La mujer en la pared: un relato inquietante que no descansa hasta su resolución
Con una estética sombría y cercana al terror, la nueva serie de Paramount+ está basada en casos reales ocurridos en Irlanda hasta los años 90
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La mujer en la pared (The Woman in the Wall, Reino Unido/2023). Creador: Joe Murtagh. Elenco: Ruth Wilson, Daryl McCormack, Simon Delaney, Hilda Fay, Philippa Dune, Mark Huberman. Disponible en: Paramount +. Nuestra opinión: muy buena.
En las colinas de Irlanda, entre el susurro del viento y una voz que conjura una oración, una mujer vestida de blanco aparece dormida en una ruta desierta. A su lado las vacas deambulan, se acercan a ella con curiosidad y algo de inquietud. De fondo se escucha: “No te pares ante mi tumba a llorar. No estoy allí”. La mujer es Lorna Brady (Ruth Wilson), una habitante del pequeño poblado de Kilkinure, regido por las campanadas de la iglesia y el recuerdo del convento de las Hermanas de los Siete Gozos. Para muchos, Lorna es “la loca del pueblo”, una costurera que camina por las noches como sonámbula sin recordar donde estuvo. Para otros, los que se animan a hablar de ello, Lorna es una sobreviviente. Embarazada en su adolescencia, fue enviada al convento por sus padres, bajo la tutela del Padre Percy, para ocultar la pretendida vergüenza. Allí dio a luz a una niña que le fue arrebatada. Ahora, el padre Percy ha sido asesinado.
Creada por Joe Murtagh y producida por la BBC (emitida a partir del 20 de enero por Paramount+), La mujer en la pared está inspirada en historias reales que ocurrieron en Irlanda hasta el cierre de la última “lavandería” de las Magdalenas en 1996. Así se llamaban a los asilos que acogían a mujeres -la mayoría adolescentes- hasta el parto y luego daban en adopción a los bebés. La fachada era una lavandería donde las embarazadas trabajaban por su sustento a cargo de las monjas, las mismas que luego gestionaban las adopciones ilegales. Ese es el marco del relato, construido a partir del trasfondo de la investigación del asesinato del padre Percy. A cargo de la pesquisa está el joven detective Colman Akande (Daryl McCormak), enviado desde Dublín hasta Kilkinure para llegar a la verdad. Su único colaborador será el sargento Massey (Simon Delaney), un veterano policía del lugar que no quiere remover viejas heridas ni sacar a la luz los oscuros secretos del pueblo.
Un juego gótico
Lo interesante de la apuesta de Murtagh es que la miniserie no se construye como un policial convencional, ni asume la estética realista del reportaje periodístico, tan asimilado por el true crime, sino que elige los aires opacos del gótico, sembrando en su juego narrativo más sombras que luces. Así la estructura argumental se divide en dos: por un lado, la investigación de Akande en el pueblo, que implica tejer la conexión de Percy con Kilkinure, el hallazgo del auto del sacerdote y su posterior incendio, y la misteriosa desaparición de una antigua monja que puede saber algo del crimen; y, por el otro, el derrotero de Lorna, sinuoso entre las pocas horas de su vigilia y los recurrentes sueños que la sumergen en el sonambulismo. Una vez tras otra, Lorna recorre el pueblo como posesa, aguijoneada por la intriga sobre el paradero de su beba arrebatada y también por una furia que no parece tener descanso.
Dirigidos por Harry Wootliff y Rachna Suri, los episodios conjugan su estética sombría y lindante con el terror con un retrato casi medieval de la Irlanda del 2015, concentrada en esas construcciones abandonadas donde aguardan las repuestas al misterio. Como un pueblo fantasma, signado por funerales recurrentes, mujeres que claman por justicia y un pasado que impregna el territorio de silencio y vergüenza, Kilkinure se convierte en el teatro de un enigma que no se agota en la investigación de Akande, ni en sus intentos de acomodar su propia memoria de niño abandonado, sino que se expande con cada nuevo cadáver. Los ambientes en penumbra, las tensiones cromáticas entre los rojos de las pesadillas y el tono ocre constante en los interiores, y las elipsis que desarman la frágil memoria de Lorna, consolidan un relato lleno de vericuetos, de respuestas postergadas, pero sobre todo de un ánimo inquietante que no descansa hasta la resolución.
Pero lo mejor de La mujer en la pared es la extraordinaria actuación de Ruth Wilson, una actriz a menudo encasillada en papeles de mujer sexy o villana misteriosa que aquí revela un costado vulnerable escondido bajo una máscara de locura y desazón. La dolorosa tragedia de su personaje, agravada por la imposibilidad de reconstruir ese pasado que la mortifica, se magnifica ante la falta de control sobre su cuerpo, que la lleva en sueños tras los pasos de su maternidad perdida. En clave gótica y fantasmal, Wilson condensa lo esencial de una alienación que transmite con claridad el rápido resquebrajamiento de toda normalidad posible para Lorna. Nada de su mundo queda en pie porque todo lo que una vez quiso, incluso Dios, parece dispuesto a confirmarle que está desamparada. Solo le queda acercarse a la verdad, por más doloroso que sea el camino.
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