La memoria, en una velada deslumbrante
"Murx. Una velada patriótica", por la compañía Volsksbühne (Alemania). Con Magne Hovard Brekke, Susanne Düy¿lman, Olivia Grigolli, Ruede Hausermann, Uele Jaggi, André Jung, Jürg Kienberger, Hede Kipp, Klaus Mertens, Jürgen Rothert y Winfried Wagner. Escenografía y vestuario:Anna Viebrock. Dramaturgia: Matthias Lilianthal. Autor y dirección:Christoph Marthaler. Teatro San Martín. Nuestra opinión: excelente.
Después del show de Vittorio Gassman, con "Murx. Una velada patriótica", comenzó realmente el festival. En el escenario de la Martín Coronado, una escenografía hiperrealista en la que cada detalle está cuidado hasta la exasperación. Sin embargo, ¿qué es? ¿Una sala de espera de una estación de tren? ¿Un comedor de un loquero? ¿Un...? Todo eso, junto.
Mesas y, distribuidos en cada una de ellas, 11 personajes. Las mismas preguntas vuelven a plantearse y todas las respuestas son válidas. Todas.
En el fondo de ese inmenso espacio, un cartel que dice:"Para que el tiempo no se detenga". Una inscripción cuyas letras, durante los 130 minutos que dura este mazazo del teatro político, van cayendo una tras otra. Como los personajes, la frase se desintegra y quedan los restos. Como esos seres. Como el mismo lugar. Como las certezas.
Silencio. Inmovilidad o, a lo sumo, un gesto nimio que se repite. "Yo me lavo el pelo cada 3 meses", dice uno. "Si no hubieras envenenado al perro tendríamos uno", acota otra. Un personaje se corta las uñas con las dientes. El de al lado lo mira. Pero nada, ni la mirada, genera tensión. La intercomunicación es un bien ausente. Aunque en los únicos momentos en los que aparece lo coral es para cantar viejas canciones populares o melodías que remiten a la idea de nación o una de esas que forman parte del cancionero escolar. O sea, el universo del pasado lejano en estado bruto.
Cuando La Nación se entrevistó con Christoph Marthaler, el director de "Murx", en Berlín, el prestigioso puestista suizo aportó un dato fundamental: "Es mentira que los personajes no estén haciendo nada, están pensando". ¿Y qué le queda a uno como espectador?Pensarse. Permitirse esa transgresión en medio del ritmo vertiginoso actual. Yla pieza da tiempo para que eso suceda, da el silencio necesario, la quietud precisa, los disparadores perfectos.
Marthaler se apropia de la memoria y la escupe en forma fragmentaria, sin que un personaje escuche al otro, sin que se genere una historia tradicional porque todo está suspendido en el tiempo, en un pasado mental.
El director y el dramaturgista Matthias Lilienthal revisan la historia alemana en un trabajo de profundo contenido ideológico. "Cómo cuesta recordar", suspira un personaje. De todos modos, ellos superan los inconvenientes convirtiendo la historia de su país en un pradera sumamente fértil. Entre todos amasan , digieren, la conflictiva memoria alemana.
La velada del Volsksbühne
Esos seres desvencijados, de espaldas torcidas, de hombros vencidos se convierten en exponentes de los desplazados por esta globalización. Seres cuya forma de dignificarse es recordar. Por eso cantan temas que remiten a un vigor ya perdido. Por eso se juntan para interpretar un tema como "Danke" ("Gracias") que dice:"Gracias por mi puesto de trabajo. (...)Gracias por cada palabra consoladora. (...) Gracias por poder descargar todas mis preocupaciones en ti".
Una y otra vez repiten la canción hasta llegar a un registro que de, tan agudo, hiere y causa gracia a la vez. Un "Danke" que se asoma desde el grotesco para pintar un mundo de certezas inexistentes de este fin de siglo. De este mundo donde la realidad germana es tan frágil como la nuestra. Tan desvencijada como la de aquellos habitantes de la Alemania del Este que, hace 10 años, se quedaron sin tener a quién agradecerle esa cotidianidad resuelta.
¿Esto significa que el espectador local se quede afuera? Sí y no. En una escena, uno de los personajes se acerca a un horno. De allí suena una canción. Para muchos, una fuertísima metáfora sobre el exterminio nazi. Sin embargo, lo que suena es el himno de la ex RDA.En otro momento, se escucha una melodía "desde un arriba". ¿Wagner? No, Richard Clayderman. Pero el trabajo de la compañía berlinesa es tan sólido que soporta cualquier lectura. Porque la dupla Marthaler-Lilienthal no repara en ningún vericueto, en ningún barroquismo. Se sumerge en lo esencial. Como los buenos trabajos minimalistas, demuestran claridad estética sin apelar a golpes bajos emotivos.
Y para que las preguntas de esta "velada patriótica" calen hondo, Marthaler reunió a unos músicos-actores-bailarines de excepción. Los mejores instrumentos para Marthaler-puestista. Los mejores para este director de orquesta, para un observador de las conductas humanas y de otros creadores fundamentales de la escena contemporánea. Porque en "Murx" también vive Pina Bausch.
El montaje es uno de esos a los que el público local no está acostumbrado. De un valor conceptual y de una forma, de un silencio, que puede sonar extraño. "A veces, uno debe atravesar las estepas del aburrimiento para llegar a algo interesante", le gusta afirmar al dramaturgista .
Y como ocurre con las buenas preguntas, puede ser que la esencia de la "velada patriótica" se descubra al otro día, cuando bajen las mejores teclas de la razón y del cuerpo. Es más, como ocurre con los personajes, puede ser que uno termine cantando "Danke".
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