La muerte de Gabo Ferro: la última entrevista del artista en LA NACION
Muchas fueron las ocasiones que LA NACION estuvo cara a cara con Gabo Ferro, artista que murió hoy a los 54 años (la causa aun no fue informada). Entrevistarlo, escucharlo, siempre fue un placer. Un artista que respondñia "sin cassette", con el corazón y sus verdades a flor de piel. Siempre inquieto. Siempre distinto. A continuación reproducimos una de las últimas conversaciones con él:
Nació en el barrio de Mataderos en 1965, de padre socialista y madre peronista, "de Eva Perón", aclara. Una vez que terminó la escuela secundaria, comenzó a estudiar la carrera de Psicología, que abandonó por la música. Formó la emblemática banda Porco, de hardcore, e integró el colectivo Verbonautas, donde había poetas como Vicente Luy y músicos como Palo Pandolfo. Una vez que Porco se disolvió, se abocó por siete años a la carrera de Historia. Hasta ahora tiene dos ensayos publicados: Barbarie y Civilización. Sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Rosas (2008), por el que recibió la Mención Honorífica del Fondo Nacional de las Artes, y Degenerados, anormales y delincuentes. Gestos entre ciencia, política y representaciones en el caso argentino (2010). Actualmente, bajo la guía de José Emilio Burucúa y Pablo Ansolabehere, a los que considera sus maestros, trabaja en un libro sobre el puñal, el degüello y la cabeza degollada como elementos de las narrativas históricas en épocas de Juan Manuel de Rosas. Es autor de un libro de poemas escritos con el formato de recetas de pócimas y encantamientos, y colabora asiduamente con creadores de disciplinas como el teatro, la ópera y la danza.
Ferro se mudó hace poco a la que fue la última casa de Leonardo Favio. Donde había un espacio para la oración, él construyó una sala de estar con vistas a un jardín recoleto y, detrás, los edificios y el cielo porteño atravesados de cables. Reconocido por su voz, que se transforma de acuerdo al repertorio elegido, el cantante grabó varios discos solistas y otros tantos en colaboración con artistas de procedencias diversas: Luciana Jury, Pablo Ramos, Flopa y Ral Veroni, Sergio Ch. y Juan Carlos Tolosa. Ahora prepara un concierto con temas de cancionistas argentinas como Tita Merello, Tania y Ada Falcón. "Será un recital en femenino", cuenta. Hoy a las 20.30, en el ND Teatro, celebra con su público los diez años de su cuarto disco solista, Amar temer partir.
–¿El puñal y el degüello aparecen muy seguido en las ficciones argentinas del siglo XIX?
–No solo aparecen sino que están todo el tiempo activos. Ahora mismo estoy escribiendo sobre una colección de cuchillos que se vende en quioscos de diarios y que se agotó. El cuchillo sigue siendo un símbolo de la Argentina. El artista Luis Benedit, antes de morir, trabajó mucho con la figura del cuchillo. El cuchillo como instrumento pero además el puñal como figura en Borges, Lugones, Martínez Estrada, hay una enorme cantidad de activaciones que se dan en la figura del puñal como símbolo. En Borges está todo.
–¿Qué simboliza el cuchillo?
–Es la ortopedia del argentino. El puñal es la ortopedia primera. En el estudio hago la comparación entre el degüello argentino y la decapitación para el caso francés, que ocurren en tiempo real, y se ve esa cuestión de cómo la decapitación es una práctica "civilizada" de alguien que pasó por un juicio y que un verdugo anónimo ejecuta, sin dolor pretendidamente, a una persona declarada culpable, mientras que acá el degüello tenía una carga muy fuerte. Trabajé con la versión de El matadero que hicieron Marcia Schvartz y Fernando Bedoya, que tenía esa lucha cuerpo a cuerpo, homoerótica, del mataderense. El degüello es íntimo, con calor, con gemidos. William Henry Hudson narra un episodio muy intenso en uno de sus libros.
–¿Cómo historiador te interesó siempre el rosismo?
–Mis estudios más profundos tienen que ver con la primera mitad del siglo XIX. Aunque tengo un trabajo sobre inicios del XX, no es donde me siento más a gusto. Me siento más cómodo con el siglo XIX, en parte porque está lejos. Todo empezó cuando quise estudiar el peronismo; creí entonces que debía empezar por Rosas, que me pareció infinito, y me terminé quedando en Rosas.
–¿Al mismo tiempo que desarrollabas tu formación académica trabajabas en tu vocación artística?
–En mi juventud estaba con la banda Porco, de hardcore. Había que ser hardcore en los años 90. Vimos que los lugares de éxito o de llegada en esa época tenían que ser de cierta manera y eso no llegaba. Nos iba bien, ganábamos bienales pero no entramos a una compañía grande. Dejé y me dediqué a estudiar. Regalé mis discos, vendí mi guitarra, mi micrófono, y me dediqué a estudiar de lunes a lunes con mucha alegría. Cursaba mucho y me hacía bien. Me gusta estudiar. Es un lugar de sosiego en el que siento que nada malo me puede ocurrir.
–¿Y seguís estudiando ahora?
–Solo, además de mis encuentros con Gastón Burucúa y con Pablo Ansolabehere. O con Rubén Szuchmacher. Cuando Rubén me dirigió para la ópera de 2014, él fue mi maestro. Cuando trabajé con Emilio García Wehbi para la primera Bienal de Performance, Emilio se convirtió en mi maestro. O Haydeé Schvartz, cuando preparamos para el CETC dos temporadas del Festival John Cage. Siempre entro de manera informal en la música del siglo XX y en compositores como Luciano Berio, Béla Bartók o Gerardo Gandini.
–¿Cómo son esos estudios de música contemporánea?
–Cuando la escucho, no siento que esté estudiando, sino revisando, viendo por dónde sí por dónde no, qué me conmueve o no. En el caso del estudio de la música, siento que el intérprete debe ser un cocreador. Por eso no permito que se versionen mis canciones; no autorizo las versiones que me llegan porque siento que no hay coautoría en lo que escucho. La materia compuesta por el autor debe ser vuelta a componer por el intérprete.
–¿Te resulta sencillo trabajar en diferentes disciplinas como el teatro, la canción popular, la ópera y la performance?
–Algún community manager podría decirme que así no se trabaja, de manera tan diversa. Me diría que tengo que enfocarme en una sola cosa, pero mi idea del éxito es otra. Es poder transitar este camino de la manera en que sienta el efecto del éxito según lo entiendo yo. Trabajar con gente como con la que trabajo y hacer las cosas que me proponen me permiten crecer.
–Tu manera de cantar es muy significativa, tu estilo se podría definir por el uso de la voz.
–Es mi punta de lanza de una puesta en crisis del canon de belleza. Para mí, la voz es una manifestación de la literatura, en el caso de que haya una literatura que acompañar. No puedo cantar la palabra "dolor" de manera afinada, sino con un grito o la voz quebrada o un suspiro. En el caso de mis canciones, hago eso. Estudio con maestros para lograr eso. Me interesa aquello que no está relacionado con la belleza pero que sí está relacionado con el bien. Mi norte no es agradar. Sé cantar afinado o plácido al oído, pero hay cosas que no pueden ser cantadas así.
–Tus canciones están asociadas con el universo de las reivindicaciones feministas y de las comunidades LGBT.
–Siempre pensé que la cultura de la canción y del rock desatendían tres políticas: la de género, la de raza y la de clase. Ahora trabajo sobre la obra de cancionistas mujeres: Ada Falcón, Mercedes Simone, Rosita Quiroga, Libertad Lamarque. Tienen un repertorio que es un milagro. Tengo unas ganas locas de hacer un concierto exclusivamente en femenino con sus canciones. En mi generación, cuando te trataban en femenino era un insulto o una burla, pero ahora lo consideramos un halago, un gesto de confianza. Algunas feministas me dicen "la Gabo". Es un halago.
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