La familia Spielberg vuelve al Holocausto
"Mi primera reacción cuando Roberta Grossman me dijo que quería filmar el libro del historiador Samuel Kassow Who Will Write Our History? ("¿Quién escribirá nuestra historia?") no fue, al principio, tan distinta de la mayoría de la gente: ‘¿Otra película sobre el Holocausto?’. Roberta está totalmente obsesionada con el tema, y no es porque su familia estuvo allí; sencillamente, ha leído todo lo que puede leerse al respecto. En cambio yo, que me crié en Arizona, crecí prácticamente sin tener ningún conocimiento acerca del Holocausto. Sé que esto es algo que la gente encuentra muy difícil de creer porque mi hermano es el director de La lista de Schindler e imaginan que mis padres son sobrevivientes de los campos de concentración, o que, como mínimo, sus hijos fuimos educados en el tema. Pero la verdad es que crecimos en una comunidad en la que había muy pocos judíos y no nos identificábamos muy fuertemente a nosotros mismos como judíos. Salvo, acaso, por el hecho de que nuestros vecinos solían asomarse a veces al jardín de nuestra casa para gritarnos ‘¡Spielberg, judíos sucios!’. Por lo que sí sabíamos al menos que éramos diferentes".
Quien cuenta esto –en conversación telefónica con la nación revista desde Nueva York– es Nancy Spielberg, la menor de las hermanas de Steven, es decir, la hermana cineasta de uno de los directores de cine más famosos e influyentes del último medio siglo. La entrevista tiene lugar en ocasión de una de las proyecciones del documental del que ella es productora ejecutiva, Who Will Write Our History?, basado en el citado libro de Kassow y dirigido por Roberta Grossman. Por gestión de la Organización de las Naciones Unidas, el Museo del Holocausto y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, la película se dio en una función especial a principios de mayo, en el Malba, y volverá a proyectarse allí en junio.
¿Quién escribirá nuestra historia? rescata el relato prácticamente secreto de la Oyneg Shabes (expresión del yiddish traducible como "La alegría del Shabat"), un grupo clandestino que tuvo entre sus miembros fundamentales al historiador polaco Emanuel Ringelblum, quien, a partir de 1940, se consagró a documentar la situación del gueto de Varsovia y la vida cotidiana y los padecimientos de sus habitantes bajo la ocupación, dejando constancia de las mentiras que buscaba difundir la propaganda nazi, contándolo todo en el acto, con una conciencia del valor histórico que esos testimonios iban a adquirir en el futuro que hoy, retrospectivamente, resulta asombrosa. La infinidad de papeles que conforman el archivo fueron sellados en contenedores y puestos bajo tierra antes de que el gueto fuera incinerado y buena parte de sus habitantes asesinados. Parte de estos contenedores jamás se encontraron. En 1999, el Archivo Oyneg Shabes fue incorporado a la Unesco, considerado por los historiadores como "el conjunto más rico de testimonios presenciales y relatos contemporáneos que hayan sobrevivido al Holocausto". Sin embargo, su historia sigue sin ser demasiado conocida.
Fue siete años atrás, mientras hacían Above and Beyond, una película sobre veteranos americanos que contrabandearon aviones fuera de Estados Unidos y pelearon en las guerras de la independencia de Israel, cuando Grossman le contó por primera vez a Nancy Spielberg que acababa de comprar los derechos del libro de Kassow. "Roberta jamás había oído hablar de Ringelblum ni de Oyneg Shabes, y sintió que había dado con la historia desconocida más importante que se hubiera desenterrado sobre el Holocausto –dice Nancy Spielberg–. Cuando me contó de qué trataba, me shockeó e hice un chiste: un relato sobre un archivo secreto, enterrado, escrito por estos historiadores y académicos… le dije: ¡me hizo pensar en Indiana Jones!".
La cita al arqueólogo aventurero que su hermano Steven llevó al cine cuatro veces –y que tuvo repetidamente entre sus villanos a los nazis– no es azarosa, claro. "Mi hermano sí había tenido una pequeña introducción en el tema cuando éramos chicos porque, siendo el mayor, había conocido a algunos sobrevivientes del Holocausto. Ellos iban a la casa de mi abuela a que les enseñara inglés. Por lo tanto, él sí había visto a otros judíos, pero de chicos no sabíamos realmente qué significaba eso. Yo no escuché la palabra Holocausto casi hasta mi adolescencia". El judaísmo sí se convertiría en algo muy importante en las vidas de los hermanos Spielberg, años más tarde.
"A medida que empezamos a avanzar en la producción de ¿Quién escribirá nuestra historia? pensé en el significado más profundo de lo que hicieron estos historiadores, periodistas e intelectuales, en cómo sacrificaron sus vidas para que la verdad sobreviviera incluso si ellos mismos no llegaban a sobrevivir –continúa–. En cómo anotaron todo, no tanto acerca de cómo murieron las víctimas del gueto, ya que sabemos bastante acerca de las muertes en el Holocausto, sino sobre cómo vivieron, y consiguieron darnos una idea cabal de cómo era la vida en aquel entonces, de cómo la gente seguía yendo al teatro y de cómo la cultura seguía siendo relevante aun cuando muchas de estas personas no iban a sobrevivir. Con su trabajo, nos proveyeron de los primerísimos testimonios directos e informes de lo que los nazis estaban haciendo en los campos de exterminio. Estos papeles que constituyen el archivo de la Oyneg Shabes estaban escritos en tiempo real, exactamente en el momento en que todo ocurría, lo que permitió que se contaran muchas cosas que luego de la guerra ya nadie contaría. Porque una cosa es ver un hecho y escribir inmediatamente y otra hacerlo después. Sabemos que cuanto más tiempo pasa más se desdibujan las cosas, los episodios cambian un poco en nuestra memoria, que a veces busca borrar algunos eventos que son demasiado duros".
Esa urgencia del registro "en vivo" parece ser una de las claves de la puesta en escena…
Es increíble cuando tratamos de imaginar cuántos de nosotros podríamos realmente haber hecho a un lado nuestro propio instinto de autopreservación en nombre de una causa más grande. Para mí, ese es uno de los aspectos más importantes de esta historia. Uno de los miembros jóvenes de aquel grupo dijo: "Me gustaría llegar a ver el día en que estos grandes archivos sean revelados y le digan la verdad al mundo". Ese no es un pensamiento muy común para un chico de 19 años. Un chico de esa edad piensa: "¡Vamos a vivir, voy a encontrar una chica, voy a comer y a emborracharme!". Pero estas personas sintieron que debían pensar en las futuras generaciones, de las que ellos no iban a formar parte, y que estas se iban a beneficiar de alguna manera de esos testimonios en primera persona. Yo no sé si hubiera sido capaz de hacer eso mismo".
En la película se dice que otra de las cosas que permitieron la urgencia de esos registros hechos en el acto fue que se contaran cosas que una vez que terminó la guerra muchos ya no estuvieron dispuestos a contar, como los sentimientos más negativos.
Creo que después del Holocausto buena parte de las historias se enfocaron en cómo hicieron algunos para sobrevivir, en los héroes que sobrevivieron y en los que murieron –continúa Spielberg–. Es más difícil hablar de otros aspectos más amargos, tales como un judío que entrega a otro judío: es muy difícil aceptar que cualquiera de ellos podría haber actuado de una manera inmoral, tanto como lo haría un nazi. En la película hay menciones sobre lo que hacía la policía polaca, aunque procuramos no exagerar sobre el tema: hubo gente que nos preguntó por qué no pusimos más sobre esto, pero yo creo que se dice lo suficiente. Hoy pasan demasiadas cosas en Polonia y nuestra idea no era frotarle estos aspectos amargos a nadie en las narices, porque no es ese el foco de la historia.
"Steven la pasó muy mal"
La película combina entrevistas con historiadores y el autor del libro, con dramatizaciones (los actores Adrian Brody, el protagonista de El pianista, y Joan Allen, leen testimonios escritos de Ringelblum y de Rachel Auerbach, miembro de la elite literaria polaca de la época que devino esencial en el Oyneg Shabes) y un material de archivo muy poco conocido.
Hace poco, el film de Peter Jackson sobre la Primera Guerra, No llegarán a viejos, recibió algunas críticas por colorear y sonorizar el material de archivo de la época, pero uno de los objetivos de esto, que algunos vieron como un "truco", fue hacerlo más accesible para el público joven. ¿Cómo abordaron estos aspectos técnicos para la realización del documental?
Decidimos no colorizar el material, pero a algunas imágenes de Rachel Auerbach caminando entre planos de archivo les pusimos un poco de color, de modo que quede claro que no estamos tratando de engañar al público, sino de que sea evidente que esa parte en particular es una dramatización. A la vez, la verdad es que sí había material de archivo de esa época en colores, solo había que escarbar correctamente en el archivo. Y nuestras dramatizaciones son muy realistas, porque cada palabra que escuchás salió de la boca, de la pluma, de las mentes de la gente que vivió en el momento. Es un tipo de testimonio que debemos recuperar ahora mismo, porque estamos perdiendo a todos los sobrevivientes de la Segunda Guerra y esta es la única manera de compenetrarnos con sus relatos. Y también, claro, de acercarnos al público más joven.
La producción trabajó las recreaciones como si se tratara de documentos históricos, que cada detalle del gueto de Varsovia fuera real. "Este rigor es importante porque es así como les vamos a enseñar la historia a nuestros hijos; esto es lo que va a quedar. Las generaciones más jóvenes no quieren leer un libro de historia. Somos una sociedad muy visual, tanto los jóvenes como los viejos, y nuestro espectro de atención es cada vez más corto y es cada vez más difícil hacer que alguien lea nada que sea más largo que un tuit. Odio decirlo, pero tenemos que pensar en eso; no podemos hacer documentales de cabezas parlantes, solo gente hablando, porque son aburridos y nadie conecta con ellos, y es importante poder empatizar.
En relación con esta idea de memoria y legado, y volviendo a tu educación, a la infancia en Arizona de la familia Spielberg. ¿Por qué creés hoy que creciste sin saber qué significaba ser judía?
Para empezar, soy la más chica de cuatro hermanos. Sí celebrábamos algunas festividades, pero no teníamos una identidad judía fuerte. Había solo un chico judío más en la escuela, así que no era algo que yo creyera muy importante; en todo caso, incluso, lo odiaba un poco, porque cuando todo el mundo se deseaba Feliz Navidad, yo me quedaba sentada a un lado cortando estrellas judías en papel para hacer decoraciones, y cuando tenés 8, 9 años no querés ser diferente. Mientras todos los chicos comían sus almuerzos en la cafetería, yo abría mis sándwiches de salame y matzá. Los chicos se reían de mí porque olían el ajo en mi comida a la distancia. Así que no tuve muchos amigos en esa época, me era incómodo, no nos sentíamos aceptados. Los vecinos que nos gritaban "sucios judíos" desde su lado de la cerca también nos robaban los juguetes. Una vez, mi hermano Steven fue hasta sus casas por la noche, llevó mantequilla de maní y la untó por todas sus ventanas, y cuando el sol salió por la mañana, la mantequilla se cocinó tanto que se endureció y se volvió muy difícil despegarla de los vidrios…. No fue gran cosa, pero de alguna manera sirvió como venganza. Y cuando los padres de los vecinos vinieron a decirle a mi madre "sabemos que fue tu hijo quien hizo esto", ella les contestó: "No sé de qué están hablando". De esa manera entendí que teníamos que aprender a defendernos nosotros mismos, pero a su vez que podíamos contar entre nosotros, porque éramos hermanos. Más tarde, a los diez años, una de mis hermanas y yo fuimos a una escuela judía y empecé a sentirme más cómoda y a aceptar mi identidad, no esconderlo más. Pero a mi hermano lo golpearon en el colegio secundario; no fue nada fácil para él.
En el documental Spielberg, de HBO, él cuenta que fue su esposa, Kate Capshaw, quien lo llevó finalmente a abrazar su identidad judía.
Es absolutamente cierto. Ella tiene un costado espiritual muy fuerte, y cuando ellos empezaron a salir, ella decidió que se quería convertir al judaísmo. Y creo que fue con el nacimiento de los hijos de ambos que el judaísmo adquirió un significado más profundo, y él, que durante diez años se había negado a hacer La lista de Schindler –por temor a no hacerlo bien, a arruinar algo sagrado–, se sintió listo emocionalmente. Luego, la pasó mal haciendo la película; en Polonia sentía siempre que estaba parado sobre el polvo de los huesos de las víctimas del Holocausto; donde fuera que estuviera, sentía que estaba moviéndose en una pileta de sangre. Es muy difícil.
¿Qué le dirías ahora a la gente que piensa con fastidio "otra película sobre el Holocausto"?
Que yo entiendo esa reacción. Pero, yendo hacia atrás, recuerdo que después de La lista de Schindler, en la que no trabajé, pero sí estuve involucrada durante el proceso, en familia, hablando con mi hermano, empezaron a surgir una cantidad enorme de historia de sobrevivientes. Y como mi hermano es un poco difícil de contactar, mucha gente acudió a mí, y lo que pasó entonces, lo que de verdad entendí, es que todos tienen historias y que cada historia es absolutamente única, y cada una de estas historias merece ser escuchada, porque se trata de un sufrimiento individual. A veces la gente dice: "Estuviste en Auschwitz, sí, tu historia es como la de otros seis millones". Creo que nos hemos insensibilizado un poco ante tantos relatos sobre el Holocausto. Hoy alguien dice "seis millones de personas" y respondemos automáticamente: "Sí, los judíos asesinados por los nazis". Pero esta respuesta automática no dice nada acerca de cada uno de esos individuos, que pudieron haber sido tus compañeros de escuela. O tu hijo, tu hermana, tu tía. La propia enormidad de la cifra, seis millones, vuelve imposible pensarlo en esos términos, empatizar con los individuos.
A partir de estas historias con las que "se inundó" su vida después de La lista de Schindler, Nancy Spielberg produjo films como Elusive Justice: The Search for Nazi War Criminals, cuyo director, Jonathan Silvers, viajó a la Argentina ("donde revisó muchísimos archivos que contenían los listados numéricos de nazis que habían escapado de Alemania a Buenos Aires") y luego Above and Beyond. "Creo, o al menos espero que así sea, que lo que nuestra película consigue es personalizar, poner nombres propios a algunas historias, para empatizar. No todas las historias han sido contadas. Y esta puede ser la última chance de capturar algunos relatos personales de sobrevivientes de más de 90 años que aún no han contado sus historias. Se necesita paciencia, no solo para escuchar a la gente, no solo a las víctimas y sobrevivientes del Holocausto, sino también a aquellos que sufren genocidios en todo el mundo".
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