En un edificio de varios pisos que evoca una casa embrujada, Camila Sosa Villada (La Falda, 1982) lee fragmentos de Eisejuaz de Sara Gallardo. No hay nada estridente ni intencionalmente llamativo en ella: solo el magnetismo de su voz, la elegancia tranquila de su cuerpo acurrucado en el piso y la potencia de una mirada que se sabe cálida, que se sabe atractiva. Porque, además de escritora, Camila es performer, pero la palabra "además" no es suficiente para nombrar la relación entre su escritura y su estar en el escenario: Camila en escena hace poesía, y en el papel pone el cuerpo.
La escena corresponde a una performance dirigida por las artistas Camila Fabbri y Nadia Sandrone, titulada "Tren Fantasma", y se dio en el marco del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires de 2018. Actrices, bailarinas y músicas de la trayectoria de Pilar Gamboa, Romina Paula y Paula Trama llenaban el espacio de invocaciones a escritoras históricas. Y entre ellas, ocupando el lugar que se merece, estaba también Camila Sosa Villada, una de las revelaciones de la literatura argentina de los últimos años.
Ese estado, el de la estrella en ascenso, sugiere un momento de superacción en la vida de Camila. pero ella no se hace mucho cargo. "Ahora lo único que quiero es estar en la cama", dice ella en un café en Palermo, de visita en Buenos Aires desde su Córdoba natal para un show en el CCK. "Ya no me importan los tipos, que ser linda, que esto, que lo otro... con la edad lo único que quiero es eso, hacer vida de cama: mirar películas, leer, escribir, todo en mi cama", se ríe. Camila habla de la soledad como una conquista, en especial para las mujeres: "Es un gran aprendizaje estar sola, un aprendizaje que yo valoro mucho. Una de chica está tan pendiente de los chongos, bah, tengo amigas que todavía están en eso y me dan ganas de decirles ‘ay, pero ¿no te cansás, de verdad?’".
Las malas (publicada por Tusquets) es la novela que llevó a Sosa Villada a otro nivel de exposición, y que en el último par de meses se pudo ver en los rankings de ficción de las cadenas de librerías más importantes. Pero antes de hablar del libro vale la pena conocer la historia de la autora desde el principio. "No sé qué es el clóset, yo ya nací afuera del clóset", cuenta Camila. "Lo que sí hice fue empezar a travestirme a los 15 años, más o menos; a los 14 también ya hacía mis cosas. Me iba a la escuela, en el camino paraba y me ponía rímel en las pestañas. Y eso ya era una manifestación de algo. Pero nunca lo viví como que yo tenía que salir de algún lado porque no me encontraba encerrada en ningún lado. Lo que sí fue un poco más traumático, si se quiere, fue cómo lo recibió el resto, pero yo nunca salí de ningún lado".
Desde chica escribía y actuaba en la secundaria: "Imitaba a Patricia Sosa, a Shakira, en el patio del colegio, y actuaba en los actos escolares, esas cosas que se hacen siempre. Después estudié Comunicación Social. En Comunicación empecé a ir a un taller de teatro y, al tercer año de hacer ese taller, con un amigo dijimos ‘nos vamos a la facu de Teatro’, y nos pasamos".
En esa facultad, Camila encontró el lugar que le habían negado en la anterior: "Fue como un gran refugio, como un gran lugar donde por primera vez mi particularidad de ser trans y todo eso era tratada como una diferencia pero más afectuosa, con curiosidad si se quiere. No como en Comunicación, que era tremendo. Ahí, ¡en la cuna del progresismo!", dice con la voz impostada, irónica. "En cambio, en Teatro me sentía muy bien tratada, era buenísimo, los profes eran muy amorosos. Además, pasaba una cosa rarísima: no había travestis en la facultad en ese momento. Entonces les resultaba una gran curiosidad, supongo".
Después vinieron los libros: el poemario La novia de Sandro, publicado por la prestigiosa editorial independiente Caballo Negro, el ensayo autobiográfico El viaje inútil, editado en DocumentA/Escénicas (el teatro cordobés donde Camila trabaja) y, finalmente, Las malas, la novela que Juan Forn, una especie de padrino literario suyo, le pidió para la colección Rara Avis que dirige en Tusquets. "Yo le digo que él es mi sugar daddy", dice Camila de Forn, con la sonrisa pícara que rara vez abandona su cara. "Lo conocí al Forn en un festival en La Cumbre, cuando fui a presentar El viaje inútil; él presentaba también su libro y me dijo que tenía ganas de publicar algo mío, porque él ya me venía hace rato diciendo que le había gustado la charla TED que hice, pero nunca así, tan directo. Y cuando nos vimos le mostré lo que estaba armando sobre estas travas lobizonas y me dijo ‘sí, sigamos con esto’".
Las malas –que fue presentado en la Feria del Libro 2019 por Liliana Viola, editora del suplemento "Soy", el pasado 3 de mayo– toma como material un mundo que Camila conoció cuando iba a la facultad de día y hacía la calle de noche: el Parque Sarmiento, una de las zonas rojas de Córdoba, y las travestis que lo habitaron hasta que la ciudad se propuso una limpieza y cada una tuvo que seguir su camino. Cuando empezó a prostituirse, casi de casualidad, Camila todavía cursaba Comunicación. Había intentado buscar otros trabajos, de moza o en call centers, pero cuando los potenciales empleadores veían el nombre de varón en su DNI, todas las posibilidades naufragaban.
Era casi una adolescente; y por eso, luego de un par de transacciones furtivas, aceptó la recomendación de otra travesti de ir a una zona roja para que algún grupo de travas "la adoptara". "Yo no sé si sabíamos que éramos una comunidad, en ese momento", reflexiona Camila sobre aquellas noches. "Nos extrañábamos, nos escribíamos mensajes de texto de cuando en cuando, estábamos ahí... trabajábamos, estábamos ahí. Estábamos atentas... porque sabíamos que si le pasaba algo malo a una, le podía pasar a cualquier otra. Y yo no estaría acá sin ellas".
Camila contrasta Parque Sarmiento con la historia del asentamiento travesti la Aldea Rosa, contada en la película Mía (estrenada en 2011, escrita y dirigida por Javier Van de Couter y protagonizada por Camila, Rodrigo de la Serna y una entonces pequeñísima Maite Lanata). "Ellas sí tenían una idea de pertenencia a ese paisaje, a ese lugar, que me da la sensación de que además incluían mucho el paisaje; vivían ahí, estaban ahí. Mientras que nosotras nos encontrábamos en la zona roja, era distinto. La otra vez me escribió una piba que en ese momento solo se travestía para ir a laburar, porque escuchó algo mío que leyeron en la radio. Pero también esto, cuando prendieron las luces se disgregó todo. Y era... en ese momento no había redes sociales, no había mail... las travas no salíamos a la calle, estábamos muy guardadas. Yo era como muy atrevida porque iba a la facu, pero si no estábamos como muy encerradas", explica.
Ese atrevimiento, esa curiosidad y ese desparpajo fueron tan claves en la supervivencia de Camila como la solidaridad de sus compañeras que varias veces la salvaron de las agresiones de la policía o de los clientes pasados de rosca. "Me parece que, a pesar de cierta pobreza que pude haber experimentado cuando era chica, con mi familia, y todo lo demás, mis viejos tenían una visión interesante", piensa en voz alta. "Yo podía ser maricón si leía y me dedicaba a los libros, a escribir, si le daba bola a eso. Decían: ‘déjenlo, está leyendo, se la pasa leyendo’. Y eso era como un gran salvoconducto, porque tendía como un velo de paz respecto de una cosa muy tirante ya, que era mi sexualidad".
"Tirante" quizás sea una palabra demasiado sutil para describir la situación: cuando Camila empezó a travestirse, su papá le dijo, como si fuera una maldición gitana, que un día lo llamarían para avisarle que ella había aparecido muerta en una zanja. "No pasó", sonríe Camila, con algo de emoción, se ríe, y engola la voz: "Ahora soy una actriz de culto, ya lo ves".
En Las malas, esa experiencia que Camila toma como punto de partida deviene poesía: no es un testimonio lo que se encuentra en el libro sino un universo ficcional mágico con el que Camila construye un lenguaje que parece de sueños, de cuento de hadas y de novela de aventuras. Para cualquiera que lea Las malas, es evidente que estamos ante un acontecimiento literario; sin embargo, Camila está acostumbrada a que a veces se trate a su escritura también como un acontecimiento político. No es para menos: aunque las travestis tienen una trayectoria larga en la escena artística argentina (basta nombrar a artistas de la talla de Naty Menstrual y Susy Shock), la publicación de Camila en una editorial multinacional es definitivamente un hecho histórico en el país.
Camila no lo niega; lleva su identidad y la historia de su tribu con orgullo. Pero no acepta, por ejemplo, que la presenten como una "activista". "Es porque soy trans", dice con cara de piensan que no me doy cuenta. Y se explaya: "Es una forma de disminuirte, llamar a tu literatura ‘activismo’. Yo tengo muchísimo respeto por las personas que son activistas, pero yo no lo hago. No hago política, y no tengo formación en esos temas, prefiero que de eso hable la gente que sabe y que hace. Yo escribo, actúo, canto, qué sé yo... no soy política, no soy militante, no sé qué soy... soy un sancocho, soy un pururú", agrega Camila, y se desarma en su risa de bruja, o de reina, o de "trava lobizona", como dice ella.
Sosa Villada en seis movimientos
La novia de Sandro
Su primer libro de poemas (2015) llevó el nombre de un blog en el que ella publicaba textos sobre su vida, sus amores y desamores y sus años como prostituta. "Mis amigas me dicen que soy como la novia de Sandro, desaforada, a veces no correspondida en el amor, intensa", escribió allí.
El viaje inútil
Publicado en 2018, este ensayo autobiográfico intenta reconstruir las condiciones en las que empezó a escribir. Habla de su infancia, la precariedad y la identidad, pero también de los autores que la formaron.
Carnes tolendas
Con el subtítulo "Retrato escénico de un travesti", este unipersonal de 2009 fue clave en su carrera y la posicionó como referente en el circuito de teatro cordobés. Mezclaba momentos de la vida de Camila con textos de García Lorca.
Mía
Camila personificó en esta película de 2011 a Ale, una cartonera trans que descubre el diario personal de una joven muerta.
Profunda humanidad
En esta charla TedXCórdoba (2014), cuenta su historia como prostituta, sin bajadas de línea pero sin guardarse nada. Los prejuicios, las violencias, las solidaridades...
Las malas
Su primera novela para un sello grande es la apertura a un universo mágico hecho de destellos de realidad.
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