Una pequeña anécdota puede ilustrar el sentido de este texto sobre el personaje en cuestión. César González es un joven escritor, poeta y cineasta. Vive en el barrio Carlos Gardel, desde siempre "la Gardel" (o "la Charly") de El Palomar, cerca del gigantesco Hospital Posadas. En una de las dos largas y estimulantes conversaciones (virtuales, como casi todo lo que sucede aquí y ahora), relató cómo fue que llegamos a poder dialogar a pantalla partida. Leer con atención implica acercarse, al menos, a entender un poco de lo que aquí se está hablando.
"Creo que mi caso sería una miniatura del tamaño de una molécula de la historia de Rosa Parks y los derechos civiles en Estados Unidos. La señora dijo ‘no me levanto de mi asiento’ y después vino lo que vino. Ayer le comentaba a mi hermano de esto porque hablábamos de que alguien del barrio quería tener conexión a Internet. Acá es así. De entrada, te rechazan todas las empresas. El escudo técnico es que ‘el área no tiene cobertura’. Mentira, esta es una zona urbana a 2 kilómetros de Capital. Durante años todas las compañías me decían lo mismo. Me las arreglé para tener de alguna forma porque la necesitaba para trabajar, es parte de nuestra vida. Pero, así fuera para el ocio total, da igual... Una vez vino un operario y me conectó a una señal de muy baja potencia. Dije ‘bueno, peor es nada...’. Fue un hombre muy generoso, aunque terminó pidiéndome que no cuente lo que había hecho. ¡Me sentía subversivo! Esa conexión, para cierta demanda de reproducción, no servía. Me cansé, empecé a llamar y todos me decían lo mismo. Perdí un montón de tiempo con esta gestión, escribí a los CM de Twitter y Facebook: les terminé diciendo que iba a comunicarlo públicamente, que iba a ir hasta las últimas consecuencias porque lo consideraba un acto de discriminación. Finalmente lo logré, aunque la conectaron casi de manera clandestina. Los que vinieron me dijeron ‘vamos a hacer una excepción’. Eran dos pibes, como decimos acá en joda, ‘más negros que cualquiera de nosotros’. Y lo mismo, me dijeron ‘mirá que a nosotros no nos avisaron que era para la Gardel’. Les pedí que me dieran su nombre y apellido porque tenía que contar eso. Se miraron porque no esperaban que alguien de la villa se plantara así, solo. Me miraban onda ‘este debe ser alguien’. Ahí ellos mismos me empezaron a contar cómo los forrean sus patrones y terminamos tomando una Coca y fumando un porro. A veces pienso que cosas así forman parte de una lucha absurda. Pero ahora tengo banda ancha y todo por una pequeña guerra que pude ganar".
Sabe de lo que habla. En casi tres décadas de vida esta no fue su primera "pequeña guerra". Suma victorias, empates y derrotas, pero está de pie. Su historia es más o menos conocida en ambientes culturales progres de Buenos Aires y alrededores: barrio pobre (villa, según el estereotipo lingüístico argentino), padre borrado, madre a cargo, drogas, delincuencia juvenil, unos cuantos balazos policiales en el cuerpo, un paso en falso con la ley y adentro, a recorrer correccionales en una dolorosa gira de casi cinco años. Algunas menciones de ese momento, son suficientes. Del tiempo en la cárcel, afirma, aprendió "el horror de lo que es capaz el ser humano. Es un lugar macabro, lleno de dolor. Ahí aprendí sobre la maldad de la que se puede ser capaz. Y que todo eso se transforma en una maquinaria, una institución que integra parte del mundo en el que vivimos. Vi y viví situaciones de violencia que terminaron por generarme un miedo gigante. Haría terapia si tuviera plata para pagarla, por ahora lo pienso conmigo mismo". Puede percibirse la marca que aún perdura. "La cárcel es un sueño recurrente, el más recurrente que tengo. La cárcel y trenes. Salí hace diez años, tiempo suficiente para que el inconsciente me deje de joder. Pero no es fácil".
Hace exactamente una década el periodista Pablo Perantuono contó en Rolling Stone la épica individual de este hincha de Racing que primero se hizo llamar Camilo Blajaquis, Camilo por Cienfuegos, Blajaquis por el militante peronista asesinado sobre el que contó Rodolfo Walsh en ¿Quién mató a Rosendo?. El pibe que empezó a leer vorazmente en la cárcel, se largó a escribir y después a dirigir películas. Ahora sonríe desde su colorido cuarto custodiado por los espíritus de Marx, Los Beatles, Godard y el Indio Solari, en la casa familiar de la Carlos Gardel y a través de su banda ancha.
Ya no es Camilo Blajaquis. Desde hace varios años, es –como siempre fue– César González. Dice que con esto del nombre se metió en "un lindo quilombo". "Hay gente que todavía no asocia que soy la misma persona. Eso un poco me gusta. Como gran lector de Foucault, lo asocio con temas como la identidad, destrucción y refutación de la identidad que son uno de sus grandes temas. Claro que acá, con lo que pasó durante la dictadura, es diferente: tenemos desaparecidos, nietos apropiados y todo eso... Pero que mi identidad no esté muy clara no me disgusta. ¿Por qué el seudónimo? No fue una decisión artística ni estética. Estaba preso y con mi amigo Patricio tuvimos la idea de hacer la revista Todo piola. Yo estaba en cierto conflicto con el aparato institucional penitenciario. Ya me había hecho el clic, no me callaba la boca y ahí surgió la posibilidad de empezar a publicar, en principio unos poemas. Una profesora me contó que existía la posibilidad de abrir un blog, que estaba de moda y era como una pequeña revolución: como pasar de la imprenta de Gutenberg a Internet. ‘¡Guau! Un blog’, pensé... Como si fuera un libro abierto. Pero no daba que se enterasen que lo escribía, porque ahí adentro vienen, te ahorcan, y listo: te suicidaste. Así de simple. Entonces me dije: ‘Voy a escribir bajo seudónimo para que quede más raro quién está escribiendo’. Era 2008, 2009, el auge del zurdaje que asustaba a Mirtha Legrand (risas). Se redescubrían los 70, se resignificaba la militancia. Entonces elegí como seudónimo Camilo Blajaquis. Después cuando ya estaba afuera, me agarró cierta paranoia y empecé a pensar que ya no tenía sentido. Si tengo nombre y apellido comunes, no es casual. Puede haber alguien clase media alta que se llame Juan Pérez. Me lo justifiqué desde ahí".
La obra de César incluye los libros de poesía La venganza del cordero atado (2011), Crónica de una libertad condicional (2011) y Retórica al suspiro de queja (2014); el documental Corte rancho, los cortometrajes Guachines y Truco, y las películas Diagnóstico esperanza (2013), ¿Qué puede un cuerpo? (2015), Exomologesis (2016), Atenas y Lluvia de jaulas (ambas de 2019). Su método de trabajo, dice, "es bastante simple: filmo yo y trabajo con un pequeño grupo. En cada película es fundamental Patricio Montesano, aquel profesor de magia que conocí en la cárcel. Él es asistente de dirección y participa ad honórem en preproducción, rodaje y montaje". Ensayan las escenas en su casa de la Carlos Gardel y, como parte de ese proceso, ven muchas películas. El protagonista de Lluvia de jaulas, Alan Garvey, ha sido en todos estos años su socio. "A mi entender, no solo por el afecto que le tengo, es uno de los mejores jóvenes actores de la Argentina. Hoy está encarcelado por una estúpida causa de drogas. Se crio en la calle y de ahí lo rescaté cuando tenía solo 8 años. Ahora tiene 18. Lo traje a vivir a mi casa y se formó viendo conmigo cientos de películas, teatro, danza, videoclips".
Sus guiones son "abiertos, vivos, pueden mutar durante el rodaje". La falta de presupuesto casi siempre genera discontinuidad: "Hay que filmar cuando todos tenemos el espacio y tiempo necesario. Filmar no te llena la panza. Así y todo siempre recibí una entrega total por parte de todos y todas. Reconozco que soy exigente en lo actoral y, si bien son actores profesionales, no tienen problema en plegarse a mi obsesión. Hay planos donde hicimos treinta tomas. En mis elencos hay familiares y amigos de la villa, amigos que conocí en la cárcel". También sumó el aporte de "personas que no viven en una villa y se acercaron a darme una mano. Actores de la talla de Juan Minujin y Sofía Gala, por ejemplo". Como director, su método de trabajo es "abierto y conciso. Quiero que la cámara transmita la vitalidad de los jóvenes de los barrios populares, que encarne en esa vitalidad y no solo la observe".
César es escritor, pero sobre todo es director de cine. Él habla de "oficios" e inicia enseguida un monólogo que termina de revelar su verdadero romance. "Amo al cine por sobre todas las cosas. El acto cinematográfico es lo que más me conmueve. Por algo cuan do salí en 2010 a los dos meses publiqué un libro y a los tres, hice un cortometraje. En la cárcel ya había hecho, como podía, tres cortos caseros con la técnica de stop motion. Alguna gente cree que uno se choca con algo y se ilumina. Creen que eso vino después de salir. A mí siempre me fascinó el cine. Lo que ahora me pasa con Internet me pasó con el cable cuando era un nene. Con un amigo nos fuimos una madrugada, nos colgamos y trajimos un cable para la villa. Tenía 8 o 9 años. Gracias al cable descubrí un montón de películas. Tengo el recuerdo de tener 11 años, y después de que mi mamá salió de la cárcel, ver películas con ella. Capaz que los otros pibes se iban a jugar a la pelota y yo me quedaba a ver una película un domingo a las tres de la tarde. Tengo mucha base de cine de Hollywood, pero ahora soy más de Godard, ese palo… Claro, de ahí a haber dicho ‘cuando sea grande voy a ser director’ hay un abismo. Quienes lean esto tienen que saber cuántos pibes hay como yo, en una villa, en un barrio pobre, que no van a llegar nunca por esta sociedad que creamos. Ojalá eso mejore. Yo al menos tendría potencial para trabajar en el área del cine, pero casi me matan a los 15 años porque salí a chorear".
Su película más reciente, Lluvia de jaulas (disponible para alquilar en Vimeo), es impresionante. Sensorial, emotiva a través de una depurada y austera narrativa, cuenta a quien esté interesado en verla en la comodidad de su hogar calefaccionado y conectado cómo es vivir en la Carlos Gardel. Hay un pibe que viaja en tren, llega a la estación de la gran ciudad y se larga a caminar por ahí. Hay una pareja con hijos chiquitos que comparte una cena con amigos. Una abuela que se mueve lento y cocina con una sonrisa. Hay un poético picado en una cancha inundada y bajo una lluvia impiadosa que, aun así, destila alegría. Pibes que arman y fuman nevados en la vereda. Planos de monoblocks y escaleras, autos abandonados y desguazados, una noche de tormenta y viento. Un allanamiento de la policía ambientado con una cita de Marx: "El delito es parte de la división social del trabajo" (con "imágenes tomadas de una página oficial de la policía", aclara la voz en off). César dice en Tierra en trance, su programa en Radio Provincia (AM 1270): "El imaginario social tiende a creer que la villa es un ente omnipresente en su homogeneidad conceptual, formateada. Es LA villa, y en todas las villas es lo mismo. No es así, cada barrio es distinto".
Con el impacto de Lluvia de jaulas César debe ser considerado –sin temor a la exageración– uno de los más relevantes cineastas argentinos de este tiempo. Él dice de su obra audiovisual que "es una especie de collage cinematográfico, poesía visual sobre la juventud villera, en relación con su mundo y con el mundo exterior. No es ficción, está más cerca del registro documental pero tampoco es el documental habitual. Apela a que el espectador puede dejarse llevar por algo más sensorial, sin dejar de pensar".
Un dilema que vino de otro dilema. "Estaba en un quilombo bárbaro: ¿cómo se filma la villa cuando siempre ha sido filmada con otro punto de vista? Cuando en la cabeza de millones de personas esas imágenes y sus personajes están regidas por ciertos modelos, esquemas, arquetipos, ¿cómo haces? Son imágenes ya quemadas, diría en el argot del cine. Es muy difícil que no se confundan. Bastante hay de los noticieros, programas tipo Policías en acción… Esto es distinto pero problemático: trabajar sobre imágenes casi perpetuas, que ya se dan por hechas. Parece que con un registro así no puede haber arte, un cine distinto".
Es cine distinto. Sensorial sí, triste también, y sobre todo, real. Así habla de un tramo particular del film cuando uno de los pibes relata el infierno familiar que ha vivido en un corto lapso de tiempo. "Elías, uno de los pibes que aparece, cuenta que la policía le mató a dos hermanos de 14 y 15 años. Necesitaba que se supiera eso. En la peli él baila, hace cosas alegres, pero cuando se sabe por lo que pasó… Me da un poco de esperanza, que las cosas pueden mejorar. Si no lo ponía, no se hubiese entendido". Pobreza, tristeza, esperanza, belleza. ¿En quién se piensa inmediatamente cuando se habla de estos conceptos en el cine argentino de todos los tiempos? Claro, en Leonardo Favio. Es otro tiempo, otros escenarios y otros protagonistas, pero buena parte de la melancólica intensidad que propone Lluvia de jaulas remite al director de El dependiente, Romance del Aniceto y la Francisca y Crónica de un niño solo (considerada en 2000 como la "mejor película argentina del cine sonoro" según una encuesta del Museo del Cine). Hay un hilo conductor, estético e ideológico, que vincula al mendocino descendiente de sirios, criado en un barrio pobre de Luján de Cuyo en los años 40, con el muchacho bonaerense que nació a fines de los 80 y vive todavía en la Carlos Gardel.
"Adoro a Favio, mi película favorita es El dependiente, creo que es la mejor película del cine argentino. Me encanta la reversión de Aniceto también. Favio es inevitable, pero no le perdonan que fuera peronista y un artista masivo. Mi película tiene un tono triste pero no de resignación, intenté que sea una tristeza que haga pensar. Tiene tonos menores, pero no es necesariamente para ponerse a llorar. Te pone en un estado emocional más interior. La pobreza es triste, y a la vez hay baile, hay juego, hay risas… Ojo, tampoco es que estamos cagados de hambre pero igual bailamos. No, no quiero estar más cagado de hambre. Quiero bailar sin hambre".
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