La lengua es un músculo pero el lenguaje es un virus: una desopilante sopa de palabras en escena
Autoría: Diego Carreño. Dirección: Leandro Aita. Intérprete: Diego Carreño. Voces en off: Edda Díaz, Nazareno Casero, Noelia Vittori y Diego Gentile. Escenografía y vestuario: Analía Cristina Morales. Iluminación: Víctor Chacón. Música original: Pablo Bronzini. Sonido: Marcelo Ceraolo. Sala: El camarín de las Musas (Mario Bravo 960). Funciones: sábados, a las 22. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Papeles y más papeles, por el piso, apilados y pinchados en las paredes. Una máquina de escribir sobre un escritorio con libros y más libros, en filas, desparramados. Desde abajo de esa hojarasca mecanografiada, sobresaltado por el timbre del teléfono fijo y la voz de su madre en el contestador, aparece de golpe el protagonista quien, a lo largo de una hora, expondrá las razones de su vida entre páginas. Dos retratos se recortan del papelerío que tapiza la habitación, el de sus padres y el del escritor estadounidense William Burroughs, eslabones insólitamente unidos por las vueltas caprichosas de las palabras.
Hijo grandulón de un matrimonio de apellido Parola (todos sabemos qué significa) que lo llamó con el nombre de Esperanto (como el inventado idioma universal que nunca prosperó), este verborrágico personaje prepara desde hace 24 años, en un alejado lugar en las sierras, su tesis final desarrollada a partir del planteo de Burroughs, en 1966, acerca de que “el lenguaje es un virus”, línea que titula este unipersonal humorístico estrenado en 2022, con tres años en cartel y más de cien funciones.
El autor e intérprete es Diego Carreño, dirigido hasta el año pasado por el Macoco Gabriel Wolf y desde este año por Leandro Aita. Los tres trabajan juntos hace tiempo: Carreño y Aita protagonizaron Digital Mambo y Hombres delay, con dirección de Wolf quien, a su vez, fue dirigido por Carreño en Tan solo un gesto. También trabajó con Leo Masliah y Claudio Martínez Bel: todas estas marcas aparecen en la construcción de Carreño, en la forma en que despelleja el lenguaje cotidiano para crear distancias con la naturalidad hasta convertirlo en una materia nueva, arbitraria, hasta incomprensible.
Frente al público o tomando como interlocutores a los retratos que lo acompañan, el hablante despliega su tesis a la que le falta poco finalizar, apenas unos 55 minutos para ponerla en un sobre, mandarla por correo y convertirse en Hombre de Letras. Esta vez, a diferencia de las obras anteriores, no hay nada que tenga que ver con celulares, redes sociales ni computadoras. Tampoco está situado en una analógica época anterior si no que su instrumental de trabajo obsoleto es elegido o propio de alguien alejado del mundo, un ermitaño habitante de las palabras, encerrado en su afiebrado cerebro.
La lengua es un músculo pero el lenguaje es un virus (Síntesis de una hipótesis sobre la antítesis de una tesis) pone la lupa sobre el sentido de lo que decimos. Al exacerbar la literalidad, aislada de su contexto, entra en un túnel de ecos que envuelven a quien se detiene en capas de paradojas, dudas y contradicciones. Jugar con las acepciones del diccionario en el reino del ingenio tiene un efecto humorístico cultivadísimo con celebrados ejemplos desde Les Luthiers y Leo Masliah hasta Fabio Alberti.
Definiciones de figuras retóricas (como la metáfora Pájaros de acero, título de una película de su infancia)); enumeración de palabras lindas (como “musical” porque suena musical) y feas (como “orto-pedia”); párrafos hablados con una sola vocal (“Y, difícil. Fingís dividir y dirigir. ¿Y si dividís mi chip sin dimitir mi crisis?”); dudas sin respuesta (“si choco contra un acantilado, ¿se trata de un accidente geográfico?”); y más... En fin, para emular a Carreño, podemos decir que el actor dispara imparable parado. Porque sí, hay algo de stand up en lo que hace pero es una comedia, protagonizada por un personaje que, además de reflexiones, evoca momentos pasados (por ejemplo, se transforma en el Padre Sito y da un sermón que recuerda al Peperino Pómoro de Alberti en Cha Cha Cha), actúa el “perturbador” diálogo entre Don Pepito y Don José en la canción infantil y le pone el cuerpo a frases de moda, un momento desopilante en el que desfila e interpreta modismos como “soltar”, “es un montón”, “zona de confort”, “ponele”, “se picó” o “remar en dulce de leche”.
El contestador telefónico y el tocadiscos aportan su cuota de voces, desde la madre (voz en off de Edda Díaz) y el traductor de inglés (Nazareno Casero) hasta la de su admirado escritor contracultural (Diego Gentile) que hará su devolución desde el pasado (no vamos a espoilear lo que el gurú dice).
Para seguir con el juego de la oralidad, La lengua es un músculo pero el lenguaje es un virus ha tenido y tiene un boca a boca muy exitoso que le permite continuar a lleno con el espectáculo: un texto divertido por sus ocurrencias, un actor muy cómodo en la zona del absurdo y un poderoso imán para atrapar la atención del público.
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