La leyenda regresa, un pequeño gran western entre las diez películas más vistas de Netflix
Rodada en plena pandemia, este film aprovecha al máximo los recursos de su austera producción para recuperar algunos viejos mitos del Lejano Oeste
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La leyenda regresa (Old Henry, Estados Unidos/2021). Dirección y guion: Potsy Ponciroli. Fotografía: John Matysiak. Música: Jordan Lehning. Edición: Jamie Kirkpatrick. Elenco: Tim Blake Nelson, Scott Haze, Stephen Dorff, Gavin Lewis, Trace Adkins. Duración: 99 minutos. Disponible en Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
Hay que darle la razón a Tim Blake Nelson cuando afirma que Old Henry es un “micro-western”. No lo dice en términos de escala o tamaño, aunque no hay dudas de que esta película entera debe haber costado menos que un episodio de 1883, otro formidable regreso reciente a las fuentes del cine del Lejano Oeste.
Lo que dice Nelson se corresponde con el concepto teórico de reducción a la unidad. El componente básico y esencial que define a una disciplina, a un ámbito de estudio o a un espacio de acción, sin el cual no tendría ni siquiera razón de ser. En la visión del actor, el componente primordial de esta película, y por extensión del western propiamente dicho, es el eterno combate entre el bien y el mal.
Un año y diez meses después de su estreno mundial, fuera de competencia, en el Festival de Venecia, Old Henry llega por fin a la Argentina a través del streaming con el rebuscado título de La leyenda regresa. Hay aquí, es cierto, un misterio a develar sobre la filiación y el pasado de su personaje protagónico, magníficamente encarnado por Nelson. Pero ese reconocimiento queda sugerido desde el título a través de una lúcida reflexión sobre el paso del tiempo y la memoria de un mundo del que solo quedan retazos, ecos perdidos, sombras que no tardarán en volverse lejano recuerdo una vez que terminen de saldarse viejas cuentas.
Estamos en 1906, por lo que Old Henry es al menos desde el calendario un western del siglo XX. Pero sus personajes centrales forman parte de la iconografía de cualquier relato prototípico del Lejano Oeste transcurrido durante la segunda mitad del siglo XIX en espacios tan característicos como el entonces Territorio de Oklahoma, donde tiene lugar la acción.
La trama es pequeña, pero se agiganta en varias dimensiones: por el sentido mítico del escenario, del lugar que ocupa cada personaje en la trama y por la conexión visible que tiene esta película con la propia memoria del western. Sobre todo en la etapa que se conoce como “crepuscular”, cuando todas las leyendas empiezan a revisarse y adquirir en medio de ese ejercicio revisionista nuevos significados y configuraciones.
Henry (el personaje de Tim Blake Nelson) es un granjero que vive modestamente del duro trabajo de la tierra y de un pequeño criadero de cerdos junto con su hijo, poco dispuesto al esfuerzo. Hay secretos guardados entre ambos y enigmas sobre el pasado de Henry que afloran de manera dramática con la aparición de un hombre moribundo, perseguido por un grupo cuyas intenciones quedan a la vista en el espléndido prólogo.
Cada uno de los personajes de Old Henry simula ser otra cosa. La verdad aparece de a poco, dosificada de manera atrapante desde el guion y la puesta en escena de Potsy Ponciroli, un nombre hasta aquí desconocido, pero a la vez dueño de un conocimiento admirable de la lógica del western y la relación de sus personajes con el ambiente. Hay claridad en Ponciroli, sobre todo, para explicar sin palabras, desde la acción, el movimiento y la simple ubicación en el cuadro, qué lleva a cada personaje a esconder secretos o querer develarlos, muchas veces en el momento menos oportuno.
No hay nostalgia vacía en los prototípicos hombres del Oeste que aparecen en Old Henry. Tampoco una espectacularidad vana en las escenas más intensas de un western duro, áspero y violento de verdad. Hay un máximo aprovechamiento de los muy austeros recursos utilizados al servicio de esta producción filmada en plena pandemia.
El director contó en Venecia que solo tenía 75 minutos disponibles para filmar la admirable secuencia del tiroteo final. Gracias a un virtuoso montaje, todo lo que pasa allí se nos revela con mucha mayor riqueza y complejidad. No tenemos en absoluto la impresión de que todo debió hacerse a las apuradas y casi sin presupuesto.
Los personajes y los escenarios son escasos, pero cada escena típica del género (cabalgatas o búsquedas a campo traviesa, emboscadas, tiroteos) muestra aquí una rara belleza visual desde la concepción hasta el desplazamiento de los personajes.
Ponciroli debe haber visto muchas veces los westerns de Clint Eastwood porque hay reminiscencias de esa historia en el comportamiento y la imagen del personaje central: el aire misterioso y fantasmal (La venganza del muerto), la purga interior de su vida pasada marcada por la violencia (Los imperdonables) y la estoica soledad frente a una amenaza colectiva (El jinete pálido).
Nelson, como dijimos más arriba, es el intérprete ideal para este relato. Lleva en la piel las huellas y las marcas del hombre que representa desde más de una perspectiva la historia más profunda de los Estados Unidos, como lo viene haciendo en relatos de otra época (La balada de Buster Scruggs, ¿Dónde estás, hermano?) o actuales ambientados en la América profunda. Y encuentra un excelente antagonista en Stephen Dorff.
La escasez suele compensarse con inspiración, conocimiento del terreno y respeto por la historia. Es lo que un viejo maestro como Walter Hill en Muerto por un dólar o la grata revelación de Potsy Ponciroli en Old Henry aportan para que el western desmienta una vez más (y van…) a quienes hoy siguen obstinados en verlo solo como una pieza de museo. Se equivocan. El Lejano Oeste siempre encontrará nuevas y atrapantes historias para llevar al cine.
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