De Mount Tam a Woodstock: la era salvaje que hizo posible el rock de masas
Si bien fue un momento crucial, fue singular e incluso discreto. Durante dos días en 1967, casi 40.000 fans se acercaron hasta el parque estatal sobre el Mount Tamalpais, al norte de San Francisco. Llegaron a pie, en auto y en micros escolares alquilados, se sentaron en el pasto y fumaron marihuana mientras chequeaban el programa del festival, que incluía a The Doors, The Byrds y Captain Beefheart. Las entradas costaban dos dólares y un globo gigante con una foto de Buda recibía a la gente. Ambas noches, el show tuvo que terminar al atardecer, porque el parque no tenía electricidad. Fue al comienzo de la era hippie, así que muchos de los asistentes tenían el pelo corto y usaban camisas con cuello. Según Tom Rounds, el ejecutivo de radio y uno de los organizadores de aquel evento, la única seguridad que había era "un par de guardaparques y naturalistas que hablaban sobre agujas de pino". Después del festival, un diario local tituló una de sus notas así: HIPPIES SE GANAN UN PREMIO POR BUEN COMPORTAMIENTO.
Sólo nueve días antes, los Beatles habían editado Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, su obra maestra, y habían cambiado la música. Pero a su manera, este evento en Mount Tam, conocido oficialmente como el Fantasy Fair and Magic Mountain Music Festival, creó algo igual de profundo: el verdadero primer festival de rock.
En la era de Coachella, Bonnaroo y Lollapalooza, los festivales grandes son una parte normal de la escena pop. Pero hasta el Verano del Amor, la idea de miles de fanáticos del rock reunidos en un espacio al aire libre para escuchar un line-up de distintas bandas era algo inédito. Entre 1967 y mediados de los 70, los festivales al aire libre se convirtieron en un pilar de la vida rockera. Por lo general, los lugares estaban llenos de barro, a merced de la lluvia y muy mal organizados. Pero también fueron la cuna de los momentos más épicos del rock: Jimi Hendrix prendió fuego su guitarra en el Monterey Pop, Sly and the Family Stone hicieron una interpretación eufórica de "I Want to Take You Higher" en Woodstock, un Bob Dylan con traje blanco emergió de su retiro en el festival Isle of Wight en 1969. Encarnaron la idea del rock & roll como una comunidad y sus triunfos y errores se convirtieron en lecciones para los festivales de rock modernos.
Al menos en parte, se suponía que los festivales debían solucionar algunos de los problemas de los conciertos de rock de los 60. En 1966, durante un recital de los Rolling Stones en el Cow Palace, en San Francisco, Rounds fue testigo de cómo unos fans muy jóvenes, algunos con apenas 13 años, corrieron hacia las barricadas, donde los guardias de seguridad los atraparon y volvieron a arrojar hacia la multitud, y en otras ocasiones sobre el piso durísimo de cemento de la sala. "Escuché un sonido como de aplastamiento, fue horrible", dice Rounds. "Me acuerdo que le dije a uno de mis colegas: «Tiene que haber una manera mejor de hacer esto. ¿Y si lo hacemos al aire libre?»." Entonces la Fantasy Fair nació como un evento para recaudar fondos y promocionar a KFRC, la estación de radio de Rounds.
En la misma época, Lou Adler, un histórico manager de bandas y presidente de Dunhill Records, mantuvo una conversación con John Phillips y Cass Elliot, de The Mamas and the Papas, y Paul McCartney sobre festivales de jazz y de folk, como los que había en Newport. La charla viró hacia "por qué el rock & roll no era considerado una forma artística del mismo modo en que el jazz lo era", recuerda Adler. Poco tiempo después, Adler y Phillips idearon un plan ambicioso: tres días de pop, rock y soul en el Monterey County Fairgrounds, California, con capacidad para 7.000 personas.
Adler y Phillips encontraron bastante resistencia de parte de la ciudad de Monterey, que temía que miles de hippies llegaran a una ciudad tan conservadora. Phillips convenció a las autoridades con el argumento del dinero que ingresaría por el evento; también ayudó que The Mamas and the Papas y Simon & Garfunkel, los números principales, tuvieran hits en los 40 Principales. "No creo que hubieran aceptado si les hubiésemos propuesto a The Greatful Dead", dice Adler.
Phillips y Adler recurrieron a sus amigos músicos para que les aconsejaran a quiénes incluir en el programa. McCartney sugirió a Hendrix y Andrew Loog Oldham, el manager de los Stones, les recomendó a The Who. The Kinks y Donovan no pudieron asistir por problemas de visado, y hasta hoy nadie está seguro de si invitaron o no a The Doors. Para compensar la ausencia de bandas Motown (según Adler, nadie sabía cómo contactar a Berry Gordy), invitaron a Otis Redding. Los músicos compartieron el backstage durante tres días muy armoniosos y comieron langostas y bifes mientras el público sentado –que en un momento superó las 50.000 personas– se ponía al día con todas las bandas, desde los Dead hasta Lou Rawls. "Todos estaban en igualdad de condiciones, fue muy civilizado", recuerda Chris Hillman de The Byrds, que tocó e incluso recorrió el parque con John Entwistle de The Who. "Era la representación perfecta del concepto «paz y amor» de mediados de los 60. Estaba todo ahí."
En algunos casos, los propios grupos veían por primera vez a sus colegas. "Estábamos a un costado del escenario y Hendrix estaba haciendo como que salían llamas de sus manos, como si fuera una especie de ritual extraño y espiritual", dice Grace Slick de The Jefferson Airplane. "Y después apoyó la guitarra en el suelo y la prendió fuego. No lo podíamos creer." A Adler le habían dicho que The Who solía destrozar sus equipos, pero igual corrió al escenario para tratar de salvar la batería de Keith Moon cuando la banda empezó a romper sus instrumentos. "Sabíamos cómo eran sus presentaciones en Inglaterra, pero esto fue a otro nivel", dice Adler. "Todos tratamos de salvar aunque fuera algo."
Los elogios a Monterey se propagaron rápidamente. Robbie Robertson de The Band se encontró con Brian Jones de los Stones, que había deambulado beatíficamente por el festival. "Me dijo que había sido un evento hermoso y extraordinario", dice Robertson, "y que todas las bandas habían estado fantásticas". Los primeros organizadores del rock habían escuchado lo mismo y, durante los siguientes dos años, los festivales con line-ups increíbles se convirtieron en moneda corriente en la escena rockera. Casi 100.000 personas asistieron al segundo Pop Festival de Miami a fines de 1968 para escuchar a los Dead, Joni Mitchell, Marvin Gaye, Chuck Berry y Fleetwood Mac; al año siguiente, 130.000 fanáticos vieron a Janis Joplin, Creedence Clearwater Revival y muchos más en el International Pop Festival de Atlanta.
Michael Lang, un organizador de 23 años, se sintió tan inspirado por Monterey que armó el primer Pop Festival de Miami, un evento de dos días, aunque el segundo llovió casi todo el tiempo. Pero ahora tenía planes más importantes. En agosto de 1969, en la granja de Max Yasgur, a un par de horas al norte de Nueva York, Lang y otros organizadores amigos esperaban que llegaran más de 200.000 personas al Woodstock Music & Art Fair. Asistió el doble de gente. Tim Hardin, el cantautor afligido que debía abrir el evento, se arrepintió a último momento (lo convencieron a Richie Havens para reemplazarlo). Los Jefferson Airplane tuvieron que esperar más de doce horas en el backstage hasta que pudieron salir al escenario. "No tuvo la precisión espectacular del festival de Monterey", dice Slick. Cuando llegaba en helicóptero, Robertson pudo ver el océano de cuerpos desde el aire. "Fue impresionante", dice. "Nadie había armado un festival a esta escala antes." Los tres días también incluyeron sobredosis de heroína, 33 detenidos por posesión de drogas y miles de colados. Salir fue más difícil que entrar: el auto de The Band tuvo que ser remolcado, porque se había hundido en el barro.
Inmediatamente, todo el mundo sintió que se había hecho historia. Las multitudes empapadas por la lluvia habían presenciado actuaciones reveladoras de Santana y Joe Cocker, el debut en festivales de Crosby, Still, Nash & Young y, para los 80.000 que se quedaron hasta el final, el clímax de Hendrix con "Star-Spangled Banner". Por un momento, Woodstock auguró una nueva era en el rock, con más festivales, aunque esta sensación se terminaría mucho antes de lo imaginado.
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En teoría, el Altamont Speedway Free Festival debía ser la secuela lógica de Woodstock. Montado en las afueras de San Francisco, cuatro meses después, prometía un line-up increíble: los Stones, The Greatful Dead, CSNY, Santana, The Flying Burrito Brothers y Jefferson Airplane. Al principio, había sido planificado como un recital gratuito de los Stones en el Golden Gate Park para capitalizar su exitosa primera gira por Estados Unidos en tres años. Pero por sugerencia de los Airplane, contrataron a los Hells Angels para encargarse de la seguridad ("En parte fue culpa nuestra", admite Slick) y la escena pronto se convirtió en algo violento y desagradable. Marty Balin de Airplane quedó inconsciente cuando le dijo "andate a cagar" a uno de los Angels que amenazaba al público; a Hillman, que llevaba su bajo, uno de los Angels casi no lo deja subir al escenario. "Los Angels arremetían contra el público como si fueran una horda de vikingos", dice Hillman. "Era obvio que algo iba a pasar."
Mientras el helicóptero ascendía desde el Altamont Speedway, Paul Kantner de Airplane le dijo a Slick: "Dios mío, parece que apuñalaron a alguien ahí abajo", recuerda Slick. "Y tenía razón." Un hombre afroamericano de 18 años llamado Meredith Hunter había corrido hacia el escenario blandiendo un arma, y al menos uno de los Angels lo redujo y lo apuñaló. "Podría haber sido un día increíble", dice Lang, que hacía de consultor y afirma que no se enteró de que los Angels estarían a cargo de la seguridad hasta el día anterior al festival. "Cerca del escenario y en los primeros quince metros de gente, la atmósfera era infernal, pero si te ibas para atrás, la gente no estaba ni enterada. Sólo se preguntaban por qué había parado la música. Era todo lo que Woodstock no había sido." (El integrante de los Angels imputado por el homicidio fue absuelto cuando probó defensa propia.)
Si bien en general se culpa a Altamont por el ocaso de esta primera etapa de festivales de rock, el éxito de la marca Woodstock (un film que recaudó 50 millones de dólares y un triple set de discos que vendió muchísimo) merece en parte la responsabilidad. En busca de un nuevo Woodstock, los organizadores enloquecieron con los festivales a lo largo de 1970. Pero aunque en Woodstock tuvieron buena suerte, a pesar de los colados y el mal tiempo, sus sucesores no fueron tan afortunados. Fans enojados entraron como trombas en el Pop Festival de Atlanta y de Nueva York, y también en el Strawberry Fields Forever de las afueras de Toronto, cuyos organizadores perdieron un millón de dólares cuando más de 90.000 fans exigieron entrar gratis. A Joni Mitchell la acosaron brutalmente en el Isle of Wight en 1970, también asolado por colados e incendios.
Temiendo otro Woodstock en sus ciudades, las comunidades locales hicieron todo lo posible por impedir los festivales, en varios casos con éxito. La ciudad de Middlefield, en Connecticut, decidió no permitir el festival en el área de ski Power Ridge, y casi todas las bandas contratadas –Joplin, Fleetwood Mac, James Taylor, The Allman Brothers Band y muchos más– faltaron a la cita. (El organizador fue a la cárcel por no haber devuelto el dinero de las entradas.) El fiscal general de Iowa casi cancela un festival justo antes de que empezara y el gobernador de Hawai rechazó una propuesta para un festival por la paz mundial en su estado, argumentando "problemas obvios de higiene, salud pública, congestión del tráfico y otros asuntos para los asistentes". Lang no organizó ningún otro festival hasta la segunda edición de Woodstock, en 1994.
Aunque los festivales a gran escala estaban en decadencia, esto no detuvo a Jim Koplik y Shelly Finkel. Los dos organizadores planificaron un show de un día en la pista de carreras Watkins Glen Grand Prix, en las afueras de Nueva York, en 1973. El line-up (que incluía a The Band, los Dead y The Allman Brothers) era espectacular y, según Koplik, el festival se volvió rentable al vender 200.000 entradas. Armaron una oficina en el backstage que incluía una "mini montaña de cocaína": "Las bandas se enteraron e invadieron la oficina, sobre todo los Allman, porque significaba que había más para ellos", recuerda Koplik. Watkins Glen se convirtió en un festival de dos días cuando los fans aparecieron en la víspera para presenciar las pruebas de sonido. Después, sucedió lo impensable: llegaron otras 400.000 personas. "Pensamos que lo peor iban a ser los disturbios", dice Koplik, "por eso decidimos dejar entrar a todos [gratis]". Watkins Glen de repente superó a Woodstock por unas 100.000 personas.
A pesar de los baños colapsados y otros problemas, el show salió inesperadamente bien y terminó con una jam entre los integrantes de las tres bandas. Pero para Robertson –y para muchos otros en este ambiente–, Watkins Glen fue el último de su especie. El set de The Band fue interrumpido temporalmente por una lluvia torrencial. "Veías a esta pobre gente empapada en barro y parecía el Purgatorio", dice Robertson. Cuando retomaron, vio cómo el intrépido Bill Graham pisaba los dedos de los fans que intentaban subirse al escenario. "No les podés dar amor todo el tiempo, Robbie", le dijo a Robertson con una sonrisa. Cuando Koplik y Finkel trataron de organizar una secuela al año siguiente, la ciudad de Watkins Glen los rechazó.
Los festivales se convertirían en una tradición en Europa, pero tuvo que transcurrir una década antes de que esto se intentara de nuevo en Estados Unidos, con los festivales financiados por Steve Wozniak en 1982 y 1983, en los que Wozniak perdió 24 millones de dólares. El festival de rock no volvió a cobrar fuerza hasta el lanzamiento de Coachella, en 1999, al que le siguió Bonnaroo tres años después y un renovado Lollapalooza en 2005. En un guiño a los padres fundadores, Nic, el hijo de Lou Adler, tiene las concesiones de comida en Coachella.
Pero el cierre simbólico de la primera era gloriosa de los festivales de rock ocurrió en Watkins Glen. Seis años antes, en la Fantasy Fair, dos paracaidistas habían hecho un lanzamiento mientras The Fifth Dimension cantaba su hit pop "Up, Up and Away". En Watkins Glen, un paracaidista sin relación con el festival (Willard Smith, de 35 años) saltó desde un avión durante el set de The Band y produjo unas llamas, que prendieron fuego su ropa y su cuerpo. Lo descubrieron muerto, colgando entre los árboles justo afuera del perímetro del campo. Los sobrevivientes de la primera era de festivales lo recuerdan con asombro y pena. "Cuando sos joven pensás: «Esto es sólo el comienzo, se va a poner mucho mejor»", dice Slick. "Y no fue así."
Por David Browne
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