La guerra deportiva
"Un domingo cualquiera" ("Any Given Sunday", Estados Unidos/1999). Presentada por Warner Bros. Fotografía: Salvatore Totino. Intérpretes: Al Pacino, Cameron Diaz, Dennis Quaid, James Woods, Jamie Foxx, L. L. Cool J, Matthew Modine, Charlton Heston y Ann Margret. Guión: John Logan y Oliver Stone, basado en una historia de Logan y Daniel Pyne. Dirección: Oliver Stone. Duración: 150 minutos. Para mayores de 16 años. Nuestra opinión: Regular .
La obra de ese "fiscal cinematográfico" que es Oliver Stone se ha caracterizado por su potencia narrativa, su intento por desentrañar las contradicciones del modelo norteamericano (generalmente mediante la provocación) y su escasa sutileza.
En este sentido, "Un domingo cualquiera" es un Stone en estado puro (impactante, visceral), pero también una de las obras más elementales, banales y burdas de su carrera.
En su vía crucis denunciatorio de la decadencia moral de la sociedad estadounidense, ya pasaron los "grandes" temas, como los sinsentidos de la guerra ("Nacido el 4 de julio", "Pelotón"), la decadencia del yuppismo y la especulación financiera ("Wall Street"), la violencia irracional amplificada por los medios de comunicación ("Asesinos por naturaleza") o la corrupción política ("Nixon", "JFK"). Ahora, su objetivo es el fútbol americano, el deporte más popular y económicamente más poderoso de su país.
Pero, en esta producción de 60 millones llena de estrellas (la mayoría de ellas desaprovechadas por la incontinencia discursiva), Stone parece no tomarse demasiado en serio a los previsibles conflictos de la trama, a su supuesta mirada crítica sobre el entorno del competitivo ambiente y ni siquiera a sí mismo (aparece como un patético comentarista).
Solo contra todos
Stone se tira contra todo y contra todos: los empresarios (Cameron Diaz encarna a la tiránica dueña de un equipo de Miami), los periodistas (seres despreciables que gozan de las desventuras ajenas), los jugadores (egoístas, ambiciosos y con escasas luces), los técnicos y preparadores físicos (que tratan de sobrevivir sin demasiados pruritos ni principios) y hasta el público (gritón y consumista). Un ambiente dominado por confabulaciones, fiestas negras, prostitutas, drogas y tentaciones que aparecen a la vuelta de la esquina.
Afortunadamente, aquí llega la versión "corta" de... 150 minutos; es decir, 12 minutos menos que la estadounidense. De todas formas, el espectador poco avezado deberá soportar largas escenas sobre la técnica y la táctica de un deporte de muy escaso desarrollo en la Argentina.
A nivel dramático, las cosas no son más alentadoras: el protagonista (Al Pacino, en su veta más exagerada) es un entrenador de la vieja guardia que debe adaptarse a las exigencias (léase presiones comerciales, manipulaciones psicológicas y exitismo creciente) de la superprofesionalizada liga americana.
Si el dilema de esta mítica figura (desgastada por los años, los divorcios y el alcohol) resulta previsible, Stone se encarga de subrayar todo hasta la caricatura y el hartazgo. Los ejemplos son múltiples: para ejemplificar la violencia y el primitivismo del deporte es capaz de mostrar cómo un jugador pierde un ojo en pleno partido (y el ojo, claro, aparece luego en primer plano, tirado en medio del césped). Para demostrar que el fútbol americano es una suerte de circo romano arremete con un largo y grotesco paralelismo con la clásica escena de la carrera de carros de "Ben-Hur".
Y hay más en esta épica de la guerra trasladada a un campo de juego: largas y sentenciosas arengas de Pacino en el vestuario; el conflicto entre un jugador solidario que está cerca del retiro y otro joven y talentoso, pero muy individualista; un médico cínico (James Woods) que infiltra a los jugadores sabiendo que les está arruinando sus carreras.
Si no fuese por su sentido cinematográfico, su imaginación a la hora de concebir imágenes impactantes, el resultado sería -en concordancia con el título- una película cualquiera.