La noche mágica en que se ofrendaron los corazones
Con Fito Páez y Música Esperanza el rock llegó al Teatro Colón.
"Entré canchero. Pensé que no tenía por qué estar nervioso ni achicado. Yo pago mis impuestos, y este lugar es de todos y, por lo tanto, también mío", diría Fito en un after show, en el que los músicos se encontraron a tomar unas copas con amigos, periodistas y todos los que habían trabajado, y mucho, para que esto fuese posible. La ocasión era, sin embargo, para inquietar a cualquiera. El Teatro Colón se abría por primera vez en su historia a un rockero. El tango y el folklore ya habían encontrado, alguna vez, su oportunidad. Faltaba el rock. Y fue de la mano de Fito que se logró.
El público era bien heterogéneo. Mientras las plateas y palcos eran ocupados por famosos y habituales concurrentes al teatro, en los pisos superiores se apiñaban los seguidores de siempre de Fito. Los que no podían creer estar viendo a su ídolo allí. "Es lo más grande, yo lo sigo a todos lados -decía una joven de 15 años antes de entrar-, y de paso conozco el Colón. Nunca había venido antes." Muchos adolescentes y bastantes familias, con niños incluidos, llenaban los pasillos del paraíso y la galería. De allí partían los escasos gritos de aliento, los "grande Páez" y "aguante Fito, sos lo más", tan comunes en los recitales. Algunas parejas se besaban, se abrazaban. Es que así se disfruta con los códigos rockeros.
A las 21.5 se corrió el telón y aparecieron los músicos de la Camerata Bariloche, Gerardo Gandini, el bajista Guillermo Vadalá, Miguel Angel Estrella y Fito, para comenzar con una "Obertura", escrita para la ocasión por el maestro Gandini. Por dos horas y media los mundos musicales, a veces tontamente enfrentados, se unieron. Beethoven y Fito, Yupanqui y Couperin, Piazzolla y Bartok, convivieron, demostrando que casi todo es posible cuando las cosas se hacen con seriedad y pasión.
Las diferencias no impidieron, en absoluto, disfrutar de la música. Los más jóvenes escucharon, quizá por primera vez, a Satie o a Bartok. La inversa también debe ser cierta: algunos de las plateas habrán descubierto la profunda belleza de canciones como "Un vestido y un amor" o "Carabelas".
La Fundación Música Esperanza cumplía entonces, y en una sola jugada, con varias de sus ambiciones. Unir músicas y conseguir dinero para sus talleres esparcidos por el país.
Mundos que se tocan
Fito, todo de violeta, cantó y tocó el bombo para una perfectamente austera versión de "La pobrecita", de Yupanqui. En el medio, cada vez más distendido, gritó un campechano "y se va la segunda", que festejaron con risas y aplausos, ya sin distinciones, las casi dos mil personas que llenaban el Colón. El rock no sólo estuvo presente en los temas del mismo Páez. Fue él, justamente, al que tantos han acusado de traicionar al rock, el encargado de homenajear a los que fueron, seguramente, sus maestros. Luis Alberto Spinetta, primero, con una versión despojada, pura voz y cuerdas, de "Muchacha ojos de papel", y Charly García (un aplauso arrancó desde los pisos superiores apenas mencionado su nombre) con "Canción para mi muerte". Una profunda emoción recorrió la piel de todos los presentes.
Luego "Dar es dar", de la más reciente cosecha de Páez, con palmas e improvisado coro. Un tema nuevo que a partir de tan simple aseveración toca lugares insospechados en los los corazones de este ingrato tiempo. El final, como correspondía, fue tanguero, con "Los mareados", de Cobián y Cadícamo.
En la pequeña recepción after show, mientras todos se iban con los corazones plenos, Fito y Miguel Angel Estrella se encontraron con los más cercanos. Muchos abrazos y risas y la certeza de que había sido una noche mágica. Allí estaban Alan Pauls, actual coguionista de la película que Fito tiene entre manos; Fernando Noy, exclamando "qué contento que estoy"; Fenna Della Magiora, los músicos de la Camerata, Julio Moura. Todos mezclados, rockeros, clásicos, amigos, famosos.
La noche es histórica. Pero por mucho más que lo contable y mensurable. La música fue convocada. Y respondió al llamado. Y la gira sigue.
De Fito a Beethoven para la historia
Lo del domingo a la noche fue histórico. Fito, de terciopelo violeta, patina y se retuerce sobre sus zapatos de cuero negro y canta "Mariposa tecknicolor". El maestro Gandini sigue el ritmo con el pie y marca los acordes de las catorce cuerdas gloriosas de la Camerata Bariloche. Mientras, Miguel Angel Estrella se acurruca sobre el teclado hasta casi desaparecer en el sonido maravilloso de su piano. En el palco oficial, la presidenta del Fondo Nacional de las Artes, Amalia Lacroze de Fortabat y la presidenta del Mozarteum, Jeannette Arata de Erize, custodian a Javier Nadal, el español de Telefónica que es el sponsor del concierto. "Concierto paquete", dirá Fito, de esto que es un punto más en la gira de Música Esperanza. La magia de este encuentro de muchos mundos comenzó con "Un vestido y un amor", que el rosarino canta casi sin voz, con mucha mímica y con todo su cuerpo; después vendrán Piazzola, Satie, Haydn y pausa. Los chicos de zapatillas y jeans se entreveran en el entreacto con la señoras de pieles. Hay una adolescente con camiseta de Rosario Central que muere por Fito y clama por subir al escenario. Teté Coustarot y Silvina Chediek, en la platea, siguen el ritmo con la cabeza. El clima es de buena onda, tal vez por la inesperada felicidad de comprobar que los mundos no son tan distintos; que Fito canta "La telesita", antológica chacarera anónima, como si nunca hubiera hecho otra cosa que cantar chacareras, y le pone el bombo con precisión a "La pobrecita", de Yupanqui.
Miguel Angel Estrella, a quien vi por última vez en Tucumán cuando Danielle Miterrand visitó a la Argentina, se toma unos minutos antes del Rondó, de Bethoven, y, a propósito de la sordera del genial compositor, habla del sufrimiento, de las privaciones y de Música Esperanza, una cruzada al servicio de la solidaridad y de la paz. Con el mismo entusiasmo que aquella tarde en Tucumán, toca ahora en el Colón, vestido de negro, sin corbata y con zapatos de charol.
Pero es Fito, que se desvive en elogios al maestro Gandini, la estrella de la noche. Ese chico desgarbado, hijo del director de Cultura de la Municipalidad de Rosario en los 70 y de una profesora de matemática y música, le ha robado el alma al público con sus "Tumbas de la gloria" que tiene arreglos magistrales de Gandini. Y por si alguien se resistía, en el cierre y fuera de programa, trajo a Charly. El coro nace cerca de la cúpula de Soldi, y se va achicando al llegar a la platea. Por un instante un chistido represor intenta contener el entusiasmo, pero no hay quórum para la pelea la noche es de la música.
Flaco, miope, empujando el mechón enrulado que cae sobre la frente, se va del escenario. Sin saberlo, o tal vez sabiéndolo, él ha puesto el alma para que el encuentro de dos mundos sea posible.