La importancia de llamarse Oscar Wilde
Jane Francesca Elgee dió a luz el 16 de octubre de 1854 a su segundo hijo, Oscar Fingal O´Flahertie Wills Wilde, quien más tarde se convirtió en el reconocido escritor Oscar Wilde.
En sus propias palabras, este cambio se debería a que: "Un nombre destinado a estar en boca de todos no debe ser excesivamente largo. Sale demasiado caro en los anuncios publicitarios".
Desde joven, Wilde supo que no pasaría simplemente por la vida, sino que dejaría una huella. "Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo" y Wilde no se resignó a esta última opción, aunque la intensidad de su vida lo llevara al abismo.
Desde su época de estudiante, tanto en el Trinity College dublinés como en Oxford, supo adquirir notoriedad por su genio y excentricidades. En 1881, publicó su libro "Poemas" que le brindó cierto prestigio. Luego, viajó a América para realizar conferencias sobre estética. Su estada por esas tierras tampoco pasó inadvertida. Un año después, se embarcaba rumbo a París, donde nuevamente lograba la atención y el respeto del círculo literario. Pero mientras adquiría nuevos admiradores se sumaban detractores.
Los escritores W. B. Yeats y André Gide coincidían en el talento del autor irlandés. "Jamás he oído hablar a alguien con tanta perfección, como si hubiera escrito todas sus frases durante una trabajosa y larga noche, pero al mismo tiempo tan espontáneas", dijo Yeats sobre Wilde. En tanto, Gide expresó "Wilde no conversaba, narraba".
En 1884, el célebre escritor, para quien la fama no siempre se traducía en dinero, se casó con Constance Lloyd. Desde su punto de vista, la dama se empezó marchitar cuando quedó embarazada por primera vez, aunque esto no fue un impedimento para tener un segundo hijo. "Cuando me casé, mi esposa era una hermosa muchacha blanca y esbelta como un lirio, de ojos vivos y risa contagiosa como la música. Al cabo de un año, el encanto de aquella flor se había desvanecido; se había convertido en algo pesado, informe y deforme... Intenté ser amable, me esforcé por tocarla y besarla... recordarlo resulta verdaderamente desagradable... me lavaba la boca y abría la ventana para enjuagar mis labios con el aire puro", expresó Wilde sobre la joven.
El esplendor
En la última década del siglo XIX, Wilde llegó a la cima de su éxito. Fue en ese período que se publicaron sus piezas teatrales "El abanico de lady Windermere", "Una mujer sin importancia", "Un marido ideal" y "La importancia de llamarse Ernesto". El público inglés aclamó su talento.
Pero es en esta misma época fructífera cuando inicia la relación amorosa que lo llevaría directo a la cárcel. En el verano de 1891, por medio de un conocido en común, Wilde conoció a Alfred Douglas, apodado Bosie, de quien se enamoraría. El joven de una belleza angelical contradecía su fuerte y caprichoso carácter. A ambos le gustaba la buena vida, pero era Wilde quien la pagaba. Juntos supieron divertirse y protagonizar escándalos.
El padre de Bosie, el marqués de Queensbery, nunca aceptó al amigo de su hijo y horrorizado por el qué dirán finalmente acusó al escritor de sodomita.
Amigos del escritor le aconsejaron no presentarse al juicio y viajar, pero esto no era una opción para Wilde. "Decidí que era más noble y más hermoso quedarme... No quería que me llamasen cobarde ni desertor. Los disfraces, los nombres falsos, una vida de persecución, no están hechos para mí", aseguró.
Pese a su grandilocuencia, Wilde no logró convencer al jurado de su inocencia. Sin embargo, nadie esperó el funesto resultado legal y el escarnio público que significó. Fue condenado a dos años de trabajos forzados.
Un tal Sebastián Melmoth
Sólo tres años vivió tras salir de la prisión. Wilde cambió su nombre por Sebastián Melmoth en honor al personaje de una novela de Charles Maturin. Pese a las advertencias de sus allegados, se reencontró con Bosie, pero ya ninguno de los dos era el mismo.
Sus últimos días los pasó vagando por diferentes lugares, pero sin lograr reponerse del encierro. Esa trágica experiencia lo motivó para escribir "Balada de la cárcel de Reading" y la póstuma "De profundis", que publicó uno de sus hijos.
El 30 de noviembre de 1900 una meningitis enterró al dramaturgo de 46 años. Años después, logró convertirse en un clásico al ser rescatado por el público alemán de la deshonra y el olvido al que había sido sometido tras el juicio.
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