó. Su personaje dejó de ser un actor secundario y, junto a una Julieta Prandi que daba sus primeros pasos actorales, fue ganando más notoriedad. “Vagoneta era un contador de chistes a cámara que entró en el corazón del público y de los productores”, lo definió.
La pandemia, su familia, Guido Kaczka y un futuro lleno de trabajo
Los fantasmas quedaron atrás y hoy Rodrigo goza de un gran presente. Sus años oscuros no son más que un duro recuerdo y se siente orgulloso cuando, con una sonrisa y brillos en los ojos, habla de su hijo. Pero en medio de tanta alegría, llegó un momento de preocupación no solo para él sino para el mundo entero: la pandemia.
Con el anuncio del Gobierno, se vio obligado a suspender sus actividades y dejar de trabajar. La actuación, en sus palabras, es una carrera donde “trabajás tres años y dos no”, pero el parate obligatorio lo asustó. De haber seguido bebiendo, aseguró, la cuarentena habría sido eterna. Junto a Jennifer, su fiel compañera, armaron “un gran equipo” con el que empezó a hacer shows privados vía Zoom y sobrevivir financieramente. Pero no era suficiente.
La plata no alcanzaba y cerrar el mes asustaba a Rodrigo y a su familia. La desesperación y el miedo fueron el detonante y Guido Kaczka, su salvador. Llegó a Bienvenidos a bordo (eltrece) como un participante más: a jugar y competir por una orden de compra de un supermercado. Su desempeño tentó a carcajadas a Guido y convenció a los productores. Vagoneta se tenía que quedar. Durante varios meses hizo reír a miles de personas encerradas en sus casas para luego abandonar el programa y retomar -por poco tiempo- el humor en ShowMatch.
De cara al cierre del año, ya no sigue vinculado a eltrece. Su trabajo televisivo está en América TV, en Polémica en el bar; tiene su show llamado Chiste Ya, un juego de palabras con la empresa de delivery y prepara El show de Rodrigo Vagoneta, un espectáculo de verano producido, ideado y financiado enteramente por él y al que le dedica cada ratito libre en el que no está jugando con su hijo o pasando tiempo en familia.
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