La flor
(Argentina, 2018) / Dirección: Mariano Llinás (Competencia Internacional) / Duración: 840 minutos
Diez años de realización, catorce horas de película (quince con los intervalos), tres partes (son tres funciones independientes), seis episodios con múltiples subtramas (o subpelículas) que tienen entidad propia, decenas de personajes (aunque el eje de varias de las historias son las integrantes de la compañía Piel de Lava que conforman Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa), múltiples referencias cinéfilas (Fritz Lang, Alfred Hitchcock, Hugo Santiago, Roger Corman, Jean-Pierre Melville, Quentin Tarantino, Jean Renoir y hasta la saga de James Bond) y literarias (desde Jorge Luis Borges hasta John Le Carré, con eje en los relatos de espías, de gauchos y cautivas, los mitos griegos o las novelas del romanticismo del siglo XIX), barroca voz en off a cargo de los hermanos Mariano y Verónica Llinás, rodajes por todo el país y el mundo (Londres, Berlín, París, Budapest, Sofia y recónditas zonas de Nicaragua, Mongolia o Siberia)... Todo eso y mucho más es lo que propone y regala La flor, la monumental y apasionante película del creador de Historias extraordinarias hecha -como todo su cine-, a pulmón y a pura pasión.
¿Se justifican las 14 horas? ¿Por qué no hizo una serie? ¿No hay demasiados caprichos y excesos? Esas preguntas recurrentes son válidas, pero tras apreciar La flor en su conjunto uno percibe que se trata de una experiencia única y que incluso sus partes irritantes o intrascendentes y hasta su desmesura forman parte de una propuesta que exigen por parte del espectador un enorme compromiso físico, emocional e intelectual. Una vez superados esos prejuicios, la compensación es asombrosa. Se trata, sin dudas, de la cumbre artística de este 20º Bafici.
Las historias son muchas y podría decirse que abarcan prácticamente todos los géneros: film noir, melodrama romántico, comedia negra, espíritu de clase B, musical, western y hasta cine mudo o experimental. Las tramas nos llevan por espías en Bruselas y Londres, organizaciones secretas, momias precolombinas, enfrentamientos entre cantantes melódicos, secuestros y fugas, viajes en tren por una Rusia nevada, tiroteos en la revolución nicaragüense, gauchos seductores (unos hilarantes Esteban Lamothe y Santiago Gobernori), cautivas que huyen del desierto y se bañan desnudas, ensayos sobre árboles en la provincia de Buenos Aires, brujas y hoteles lúgubres o estructura de cine dentro del cine con los típicos enfrentamientos entre director e intérpretes en el seno de un equipo de rodaje.
No hay límites, prejuicios ni moderación alguna (hasta los créditos finales que duran casi 40 minutos tienen una idea y un desarrollo) en la desconcertante, apabullante y finalmente fascinante épica de Llinás. La mala noticia es que todas las funciones que quedan en el Bafici están agotadas. La buena, que ya están programadas próximas exhibiciones en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín. Ningún cinéfilo debería quedarse sin su flor.
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