La gran murga porteña
Casi con el surgimiento de las murgas "de taller", a fines de los 90, el viejo fenómeno social de las murgas de barrio (en este caso, porteño) comenzó a tomar fuerza nuevamente. Las ciento cincuenta murgas que hoy conviven en el mapa de la Capital y que siguen sonando aun pasado el carnaval son signos de la resistencia de los barrios contra la globalización que empareja las particularidades y los colores locales.
Como testimonio de esa nueva explosión que reúne parte de la herencia de los festejos de los años cincuenta con los ritos y conflictos de esta época está el documental "Murgas y murgueros", del escritor y periodista Pedro Fernández Mouján, que se estrenará mañana en la sala Batato Barea, del Centro Cultural Ricardo Rojas.
Esta película es la primera incursión de Fernández Mouján como cineasta. Hace cuatro años el periodista, de 41 años, decidió salir con una cámara digital, un reducido equipo de personas y el apoyo de la productora Cine-Ojo, a retratar la actualidad murguera de Buenos Aires. "El tema siempre me pareció muy cinematográfico: el despliegue de las murgas, las historias, el hecho de que se trate de un arte callejero y popular de los más propios que tienen los barrios y que además haya quedado siempre al margen de la consideración artística, cultural y de mercado", comenta Fernández Mouján, vecino del barrio de Parque Patricios, donde también ha colaborado con una de sus murgas.
"En realidad, la película la hice más para las murgas que para reflexionar sobre el cine. Quise que las murgas tuvieran así su propio registro", agrega este periodista de la agencia de noticias Télam, que acaba de editar su primera novela, "Millas".
Fernández Mouján eligió cuatro de las distintas expresiones murgueras que pueblan la ciudad y su documental se detiene en ellas como si se tratara de estaciones. Así, aparecen del barrio de La Boca la comparsa conocida hoy como "Los amantes de La Boca", al pasar por Saavedra se detiene en la de "Reyes del movimiento"; de Boedo suenan "Los cometas de Boedo", y al final del viaje se llega a una murga de Palermo, la de "Atrevidos por costumbre". Cada una de estas murgas pinta, de algún modo, a su barrio. A los de La Boca el director prefirió retratarlos en un asado; a los de Saavedra, en una noche de carnaval; a los de Boedo, en un teatro, y a los de Palermo, en un estudio de grabación.
Entre los murgueros se distinguen los directores de las murgas. Se los puede ver en medio de un popular y ruidoso corso donde las comparsas muestran su cara más vistosa; en los camiones donde se trasladan con disfraces, bombos y platillos, o en la mesa de un bar, donde expresan su pasión por la murga. No se los ve siempre como alegres mascaritas a los directores de las murgas, líderes para la vida barrial. Sobre estos personajes del barrio, Fernández Mouján cuenta: "Elegí a los directores de murgas porque son portadores de la herencia más antigua de la murga y a su vez están liderando un movimiento nuevo: nacen muchas murgas en este momento, integradas por gente entusiasta pero que no tiene tradición".
Durante la entrevista con LA NACION, Fernández Mouján repasa los hitos de la historia murguera: "Es un fenómeno de las clases bajas populares que dejaron su marca en los años 50 y 60. Luego, durante la dictadura, se interrumpe y llega el pop. En los 80 se enferman las murgas con la violencia social, que acaba con un proceso nuevo en donde la murga se replantea su lugar".
"¿Quién dijo que el murguero es un barrabrava? -suelta hoy un vecino que participa en una comparsa del barrio de La Boca-. Eso es un chamuyo . El murguero es un tipo que parece Al Capone pero que en el fondo no es nadie." Entre los efectos residuales de aquella murga en crisis a la que alude Fernández Mouján hoy se escucha, por ejemplo: "Me separé de mi mujer por la murga, soy alcohólico por la murga, consumí drogas por la murga". Como si los destinos de estos seres estuvieran marcados por la pasión murguera, también están los que sienten que los salvó de todos los males. Este murguero de Boedo, por ejemplo, que en el documental de Fernández Mouján santifica a la murga con estas palabras: "Me salvó la vida... me salvaron mi hija y la murga".
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