La historia real detrás de Mank, Orson Welles y una obra maestra: El ciudadano
El célebre episodio de La guerra de los mundos y el terror de los radioescuchas que creyeron en una invasión marciana a partir de la transmisión de la CBS en la voz de Orson Welles y el equipo del Mercury Theatre no solo se convirtió en un hito de la radiofonía sino en el preámbulo para la llegada del niño prodigio a Hollywood. Welles ya era considerado un innovador desde sus tiempos mozos en Dublín, luego afirmó esa fama con su feroz abordaje de la sátira en el Federal Theatre de Nueva York bajo el padrinazgo de John Houseman y las políticas rooseveltianas, y por último cosechó elogios y asombros por sus extravagantes puestas teatrales con el Mercury Theatre, su compañía estrella, cultora de Shakespeare y de su temprano genio teatral de solo 23 años, el mismo que sorprendería a todos con la controvertida adaptación radial del clásico de H. G. Wells y poco más tarde en el cine con El ciudadano, cuya génesis y mítico rodaje es el eje de la trama de Mank, el film de David Fincher que se estrena el viernes 4 en Netflix.
La llegada a Hollywood
Cuando el 29 de octubre de 1938 Orson Welles relataba una imaginaria invasión marciana a Nueva Jersey no solo agitaba los fantasmas de la histeria popular por el clima bélico en Europa, sino que convencía a empresarios cinematográficos reacios al riesgo de que había alguien por quien valía la pena elevar sus apuestas. Mientras el suceso lo convertía en una celebridad nacional, Hollywood se rendía a sus pies y George Schaeffer, el presidente de la RKO, le ofrecía un contrato insuperable. "Welles –relata André Bazin en su libro Orson Welles– estaba decidido a obtener aquello que más horrorizaba a Hollywood: libertad. Por ello consiguió, en agosto de 1939, un contrato insólito en los anales de Hollywood: se estipulaba que debía filmar una película al año, como productor, director, guionista o intérprete, o todo eso al mismo tiempo. Se le reservaba un 20% de los beneficios brutos de cada estreno y un anticipo de 150.000 dólares". Como cuenta el escritor Richard France en el documental de Michael Epstein, La batalla por El ciudadano (1996), Welles llegó a Hollywood en el pico de su popularidad y, al mismo tiempo, despertó rencores en la prensa de Los Ángeles debido a su soberbia, burlas por su aspecto juvenil y la barba crecida en los ávidos caricaturistas, y comentarios mordaces en la gente de la industria. Había llegado el enfant terrible que estaba dispuesto a tomar por asalto la meca del cine.
"El contrato de Welles representaba todo aquello que la gente de Hollywood mataría por tener y se lo daban a un actor de radio y productor de teatro de 25 años, que llegó fumando una pipa, con la barba larga y una actitud despreocupada. Lo odiaron desde el día en que puso un pie en el aeropuerto", recuerda Peter Bogdanovich, crítico, director y autor del libro Ciudadano Welles. Welles sorteó los chismes y las expectativas refugiándose en una lujosa villa en la cima de Brentwood Hills mientras preparaba la adaptación de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Se dijo que sería una película revolucionaria con la cámara en el lugar del narrador, se hicieron pruebas con el equipo técnico y los actores, todo parecía listo para comenzar el rodaje hasta que el estallido de la Segunda Guerra Mundial privó a la RKO del mercado europeo y la perspectiva de invertir un millón de dólares se hizo inviable. Luego de la desilusión, Welles conversó con Schaefer sobre la adaptación de una historia policial más clásica, The Smiler With a Knife, un divertido ejercicio literario del poeta inglés Cecil Day-Lewis, que no llegó a pasar la etapa de preproducción debido a los reparos que ofrecía ese Welles altanero e inexperto. Así fue como, ante el apremio del tiempo y la necesidad de una historia que resultara viable, llegó a manos de Welles el guion de Herman J. Mankiewicz, inspirado en la vida del magnate William Randolph Hearst.
"Mank", como se lo apodaba a Mankiewicz, conocía los entretelones de Hollywood y era uno de los asiduos invitados al palacio de San Simeon, fortaleza creada por Hearst para su amante de siempre, Marion Davies. La memoria de aquellas exuberantes fiestas se filtró en la escritura de Mank con el aire irreverente que le brindaban el alcohol y su condición de outsider, sumado a sus resquemores con Hollywood, a su desencanto con el cine que allí se celebraba, comandado por el dinero y las apariencias, y su pluma insidiosa se convirtió en el medio perfecto para que Welles concibiera su primera película para la RKO. La autoría de aquel guion fue tema de controversia a lo largo de los años: la crítica Pauline Kael demolió en su ensayo Raising Kane las pretensiones autorales que Welles había cimentado bajo el auspicio de Bazin y sus discípulos de la revista Cahiers du Cinema; encendidas defensas de la figura de Welles llegaron desde las voces del crítico Andrew Sarris y el mismísimo Bogdanovich, quienes restituyeron el peso de Welles en el resultado final; hubo idas y vueltas, relecturas a lo largo de los años, disputas, maquinaciones. Lo cierto es que para la primavera boreal de 1940 Orson Welles, John Houseman y Mankiewicz dieron forma al guion definitivo y comenzaron los preparativos del rodaje de El ciudadano.
Un rodaje bajo absoluto secreto
"Este es el más hermoso tren eléctrico que cualquier chico podría soñar" fue la frase de Orson Welles al visitar por primera vez los estudios de la RKO. El inicio del rodaje oficial fue anunciado a toda la prensa para el 30 de julio de 1940 –hoy se sabe que los días previos Welles había filmado algunas escenas bajo la apariencia de "pruebas" y luego formaron parte del metraje original– y ese día el Motion Picture Herald publicaba: "Silencio, el genio trabaja". Durante un año de inactividad desde su llegada a Hollywood, Welles había alternado la gestación de proyectos frustrados, las salidas nocturnas con los miembros del Mercury Theatre y las fiestas con Dolores del Río con el aprendizaje técnico de la dinámica de las cámaras, las luces y todos los aspectos que desconocía del cine. Todo estaba envuelto en el más absoluto secretismo. "Es conocida la anécdota del comando de productores del estudio que, animándose a entrar en el set durante el rodaje, encontraron a los actores preparándose para jugar al béisbol por órdenes del director", recordaba Bazin en su libro. Más allá de las peculiaridades del rodaje, que no incluía grandes estrellas y cuyas hazañas estéticas comandadas por el director de fotografía Gregg Toland todavía eran un misterio, lo que despertaba interés mediático era la naturaleza escandalosa de la historia. Los rumores que aseguraban que se filmaba una biografía no autorizada de William Hearst, con sus diarios y sus palacios, sus frustradas ambiciones políticas y su excéntrica vida social, comenzaban a llegar a oídos cada vez más cercanos al magnate de los medios.
"Mi padre era básicamente un reportero –recuerda Frank, el hijo de Mankiewicz, en La batalla por El ciudadano-, así que básicamente así es como observaba la vida, como algo que podía ser relatado como una anécdota maravillosa. Durante veinte años había escrito la historia de Hearst en su cabeza". Nacida de la memoria fabulada de Mank (interpretado por Gary Oldman en la película de Fincher), la versión primitiva de El ciudadano representaba la perfecta saga americana, aquella en la que un genio destruye todo a su paso, incluso a sí mismo. Pero cuanto más se acercaba el ficcional Charles Foster Kane a su forma definitiva, más asumía los rasgos biográficos del propio Welles: la obsesión con la infancia debido a la pérdida temprana de sus padres, la mirada crítica respecto a la sociedad norteamericana. Esa apropiación le permitió al director una conexión más íntima con la historia y al mismo tiempo despistar a los sabuesos que olían el peligro de una mordaz exposición de la vida privada del millonario empresario. Louella Parsons, columnista estrella de los medios de Hearst, comenzó a esparcir los primeros signos de alarma y Welles enfrentó desde el comienzo los reparos de su propio estudio frente a lo que podía ser una guerra declarada.
Mientras tanto, el trabajo junto a Gregg Toland se convertía en uno de los hitos de audacia formal para el cine de Hollywood de entonces. Sus prolongados planos secuencia, su exquisita profundidad de campo, sus contrastes lumínicos conseguían el perfecto eco de esa narrativa barroca y exuberante, poblada de flashbacks personalísimos, que armaban la historia como un esquivo rompecabezas. "Nunca vi a nadie más concentrado. Orson sabía exactamente lo que quería, y él y Gregg Toland estaban en la misma sintonía", recuerda la actriz Ruth Warrick, quien fue parte del elenco de El ciudadano. "Nunca olvidaré el día que abrieron un agujero en el piso del estudio para meter la cámara y conseguir un ángulo totalmente inusual. Se pusieron a sacar la tierra del pozo como si fuera dos chicos en un arenero". El director Robert Wise, quien entonces era uno de los montajistas de la RKO, cuenta que bastaba ver las tomas del día a día para darse cuenta que la película iba a ser extraordinaria. "La fotografía, los ángulos de la cámara, todo era innovador y maravilloso". Tal era la obsesión y el compromiso de Orson Welles con el rodaje que luego de una severa caída por una de las escaleras del estudio, siguió dirigiendo con la pierna entablillada desde una silla de ruedas.
La batalla por el estreno
El rodaje de El ciudadano duró quince semanas y la película estuvo lista para el montaje el 23 de octubre de 1940. En ese momento Welles todavía ignoraba el vendaval que se asomaba en el horizonte. Mankiewicz supo desde el comienzo que su crédito como guionista estaba en peligro por el mismo contrato que Welles le había hecho filmar, en el que se reservaba la autoría de la historia junto al grupo del Mercury Theatre. A raíz de esas iniciales desavenencias, Mankiewicz invocó el respaldo de su amigo, el guionista Ben Hecht, y del Screen Writers Guild –el sindicato de guionistas de Estados Unidos– para conseguir el adecuado crédito por su escritura. Quizás por esa disputa o por el rencor que guardaría contra Welles a lo largo de los años venideros, tiempo antes del montaje definitivo de la película, Mank entregó una copia del guion a su amigo Charles Lederer. Lederer era uno de los guionistas más importantes de Hollywood (Ayuno de amor, Los caballeros las prefieren rubias) pero también era el sobrino predilecto de Marion Davis, la pareja de Hearst, que no salía retratada de manera muy halagadora en la película (Dorothy Comingore era la segunda esposa de Kane; Amanda Seyfried interpreta a Davis en Mank). "Nadie pone en duda que mi padre era un hombre autodestructivo", recuerda Frank Mankiewicz en La batalla por El ciudadano. "Lederer dijo que nunca le mostró el guion a Hearst pero cuando se lo devolvió a mi padre tenía anotaciones muy precisas, presumiblemente de los abogados de Hearst. Creo que es evidente que así fue como el viejo se enteró que El ciudadano era una película sobre él".
Pese al secretismo de Welles y a las negociaciones de los abogados de la RKO, Louella Parsons consiguió asistir a una de las exhibiciones de prensa de la película, cuando ya estaba en la última fase de montaje. Inmediatamente la columnista advirtió al magnate sobre el contenido de la película y Hearst hizo todo lo posible para evitar el estreno. Primero lo intentó por la vía judicial y luego puso a todo su conglomerado de medios detrás de una campaña de desprestigio tanto de la RKO, como de sus ejecutivos y del mismo Welles. Presionó a otros ejecutivos de la industria para que instruyan a Schaefer de suspender el estreno y esconder el negativo de la película.
Louis B. Mayer, de MGM, reunió a todos los directores de los estudios y en su nombre le ofreció a la RKO 800.000 dólares para comprar el negativo de la película y destruirlo. Atemorizado por las repercusiones, Schaefer demoró el estreno de El ciudadano, previsto para el 14 de febrero de 1941, e intentó concretar una reunión con Hearst. "Los ejecutivos de la RKO me pidieron que viaje a Nueva York con la película para exhibirla en el Music Hall frente a todos los directores de los otros estudios. Entonces me di cuenta de que la película estaba verdaderamente en riesgo, y Orson también lo sabía", recuerda Robert Wise. "Fue ese día en el Music Hall cuando subió al escenario y habló delante de todos los directivos sobre la importancia de la libertad de expresión en un tiempo de tiranía como aquel. Fue una de las grandes interpretaciones de su carrera".
Welles triunfó en Nueva York. Nadie quería una demanda pública por censura. Se proyectó el estreno de El ciudadano para abril de 1941, pese a no conseguir demasiadas salas para su exhibición nacional. Los medios de Hearst no aceptaban publicidades de la película y no publicaron ninguna crítica o reseña. Muchas salas rechazaron programar la película y en Nueva York la RKO tuvo que transformar el Palace Theatre en un cine para realizar la premiere mundial. La película fue bien recibida por la crítica pero no por el público, en parte debido al estreno limitado y a la feroz campaña de desprestigio de los medios de Hearst. El ciudadano recibió nueve nominaciones a los Oscar –incluyendo mejor película, director y actor, todas para Welles– pero el día de la ceremonia fueron varios los abucheos que se escucharon en la platea, e irónicamente solo recibió el premio al mejor guion original para Mankiewicz. Pese al escándalo que orilló la censura y al éxito crítico, el debut en el cine de Orson Welles fue una pésima inversión para la RKO. "Ese año, el papel con membrete de la RKO que se usaba en todo el estudio –recordaba Welles en una entrevista de sus últimos años– tenía un único mensaje impreso: ‘Espectáculo en lugar de genialidad’. En otras palabras, la razón por la que tiene que ver las películas de la RKO es porque no aparece Orson Welles".
La siguiente película de Welles para la RKO fue Soberbia, arrebatada de sus manos y remontada por el equipo del estudio. Fue el final de aquel contrato y la confirmación palpitante de una definitiva desilusión. Welles nunca más tendría la libertad de aquella primera aventura en los estudios de Hollywood y su carrera tendría diversos rumbos, películas gestadas con el dinero de sus actuaciones, locuras y genialidades, una obra signada por la controversia de su temprano mito. Y El ciudadano asumiría un tiempo después la verdadera talla de su grandeza. A comienzos de los años 60 comenzó a aparecer en los primeros puestos de las listas de mejores películas de todos los tiempos y consiguió el reconocimiento que se le había negado.
Unas últimas palabras
Para recordarla hoy, bastan las palabras de su director citadas por André Bazin en su libro definitivo: "El ciudadano cuenta la investigación emprendida por un periodista llamado Thompson para descubrir el sentido de las últimas palabras de Charles Foster Kane. Pues, según él, las últimas palabras de un hombre deben explicar su vida. Aunque eso sea probablemente cierto, él nunca descubre lo que Kane quiso decir. Pero sí el público. Su pesquisa lo lleva a cinco personas que conocían bien a Kane, lo amaban o lo detestaban. Ellas le dan cinco versiones distintas, de tal forma que la verdad de Kane, como la de cualquier ser humano, no se puede deducir más que por la suma de todo lo que se dice de él. Según algunos, Kane no amaba más que a su madre, según otros, solo a su periódico, a su segunda mujer, a él mismo. Tal vez a todos, tal vez a ninguno. El público es el único juez. Kane es a la vez egoísta y desinteresado, a la vez idealista y estafador. Un gran hombre y un individuo mediocre. Todo depende de quién habla de él. Nunca es visto por la mirada objetiva de un autor. El propósito de la película reside, entonces, más en la presentación de un problema que en su solución". Tal vez lo mismo pueda decirse de Orson Welles.
- El ciudadano está disponible en Qubit.tv, y en alquiler en Google Play Películas y Apple TV.
- Mank está disponible en Netflix.
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