La ley de Lydia Poët, la nueva serie de Netflix que es furor en la plataforma
Es una producción italiana, protagonizada por Matilda De Angelis
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La ley de Lidia Poët (Lidia Poët, Italia/2023). Creadores: Guido Iuculano y Davide Orsini. Elenco: Matilda De Angelis, Eduardo Scarpetta, Pier Luigi Pasino, Sinead Thornhill, Dario Aita, Sara Lazzaro, Franceso Patanè. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Hace tiempo que el policial se ha convertido en el género estrella del streaming. Ya sea nutrido por los espeluznantes casos del true crime o como estrategia para el lucimiento de estrellas que desembarcan en las plataformas convertidas en detectives, la intriga y la pesquisa han impuesto su ritmo a las narrativas contemporáneas. Eso es aún más evidente en las series de aquellos países que para ser incluidos en la oferta de las grandes firmas del streaming deben vender cierto localismo, actual o histórico, modelado en la iconografía global del misterio y la estética del vintage noir, como podríamos denominarlo en un exceso de neologismos. Eso es lo que hacen Guido Iuculano y Davide Orsini, creadores de La ley de Lidia Poët, la reciente miniserie italiana que ha escalado en el top ten de Netflix por combinar con astucia los ingredientes venerados por el algoritmo. Esos no son solo el misterio y el mandato de “basado en hechos reales”, sino también una buena dosis de romance y sexo.
El personaje estrella esta vez es la célebre abogada italiana Lidia Poët, pionera en las leyes de su país y avanzada en la lucha por el protagonismo de la mujer en el derecho a finales del siglo XIX. En la ciudad de Turín durante el reinado de los Saboya, Poët se había graduado en derecho, abandonado la casa paterna para ejercer su profesión y transitado contra viento y marea los pasillos de los tribunales defendiendo una variedad de causas perdidas. En ese instante la presenta la miniserie, joven y seductora, ataviada con sus ropas de época, sin ataduras más que la verdad detrás de las leyes y el placer del sexo sin matrimonio. Enemistada con su hermano Enrico (Pier Luigi Pasino), un prestigioso abogado integrado al sistema, libre en su pensión y sumergida en sus febriles escritos nocturnos, Lidia se estrella en el primer episodio con la revocación de su permiso para ejercer la profesión y el obligado regreso al hogar, preñado de malos recuerdos de su infancia y una impuesta convivencia fraternal.
A partir de entonces, la estructura que proponen los creadores consiste en convertir a Lidia en una especie de Sherlock Holmes protofeminista, quien ejerce la investigación bajo la supervisión de Enrico -el abogado autorizado para presentar sus casos ante los tribunales- y está dotada de un asombroso poder de observación y una moderna fe en la justicia. El equilibrio entre la Historia y la ficción es menos relevante que la amalgama entre esa estructura detectivesca y el incipiente romance de Lidia y su concuñado Jacopo (Eduardo Scarpetta), simpatizante anarquista que vive en la casa de los Poët como un periodista solterón y algo bohemio. Mundo público y privado se fusionan en esa alternancia entre investigaciones y juegos de seducción que Lidia lleva adelante con igual solvencia, dándose tiempo también para aconsejar a su sobrina adolescente sobre las posibles formas de resistencia para una mujer de su tiempo.
Si bien cada episodio expone un caso policial –el admirador de una bailarina acusado de su asesinato o una joven operaria señalada como artífice del crimen de la patrona de la fábrica-, lo que le brinda unidad a la serie es la fuerza del personaje de Lidia, enclave de resistencia en una sociedad acostumbrada a que las mujeres nunca tomen la palabra. De manera inteligente, el relato esquiva la solemnidad y relativiza la tentadora corrección de su discurso por un humor algo cáustico que recorre la relación de Lidia con los distintos hombres de su vida. Sobre todo con su hermano, que ofrece un contrapunto conservador al pulso avant garde de la joven Poët sin descuidar sus ambiciones profesionales y la integración social que esa profesión le permite.
Pero, en definitiva, lo que aparta sutilmente a la serie de la mera fórmula es el trabajo de su actriz protagonista, Matilda De Angelis, decidida a dotar de gracia y una anacrónica simpatía a un personaje que podría haber caído en una deslucida estampa histórica. Más allá del recurrente erotismo de plataforma, con sus escenas fragmentadas, a media luz y nutridas de un exploitation dictado por la evaluación de preferencias de los suscriptores (pensemos en el fenómeno de 365 días), La ley de Lidia Poët se sostiene en la funcionalidad de su personaje, forjado como la audaz conciencia de una época cuya injusticia no conduce a la aceptación sino a la consistente rebeldía. Es probable que en aquel 1883 la verdadera Lidia desconfiara del efecto a largo plazo de sus actos, pero lo interesante de esta reinvención ficcional es menos el rigor en su definición que la enseñanza del valor de su desacato, condenado en el momento y recompensado en su legado.
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