La noche en que Luis Miguel no habló con sus fans
Cómo fue el primero de los cuatro recitales que ofrecerá en Buenos Aires
Apretaba con los dedos de su mano izquierda el botón de su saco. Como si se lo fuera a desabrochar o como si le resultara incómodo. Con la otra mano, el micrófono no le daba tregua: tenía que cantar al menos dos horas para conformar a sus fans. Pese al clamor de ellas, las que lo siguen a todas partes, no se sacó la ropa. No es su estilo. Es un señor elegante y seductor que canta. Que vino a la Argentina para ofrecer cinco recitales, como casi todos los años, que esquiva el acoso de la prensa tanto como el de sus seguidoras pero sabe sonreír en el momento justo. Es Luis Miguel . Ovación. Locura. Desenfreno. ¡Qué lindo sos!, grita una mujer desaforada mientras otra agrega ¿Quién dijo que estaba gordo? y recibe el aplauso de las demás. El lo escucha todo, pero no responde.
Siete meses atrás, los alrededores del estadio GEBA parecían un camping municipal. Cientos de fans hacían fila para hacerse con las entradas para el recital anunciado para el 23 de octubre. El Rey ofrecería además, según las publicidades, una función de gala en La Rural, pero muchos no podían afrontar el costo de esa entrada. Así que decidieron hacer lo imposible para conseguir accesos al estadio. Diez días acamparon, y muchos se fueron con las manos vacías. Por eso se sumaron tres fechas más. Todas full. Los seguidores del Sol de México le son fieles. Aunque él no les hable.
Promediaba la velada de la primera noche en GEBA y Luis Miguel ya había hecho delirar al público con "Quién será", "Tú, sólo tú", "Suave", "Amor, amor, amor" y "Que tu te vas". Seguía sin saludar, pero sus fans estaban felices. Para no ensordecer, había que gritar con ellas a cada ínfimo movimiento pélvico que él insinuaba. Seductor, les devolvía la gentileza con esa, su sonrisa blanca nivia. Las señalaba, las animaba a cantar con él.
Terminaba el medley de boleros, quizás ahora diría algo. "Por favor, ¡hablanos!", le gritó una mujer. Apagón. Provocadoras, intentaron convencerlo. Le canturrearon desde un inocente "Te queremos, Luismi, te queremos", hasta los improperios más osados. El siguió cantando, apretando el botón de su saco con la mano izquierda, y escondiéndose entre apagones.
Hace algunos años un rumor se difundió como pólvora encendida por las redes sociales. Que Luis Miguel había muerto. Pasaron los meses y no hubo desmentida. Medios de todo el mundo hablaban de su misteriosa desaparición de la luz pública. Fue uno de los primeros casos de muerte virtual en la era Twitter, que se cobraría varias víctimas después (en la Argentina fue devastador el caso de Juan Alberto Badía, a quien las redes y muchos medios dieron por muerto antes de que ocurriera su fallecimiento). Aunque después fue evidente que sólo había sido un invento malintencionado, y Luis Miguel se rió de ello en una conferencia de prensa, el cantante bajó tanto el perfil que las teorías conspirativas no tardaron en surgir. Hay quienes todavía se preguntan si está vivo y él parece querer alimentar el misterio. Quizás por eso no habla.
Sonaron los primeros acordes de uno de sus hits románticos. Conociendo cada una de las notas de la intro, los silencios y el ritmo, el público comenzó a cantar "Por debajo de la mesa..." antes que él, todavía encaramado en su pose inicial, buscando en la memoria emotiva la interpretación precisa. Sorprendido, volteó hacia la platea y sonrió. Gritos aturdidores, otra vez. No cantó el estribillo. Hizo una variación vocal mientras ellas entonaban y el coro fue perfecto. Todos los presentes fueron parte activa de ese recital como nunca antes y ahí no lo pudo evitar: "Muchas gracias".
"¡Está vivo!". exclamó una joven, fascinada hasta la exasperación. Ahora querían más. Que nombrara Buenos Aires, que demostrara que sabía en qué país estaba. Algo. "Que hable, que hable", insistieron, ya, mucho más directas y demandantes. El Sol cambió dos veces de vestuario. Se sentó en una banqueta, bailó, cantó "Hasta que me olvides", "Te necesito", un medley de sus temas más movidos -"Te propongo esta noche", "Será que no me amas"-, las hipnotizó con sus ojos verdes y luego se animó, escoltado por dos enormes guardaespaldas, a acercarse a la primera fila, recibir flores, sin dejar de cantar, y tocar con su mano las manos de ellas, como la bendición del Rey... Quizás por eso no hablaba. Si cada uno de sus movimientos provocaba un delirio, imagínese usted si les decía "Cómo están esta noche". Entonces el griterío sería inmanejable, imposible, insoportable...
Claro que hubo bis: "Déja vû" y "Labios de miel". Y entonces, luego de hacer que el público aplaudiera con entusiasmo a sus músicos, dijo: "Buenas noches, Buenos Aires, Argentina". Sí, sabía dónde estaba.
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