Rocío Sueiro cursa la carrera de Psicología en busca de herramientas para su nueva aventura literaria; en diálogo con LA NACION, habla del apoyo de Rosita, su madre, y rememora su infancia con un “papá famoso”; “Soy una bendecida por muchas cosas que me fueron dadas”, asegura
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“Hija ‘e tigres”. Así se define Rocío Sueiro en el perfil de su cuenta de Instagram. No miente. Heredó de sus padres -el recordado periodista Víctor Sueiro y la experimentada productora de televisión Rosita Sueiro- la pasión por la comunicación y el tránsito en los medios. Pero, además, su vocación -quizás su verdadero motor- es la actuación, arte que ejerció en los circuitos independientes del teatro y en algunas participaciones breves en ficciones de Polka.
Hoy, y luego de cursar Counseling, estudia la carrera de Psicología a distancia en la Universidad de la Marina Mercante, buscando desentrañar algunos misterios que, según afirma, la ayudarán a escribir sobre los duelos desde la perspectiva de quienes habitan el plano terrenal. Ese libro es un proyecto que la desvela y que pareciera conformar hoy el gran sentido de sus estudios. “No tengo vida, anoche dormí dos horas”, se lamenta y entiende que haberse anotado en siete materias ha sido un exceso.
Pareciera ser que duelar está en su matriz: “El duelo por la muerte de mi papá me duró catorce años”. Es indudable que la relación con el recordado animador la marcó. Al punto tal que estudiar Periodismo en la Universidad Católica Argentina fue una decisión tomada para conformarlo a él.
Habla y sonríe por igual. Al por mayor. No para. Difícil seguirle el tren. Dice, gesticula. Lanza una carcajada. A la hora de posar para el lente del fotógrafo, su histrionismo es natural. Entre la palabra y el desparpajo parece definirse esta mujer que no le teme a probar caminos y probarse ella misma una y otra vez.
¿Edipo, Rey?
“Cuando tenía tres años, mi padre me regaló un pupitre amarillo y me empezó a dar clases”, explica Rocío Sueiro con total naturalidad.
-¿Con qué finalidad?
-A esa edad comencé a aprender a leer y escribir. Incluso, tenía un cuadernito de tareas. Él fue mi primer maestro; lo hizo con mucho amor, pero no sé si yo haría eso con un hijo. Entré a Primer Grado y no entendía cómo podía ser que los demás chicos estuvieran haciendo palotes cuando yo ya había leído libros de la Colección Robin Hood.
En plan de perpetuar esas escenas, fue su padre quien registró cada uno de los momentos trascendentes de su vida. “Llegó a grabar la primera vez que dije ´papá´”, rememora.
Vocaciones: “No es fácil ser la hija de un famoso”
“Mi papá nunca me pidió que estudiara periodismo, pero sabía que, si elegía esta carrera, lo iba a hacer feliz, porque él amaba esta profesión y yo todo lo que quería en mi vida era hacerlo feliz”.
Las pasantías obligatorias que imponía la carrera de periodismo en la Universidad Católica Argentina se realizaban en Editorial Atlántida, donde su padre había trajinado redacciones. “Me tocó compartir esa pasantía con periodistas que conocía mucho, ya que iba de chiquita a ese lugar y, de hecho, Jorge de Luján Gutiérrez es mi padrino”, explica refiriéndose al entonces director de la revista Gente.
-Ejerciendo el periodismo, ¿viviste algún mal trago?
-Sí, pero no voy a nombrar el medio donde me sucedió eso. Trabajé en una redacción donde las compañeras me hacían un vacío tan grande que, en algún momento del día, terminaba llorando en el baño.
-¿Sentís que te sucedía eso por llamarte Sueiro?
-Sí. Tengo un orgullo inmenso por mi papá, pero no es fácil ser hija de un famoso.
-Vos no querías ser periodista.
-Desde chiquita quise ser actriz. Mi “vieja” me hacía el aguante, pero a mi “viejo”, por alguna razón, la idea no le cerraba.
Una tarde, papá Víctor convocó a una “reunión” a su hija adolescente. Se sentaron en un bodegón capitalino y, café de por medio, llegó la pregunta definitoria: “Hija, ¿qué vas a estudiar?”. La respuesta fue: “Periodismo”. Eso tranquilizó al “gallego”, como sus compañeros de oficio y amigos llamaban a Sueiro. Sin embargo, Rocío se traía un as debajo del brazo: “En simultáneo, comencé a estudiar teatro con Ana María Campoy”.
-¿Cómo reaccionó tu padre?
-Mientras me fuera bien en la facultad, en mi tiempo libre podía hacer lo que quisiera.
-¿Nunca se encendió en vos la vocación por la comunicación?
-Me gustaba mucho entrevistar y escribir notas de color, pero, te confieso, en definitiva, era hacerlo feliz al viejo, sabía que él quería eso.
Canalizando su verdadera vocación, en televisión grabó una escena en la tira Mis amigos de siempre, junto a Nico Vázquez, Nicolás Cabré y Calu Rivero. “Me hice muy cercana a Nico Vázquez”, asegura. También en la factoría Polka rodó una escena de Solamente vos, donde compartió parlamentos con Adrián Suar y la China Suárez. “Fue mi minuto y diecisiete segundos de fama”, rememora.
Una anécdota de la grabación de Solamente vos aún la hace sonrojar: “Terminamos de grabar y le dije a Adrián Suar que le agradecía muchísimo que le hubiera permitido a mi papá volver a la televisión y, fundamentalmente, terminar su vida con un producto tan excepcional como fue Misterios y milagros, que lo hizo tan feliz”.
-¿Qué te respondió?
-Cuando le expliqué quién era, quedó paralizado, se puso blanco y se fue. Cuando llegué a casa, le conté a mi mamá lo sucedido.
-¿Qué te dijo?
-Me contó que mi papá y Suar habían terminado mal.
-¿Por qué?
-En ese tiempo se comenzaba a medir el rating minuto a minuto, algo que a mi papá no le gustaba. Por ese motivo, se negó a hacer una tercera temporada de Misterios y milagros, a pesar de la insistencia de Adrián (Suar). Fue una lástima, porque era un programa que hacía mucho bien. Me gustaría que se volviese a pasar y que nuevamente se editasen los libros de mi papá.
-¿Qué pasó con tu vocación por la actuación?
-A la actriz la relegué un poco, algo que me costó mucho.
-¿Por qué no continuaste en ese mundo?
-Con mi madre somos dos mujeres solas, así que tuve que salir a trabajar en algo que me diera mayores ingresos que el teatro independiente. De todos modos, creo que mi mayor vocación es ayudar a los otros.
Creencias
-Sos una mujer de fe.
-Así es.
-¿Nunca tuviste dudas?
-No, ni dudas ni crisis; tuve épocas en las que no fui una católica practicante, pero nunca dejé de creer, rezar, confiar y entregarme, aún en los peores momentos, siempre sabiendo que iba a salir adelante. Fui y soy una bendecida.
-¿Por tener fe?
-No, soy una bendecida por muchas cosas que me fueron dadas y que no me las merezco, no hice nada para ganármelas. Es como sucede con mis viejos: la gente me habla maravillas de ellos, que fueron quienes plantaron la semilla, y yo me como los frutos. A mi papá lo adoran y te lo digo en tiempo presente.
-¿No sentís que honrás el apellido?
-Ojalá, es lo que más me importa en la vida.
-En tu padre, la fe despertó a partir del episodio de salud donde su corazón se detuvo unos segundos.
-Siempre fue creyente, sensible respecto a quien necesitaba algo… Mis viejos me enseñaron dos cosas fundamentales.
-A saber…
-Ellos me enseñaron a ser generosa y agradecida.
-¿Cómo lo ejercés en el cotidiano?
-Soy voluntaria en un hogar de niños. No tuve hijos y estar con los chicos me hace muy feliz. Empecé en la cocina y luego organizando las donaciones. Dar un abrazo y escuchar también es una gran ayuda, le cambiás el día a esa persona.
-¿Adoptarías hijos?
-Sin dudas.
La luz: “Mi papá tuvo una muerte clínica y lo trajeron de vuelta”
En 1990, Víctor Sueiro vivió lo atípico, lo inusual. En medio de una intervención quirúrgica -un cateterismo- su corazón dejó de latir. El testimonio posterior del periodista fue cautivante: dijo a viva voz que la experiencia había sido sumamente placentera. Había visualizado la famosa “luz blanca”, un argumento que muchos tomaron para mofarse de él, pero que, para la gran mayoría, resultó un testimonio valioso. A partir de ese episodio, la carrera del periodista dio un vuelco hacia el abordaje de cuestiones místicas o religiosas y se convirtió en un best seller literario.
-¿Qué sucedió, concretamente, en aquel episodio?
-El cateterismo se hizo con el paciente despierto, así que, en determinado momento, el médico le preguntó si se estaba mareando. Cuando mi viejo respondió que sí, apareció la famosa línea verde sin ondas. Ahí lo “paletearon” con esas palas con electricidad y a los cuarenta segundos lo lograron traer de vuelta.
-¿Qué fue lo primero que les contó?
-Estando en la habitación con mi vieja y el cardiólogo les dijo: “No saben lo lindo que es desmayarse”. Pero el médico le explicó que no había sido un desmayo, sino una muerte clínica. Ya en su casa, se propuso escribir su experiencia para la revista Gente, pero se le fue la mano y terminó haciendo un libro. Él sentía que no contaba con mucho tiempo y que se tenía que apurar a hacerlo.
-¿Tenía miedo a enfermar?
-Pensaba que le volvería a pasar un episodio similar.
-¿Cuántos años más vivió?
-Diecisiete.
-¿Le tenía temor a la muerte?
-No, mi vieja y yo sí pensábamos que era una bomba de tiempo. No lo contradecíamos, no decíamos nada fuera de lugar.
-¿Por qué?
-Era bastante cabrón, así que no lo provocábamos, lo teníamos entre algodones.
-Era bravo.
-Gallego, le hervía la sangre enseguida.
-¿Qué te comentó sobre la experiencia de la famosa “luz blanca”?
-Él sostenía que no había sentido ni frío ni calor y lo que más le llamaba la atención era que no se preocupaba ni por mi vieja ni por mí. Aunque sabía que nos estábamos quedando atrás, abajo, nos tenía presente. Cuando comenzaron a reanimarlo, él no quería, lo estaba pasando bomba.
-Tu padre fue un gran fumador.
-Supuestamente había dejado de serlo, pero, en su velorio, un amigo me dijo: “El año pasado lo acompañé a comprar cigarrillos”. A mi mamá y a mí nos mintió y nos dijo que hacía diez años que no fumaba. También comía mucho, le gustaba la buena mesa. En una palabra: no les hacía caso a los médicos.
Cuando se le consulta sobre si su padre experimentó algunas otras experiencias sobrenaturales, Rocío Sueiro hace una pausa. Da a entender que algo de eso sucedió. Finalmente, reconoce: “Nos cambió la vida, no paraba de sonar el teléfono de casa, muchísima gente se le acercó para brindarle su testimonio y compartir experiencias similares”.
-¿Viviste alguna experiencia sobrenatural?
-Sí y mi madre aún más que yo, pero te las tiene que contar ella.
-A vos, ¿qué te sucedió?
-Todavía cursaba el secundario, fue en la época en la que mi viejo estaba escribiendo el libro El ángel. Estaba por cruzar una calle sin darme cuenta que un auto me atropellaría pero, antes de hacerlo, sentí dos manos delante de mis hombros que me empujaban para atrás. Salté y me salvé.
-Todo un misterio. ¿Alguna otra experiencia?
-Cuando suelo pasar algún momento duro, difícil, tengo miedo o me siento acorralada, comienzo a escuchar alguna de las canciones que eran muy significativas para mi papá y para mí, ya que juntos solíamos cantar karaokes que aún conservo grabados.
-¿Cómo es que aparecen esas melodías?
-De la nada, puedo estar mal y caminando por un aeropuerto, en un bar o en la calle y comienzo a escuchar alguna de esas canciones que hacíamos juntos.
-¿Qué lectura hacés?
-Es él, es un guiño.
-¿Cuáles eran esos temas?
-”Something stupit” y “My way”.
-¿Qué heredaste de tu mamá?
-El perdón, ella sabe perdonar muy bien.
-Fue productora de grandes estrellas.
-Sí, descubrió grandes cosas para la televisión, que aún siguen vigentes.
El futuro
-¿Qué estás escribiendo?
-Mi viejo escribía sobre el más allá y yo voy a escribir sobre el más acá. Él escribía sobre temas sobrenaturales y yo sobre lo más natural del mundo, el duelo. ¿Quién no perdió a un ser querido?
-¿Cómo nació la idea?
-A partir de haber perdido a mi padre, el mayor golpe de mi vida. Mi viejo era mi mejor amigo.
-¿Existía Edipo en ese vínculo?
-No, ahora que estudio psicoanálisis, te digo que no.
-Entonces, vas a escribir sobre los duelos.
-Cuando un tren parte, los que se quedan saludando con el pañuelito en la mano y llorando son los que están parados en el andén. Sobre esas sensaciones voy a escribir. De hecho, me gustaría que mi libro se llame El andén.
-¿Cuánto tiempo experimentaste el duelo por la muerte de tu padre?
-Estuve en suspenso durante diez años, los primeros diez años sin él.
-Es mucho.
-No quería vivir en un mundo sin mi viejo. Luego de esos diez años infernales, cuatro años más tarde, ya bien dispuesta al bienestar, aprendí a dejarlo ir. En total fueron catorce años de duelo.
-El proyecto sobre tu libro, ¿está en proceso?
-Estoy investigando, aún no escribí una sola palabra, no sé cómo, le quiero preguntar a él…
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