La influencia de Bergman
Documental. Reposición de la serie dedicada al gran director sueco
Como el dulce de leche o el colectivo, Ingmar Bergman es un invento argentino. O, por lo menos, un descubrimiento, dado que los críticos locales (argentinos y uruguayos, en verdad) fueron los primeros en postular, tras el estreno en el Festival de Punta del Este de Juventud divino tesoro (1951), al sueco como gran artista. Aunque, para ese momento, Bergman ya había dirigido diez películas, sólo tenía cierto reconocimiento en su país. En 1953, el recordado crítico Homero Alsina Thevenet publicó un extenso ensayo sobre el realizador que acaso haya sido la primera revisión integral de su obra. Recién a partir de Sonrisas de una noche de verano (1955) y El séptimo sello (1957), con las que ganó sus primeros premios en Cannes, los intelectuales europeos comenzaron a interesarse por él. En ese momento, Bergman ya era un viejo conocido para los cinéfilos de la calle Corrientes, que frecuentaban las restrospectivas organizadas por el cine Lorraine.
Esta historia, que engrosa la lista de mitos acerca de nuestra grandeza perdida, es ignorada por el resto del mundo, como demuestra el hecho que no haya ningún talento rioplatense en Trespassing Bergman (lo más cercano es el realizador Daniel Espinosa, nacido en Chile pero emigrado con meses de vida a Suecia), la serie documental que Isat vuelve a poner en el aire a partir de hoy (y durante toda la semana) acerca de la influencia de Bergman en el cine internacional.
Dividida en seis episodios, cada uno sobre de uno de los temas que los realizadores consideran centrales (aventura, miedo, muerte, alienación, silencio y comedia), el programa recopila la opinión de un grupo muy diverso de actores y directores. Entre los entrevistados están Martin Scorsese, John Landis, Takeshi Kitano, Wes Craven, Woody Allen, Zhang Yimou, Ridley Scott, Francis Coppola, Robert de Niro y Wes Anderson. Muchos de ellos son invitados a explorar la videoteca, igualmente diversa, que se conserva en el último hogar del realizador, en la isla de Faro. Con más de 1700 VHS, la colección de Bergman es casi un videoclub de barrio: tiene títulos predecibles como La Pianista (en uno de los episodios, Michael Haneke se saca una foto, orgulloso, con la copia de Bergman de su film) y otros inimaginables como Cocodrilo Dundee o Cocoon. Es una sorpresa que el más serio de los realizadores sea, a la vez, un espectador tan ávido y desprejuiciado, aunque no tanto si se considera que parte de su obra es una añoranza de la efímera felicidad de la juventud: entre la angustia por el silencio de Dios y el fracaso del amor, la obra de Bergman es también un canto de amor al cine que descubrió en su infancia.
Las opiniones de los entrevistados son cautivantes (las anécdotas de Isabella Rossellini acerca de las discusiones del director con Ingrid Bergman, durante el rodaje de Sonata otonal) y entretenidas (Lars von Trier relata historias incomprobables acerca de la sexualidad explosiva del realizador), pero también las hay totalmente inanes. El mayor defecto de la serie, volviendo a la objeción inicial, es que, a veces, los realizadores parecen más interesados en sumar figuras reconocidas que testimonios analíticos que puedan aportar una mirada crítica sobre el autor de Persona. De todos modos, es una puerta de entrada extraordinaria al trabajo, que ya va injustamente quedando en el olvido, de uno de los artistas fundamentales de la segunda mitad del siglo XX.
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