La música de Taylor Swift, guía para un diálogo entre generaciones
Quienes tienen “swifties” en su hogar pueden descubrir a través de su repertorio señales y mensajes para enfrentar de la mejor manera los aprendizajes de la vida
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Todos esperaban lo que finalmente acaba de ocurrir. Las swifties salieron este fin de semana a la cancha de River y esa pasión de multitudes se sintió a lo lejos como una curiosa variante del clásico grito que identifica a las mejores jornadas futboleras. Quienes viven a una distancia razonable del Monumental saben que cuando el ambiente se llena en cada partido de fútbol con el característico sonido de la ovación hay que ir de inmediato a la tele, a la computadora o al teléfono celular para certificar el momento cumbre del juego: la celebración de un gol.
A esa misma gente les acaba de llegar desde el cielo del estadio en estas noches de noviembre un eco muy parecido, aunque con un par de diferencias notorias en relación con cualquier jornada deportiva. La primera es la constancia, la repetición de ese grito uniforme y feliz. Son tantas las veces que lo escuchamos que la suma de todos ellos, aplicada al futbol, nos llevaría a hablar de una goleada. La segunda es una variante en el tono respecto de lo que estamos acostumbrados a sentir. Esa muchedumbre unida en una sola voz suena fresca y dichosa. Hay chicos dentro de ella, pero suena predominantemente femenina. Es el grito agradecido de las swifties.
¿Qué hay detrás de esa comunión? El alegre alarido que le da la bienvenida a cada nueva canción de Taylor Swift o saluda sus acordes finales esconde unos cuantos mensajes cifrados. Las swifties conocen todas las respuestas, pero siguen siendo interrogantes abiertos para las generaciones que las preceden.
Algunas de las imágenes registradas alrededor de esta inmensa convocatoria dejaron a la vista que, además de los infinitos grupos de swifties congregados en el estadio, hubo muchas fans que vieron a Taylor en familia. Algo parecido viene ocurriendo cada año en la versión local del Lollapalooza como para dejar constancia que los padres también quieren entender un poco más cómo se construye y se fortalece el vínculo entre sus hijas (o hijos) y figuras referenciales que no tienen muchos años más que ellas.
Pero el caso de Taylor es distinto. A los 33 años, lleva una década y media en lo más alto de la atención mundial dentro de la industria musical y el mundo de la cultura pop. Lo primero que entienden los mayores es que no hay una sola edad de fans identificada con su figura. Algunas la siguen desde la preadolescencia, otras empezaron a descubrirla después. Como si cada una de sus “eras” (otra palabra que los padres de las swifties no pueden ignorar) sumara nuevas capas de adeptos y fieles.
Lo que empieza a descubrir el padre o la madre de una “swiftie” en cada nueva conversación informal es que el hecho mismo de unirse en un estadio para aplaudir en vivo a Taylor forma parte de un ritual mucho más amplio, concebido para acompañar cada momento importante de la vida. “Taylor es una songwriter tan buena y tan sensible que escribe canciones sobre todas las cosas importantes que nos pueden pasar”, dicen las “swifties” más atentas y sensibles.
El cuidadoso armado de los brazaletes y pulseras que las fans intercambian más tarde como muestra genuina de amistad durante los conciertos, gesto alentado de manera fervorosa por la propia Taylor, aparece como la expresión más tangible de ese gigantesco mapa de sentimientos y vivencias.
Rituales y puntos de encuentro
Ese es el punto de partida, ese ritual que llama la atención de los mayores porque funciona como primer punto de encuentro. Padres y madres descubren que toda “swiftie” que se precie de tal se juntará con sus amigas y pares para procurarse la materia prima y luego preparar en conjunto, de la manera más imaginativa posible, los imprescindibles friendship bracelets. Como si desde ellos también pudiesen leerse las letras de algunas de las canciones.
Con toda razón los mayores podrían preguntarse, al ver a Taylor saliendo a escena de un modo que a priori luce sexy e insinuante, qué diferencia habría entre ella y otras estrellas femeninas de distintas generaciones que eligen este tipo de puesta en escena para sus presentaciones masivas. En ese tablero de rango tan amplio aparecen antes y ahora desde Madonna y Britney hasta Ariana Grande y nuestra María Becerra.
Pero Taylor es otra cosa, nos dicen, y al recorrer las portadas de sus álbumes empezamos a entenderlo. Antes de escuchar sus canciones vemos que el outfit de la gran estrella pop de este tiempo también es un medio para seguir la evolución de su carrera y entender cada nuevo tiempo de cambio y evolución.
Y cuando el acercamiento al mundo Taylor se hace todavía más preciso y exhaustivo aparecen otras dimensiones valiosas, que solo pueden comprenderse en toda su magnitud después de un fecundo diálogo intergeneracional. La primera clave es estrictamente musical. Una generación con oído abierto al recorrido entre los géneros fundamentales de la música anglosajona de las últimas décadas reconocerá en Taylor como parte de una larga tradición de voces dispuestas a no aferrarse a ninguna frontera o esquematismo.
Amplio repertorio
En el repertorio de Swift conviven el country, el folk, la balada, el rock, el pop. “Si a Charly le gustaban esos raros peinados nuevos, a mí me gustan todas esas chicas jóvenes que cantan: Taylor Swift, Dua Lipa, Billie Eilish y Olivia Rodrigo, que sacó un discazo llamado Guts. Pop moderno muy bien hecho e inspirado”, escribió en su cuenta de X (ex Twitter) el crítico musical y escritor Sergio Marchi, sagaz biógrafo de algunos de los grandes nombres del rock argentino. A ciertas generaciones tal vez no les digan nada nombres como Gracie Adams, Phoebe Bridgers y hasta Sabrina Carpenter (en caso de que no la hayan visto con sus hijos en alguna serie de Disney), voces que vienen acompañando a Swift en distintos tramos de su reciente camino.
Todo esto nos dice que la música de Taylor puede bailarse, pero sobre todo puede escucharse. Algunas de sus canciones seguramente quedarán con el tiempo inscriptas en los próximos capítulos de la historia del songbook americano. Y no serán efímeras, como ocurre en el caso de otras expresiones descartables que siguen de moda, con el reggaetón a la cabeza.
Si un padre escucha a la par de su hija swiftie las canciones que sonaron este fin de semana en River, se asomará a un cuestionario bastante amplio. Descubrirá la perplejidad que tiene cualquier chica con ganas de cambiar el mundo frente a la política, y sobre todo a las preguntas sobre los alcances del compromiso y la participación. Entenderá mejor todo lo que significa el apoyo a las causas relacionadas con la diversidad. Y verá que en esas letras hay varias hojas de ruta para acompañar momentos esenciales: una pérdida, un enamoramiento, una ruptura, un viaje, el desapego. También cuestiones relacionadas con la independencia y la afirmación de un criterio propio: es lo que Swift hace al reescribir todo ese largo tramo de su carrera y de su catálogo que estuvo durante mucho tiempo en manos ajenas.
Si sabemos ver estas señales, los que tenemos en casa a alguna “swiftie” entenderemos por fin que Taylor Swift está invitando a sus seguidores a crecer junto a ella.
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