La ópera de Mozart que cautiva alos chicos
La flauta mágica / Música: Wolfgang Amadeus Mozart / Libreto: Emanuel Schikaneder / Adaptación y dirección escénica: María Jaunarena / Adaptación y dirección musical: Hernán Sánchez Arteaga / Escenografía e iluminación: Gonzalo Córdova / Vestuario: María Jaunarena / Intérpretes: Santiago Bürgi, Jaquelina Livieri, Gabriel Carasso, Laura Pisani, Maximiliano Michailovsky, Laura Penchi, Patricio Oliveira, María Goso, Cecilia Pastawski y Verónica Canaves / Sala: Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131 / Funciones: sábados, a las 15 / Nuestra opinión: muy buena
La música calma a las fieras, enamora a las parejas, alegra a los niños. Siendo la partitura de Mozart, no es de extrañar. En la versión de La flauta mágica para chicos producida por Juventus Lyrica para el Festival Konex de Música Clásica y mantenida por 10 semanas en la programación dentro del tradicional ciclo Vamos a la Ópera se sostiene exitosamente este precepto. El sonido de la flauta del príncipe Tamino (Santiago Bürgi), pero también el de las campanillas de Papageno (Gabriel Carasso) simbolizan el encantamiento que derriba autoritarismos y caprichos. Las voces todas y los instrumentos en su conjunto subrayan lo que termina siendo una celebración, un canto a la armonía vital.
Las arias de la Reina de la Noche (Laura Pisani) llevan a los chicos al asombro; la belleza del aria de Pamina, interpretada por Jaquelina Livieri, conmueve a los adultos. Pero es ante todo en las escenas de interacción musical entre los personajes, eficazmente sostenidas por el juego actoral, en que alcanza potencia plena la propuesta mozartiana en la régie de María Jaunarena. Como en el coqueteo entre Papageno y Papagena, que culmina en la aparición de toda una alegre hermandad de Papagenitos y Papagenitas.
Con una orquesta reducida, en la que la fuerza de las cuerdas no es la habitual de las salas de concierto, se hizo necesario apelar a la amplificación. Aunque manejada con mucha delicadeza, no deja de generar cierta extrañeza en un primer momento, al redireccionar el origen de las voces. Al menos para el público habitué de la ópera. Probablemente mucho menos para los chicos, acostumbrados a volúmenes amplificados mucho más de lo aconsejable. El balanceo acústico es particularmente complejo en una sala como la del Konex, que no es el Colón, claro está. Pero la experiencia del pequeño espectador es sin dudas distinta a la de un recital o de un musical y con un plus estético valioso. La escenografía de Gonzalo Córdova y el vestuario de la misma María Jaunarena componen contrapuntos notables a la belleza de la partitura. El escenario del Konex luce con una prolijidad que hace olvidar su origen fabril.
El argumento se presenta en parte mediante relatos de Sarastro (Maximiliano Michailovsky) que cortan un tanto la musicalidad; tal vez podrían haberse convertido en un recitativo, para acercarlos más a la partitura. Resultan también por momentos innecesarios algunos de los aditamentos clownescos incorporados sobre todo a la interpretación de Papageno (Gabriel Carasso). El humor surge más ligado a la música en la actuación de Patricio Oliveira como un Monóstatos de maldad bufonesca. La música y la puesta en escena hablan por sí mismas y son suficientemente atractivas. La magia de la música triunfa finalmente y los chicos salen de la sala con las arias danzando en sus mentes.
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