Fue una de las estrellas de las pasarelas de los ochenta y dio la vuelta al mundo; sin embargo, pegó el volantazo; ahora, a los 62 años, rescata perros de la calle en su casa de San Isidro y emprende a diario una tarea solidaria para niños y ancianos; el amor por sus hijas y el día que le puso los puntos a Cerati
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“Me crié en Ramos Mejía, en una casa muy grande, donde siempre hubo mascotas. En lugar de jugar con las muñecas, me gustaba jugar con los perros. Era una nena y decía ‘cuando sea grande voy a salvar a todos los perros que pueda’”.
Nora Portela es un personaje atípico. Hace años que, siguiendo aquel deseo de infancia, ofrendó su vida a la tarea solidaria en favor de los animales y también canalizó su ayuda hacia los niños y ancianos en estado de indefensión. Hoy, convive con 60 perros en un caserón de San Isidro, algo que, en gran medida, le da sentido a su vida. Veinte de esas mascotas fueron rescatadas de un allanamiento reciente de un criadero ilegal en Villa Crespo al que llegó la Justicia.
“Me levanto a las tres de la mañana a darles de comer a los que están ciegos o enfermos y, a las seis, ya estamos de vuelta todos arriba. Desde esa hora estoy dedicada a ellos, a suministrarles medicación, comida, limpiar el caos que dejan”, dice a LA NACION, mientras ofrece una desmedida porción de torta de chocolate hecha por ella y un tazón gigantesco e interminable de té.
Su porte sigue intacto. Esbelta, el jean y el abrigo le calzan a la perfección. Su andar hace que hasta las chatitas sencillas que eligió como calzado luzcan como un precioso diseño que podría haber adquirido en la Vía Santo Spirito de Milán.
-¿Te ayuda alguien?
-Hago todo sola, incluso la limpieza, ya que todos los días hay que levantar lo que los perritos ensucian. Al mediodía termino con todo eso y me voy a buscar donaciones adonde sea. Puedo irme hasta Flores o Escobar para recibir lo que me dan. Lleno el auto y me vengo a casa, donde empiezo con el trabajo de clasificación.
Nora Portela se asemeja a una mujer laica consagrada o a una religiosa. No hay quejas ni añoranzas. Durante los ochenta, su nombre y su apariencia desafiaban las pasarelas de la alta costura. Los modistos encontraban en ella al instrumento perfecto para mostrar sus creaciones. Sin embargo, algo en su interior se revelaba ante ese statu quo artificioso. “A mí no me importaba nada ese mundo, llegaba tarde a los desfiles y con el pelo mojado, fui la antítesis de una modelo”.
Lo tuvo todo. Repercusión profesional, familia estándar con marido y dos hijas, una vida lujosa y consumista, propiedades aquí y allá, viajes. El retrato idealizado de muchos. Aunque, para ella, aquel momento de su vida hoy es percibido como una ficción agridulce. “A veces, uno vive una vida que es como una mentira. Reventás la tarjeta y tenés efectivo, aunque estás más sola que la mierda. Y, cuando te desprendés de esos lujos, toda la gente que te seguía, se corre”.
-¿Te sucedió?
-Se hicieron humo unos cuantos cuando se terminaron las invitaciones a tomar el té en la casa del Boating con pileta, pero ahí te das cuenta quién es quién.
Barajó y dio de nuevo. Se separó de su marido y de las opulencias y se dedicó a ayudar, hacer aquello que soñaba en el patio de la casa de la infancia en Ramos Mejía. Su obra también llega al hospital municipal de San Isidro, a barrios vulnerables y a varios geriátricos.
Darlo todo
“La ayuda a los perros o mi tarea solidaria en las villas siempre las hice con un perfil bajo, porque hay mucha gente que cataloga y te mira como si estuvieras loca, hasta que un día entendí que había que reeducar a una sociedad muy enferma”, reconoce en el amplio living de la casona, rodeada de revistas vintage y palos de golf arrumbados, vestigios de su otra vida.
-¿Deconstruir es la tarea?
-Cuesta mucho, la gente no participa, piensa que no le puede pasar nada. Muchos creen que no pueden tener un chico con Síndrome de Down o ciego. Con los animales, hay gente que adopta y luego, si no los puede mantener, los tira a la calle, los deja morir o les hace eutanasia. La trastienda del ser humano es infinita y triste.
-¿Percibís una sociedad algo anestesiada?
-Hay mucha cáscara en el ser humano, pareciera ser que se vale por lo que se ve.
-Eso redunda en poca solidaridad.
-Obvio, la gente es muy poco solidaria.
-¿Quiénes son los destinatarios de esas donaciones que recibís?
-Las familias a las que ayudo. Les llevo lo que necesita cada uno, no es lo mismo para todos. Puede ser comida, cubiertos, frazadas o ventiladores. Todo es útil. Ahora, no todo lo que recibo sirve, ya que mucha gente dona cosas que estaban destinadas a la basura.
-¿Dónde colaborás concretamente?
-Ayudo, desde hace más de treinta años, a una villa del Bajo de San Isidro. Incluso, puedo cortar la calle y llevar payasos para festejar los cumpleaños de los chicos. Vi casarse a los hijos de los hijos de las primeras personas que ayudé. También asisto a una fundación que les daba las comidas a varias familias, algo que se cortó con la pandemia. Así que me ocupé de ver quiénes eran los beneficiados y tocar puerta por puerta para asistirlos.
-¿Con qué cuadro te encontraste?
-Hay cuadros de todo tipo.
-¿Por ejemplo?
-En una familia muy humilde vi a cinco personas durmiendo en un mismo colchón que tenía nidos de lauchas. Entonces, el foco estuvo en conseguir que cada uno durmiera en su cama.
-¿Qué les pudiste llevar?
-Camas, roperos, una mesa digna, sillas, manteles. Les enseñé a comer con cubiertos y a tomar de las tazas.
-La carencia material también redunda en falta de hábitos.
-Es así, por eso, también les hice el baño, porque no sabían qué era un inodoro.
-¿De dónde es esa familia?
-Viven en una villa que nace en el Camino Real. La abuela no camina, una de las nenas tiene autismo y el nene padece epilepsia y retraso mental.
Mora Furtado es vecina de San Isidro, el partido del norte bonaerense al que pertenece esa barriada llena de carencias. Más de una vez golpeó la puerta de la intendencia y solo consiguió un magro subsidio que le alcanza para unas pocas bolsas de comida para perros y que, este año, aún no se lo pagaron. El resto de su obra en favor de las personas y de los animales, se sostiene con donaciones y con lo que ella misma pone de su propio capital, aunque aclara “ya no me queda nada”.
Tampoco el municipio de San Isidro atendió su reclamo por un espacio para poder tener a los animales, razón que la llevó a convertir su hogar en un refugio. La exmodelo, que vivía en un barrio con amarras y contaba con una gran casa en Punta del Este, ahora habita un caserón que tiene destinado el primer piso para clasificar las donaciones, el jardín dejó de ser un vergel y está poblado de cuchas acomodadas sobre la tierra y la piscina es un reservorio de musgos y plantines acuáticos. “Me dejé unos cuartos y el living para mí, el resto de la casa es de ellos”, dice en alusión a los perros.
-Si los dramas sociales que mencionás están a la vista, ¿cómo es que no hace nada el municipio?
-Me da mucho fastidio, si yo consigo lo que consigo, todos lo pueden lograr.
En sus redes sociales, Portela anuncia el destino de todo lo que recibió, con el objetivo de transparentar y generar conciencia al mismo tiempo.
-Se requiere de una gran fortaleza para enfrentar mundos tan adversos.
-Probé, cuidé a chicos terminales que a la semana ya no estaban más, pude pasar esa barrera.
-¿A qué recurrís para estar tan plantada? ¿Sos creyente?
-No creo en la Iglesia ni en los curas, he tenido malas experiencias.
-¿A qué tipo de malas experiencias te referís?
-Abusos.
-¿En tu familia o en personas cercanas?
-Conmigo, siempre hablo desde mi lugar. Hay cosas jorobadas que te marcan, que te hacen más retraída.
La otra vida
“No negocio nada para estar donde estoy hoy, aunque mi vida anterior era Disneylandia”, dice con convicción, mientras explica que ya no entrega más perros en adopción porque la gente llegaba para chusmear su casa.
-¿No añorás nada de todo ese buen pasar en el que vivías?
-Nada, renuncié a todo eso para mi entrega total.
-¿Conocer un mundo que conlleva algunos aspectos frívolos y banales, te llevó a transitar esta vida más profunda?
-Cuando comencé en la moda supe que eso no era lo mío. Me inicié a los veinte años, a una edad en la que no es común que te vayas a Europa, África o a la India, no es habitual que te regalen un montón de ropa y maquillajes... o tener un auto.
Ingresó al mundo del modelaje de casualidad. Como su hermano era modelo publicitario, solía acompañarlo como un divertimento adolescente. En una de las grabaciones la vieron las modelos Tini de Bucourt y Patricia Miccio, quienes, al percibir sus cualidades físicas, la instaron a desfilar. “Era muy tímida y debuté en la pasarela con un desfile de alta costura, pensé que me moría, caminaba pisando huevos”, rememora.
-¿Por qué seguiste?
-Como te dije, por la plata que se ganaba y los regalos que recibías, que a los 20 te pudieras comprar lo que querías no era normal.
-Es peligroso.
-Sí, pero siempre tuve los pies muy plantados. Jamás me drogué, no tomo alcohol y el deporte me alineó mucho. Al ser muy medida conmigo misma, nada me mareó.
Nora Portela es madre de Chloé y Thais Bello, quienes nacieron durante su matrimonio con Marcelo Bello, de quien se separó hace treinta años. Su hija Chloé atravesó el mundo de la moda y fue la última pareja del músico Gustavo Cerati. Thais trabaja en la organización de las fiestas electrónicas Ultra Music Festival. Ambas viven en Europa, pero ella las sigue de cerca. “No soy su amiga, soy la madre y por eso puedo darme cuenta por la voz si están bien o mal”. Acaso por conocer en primera persona el mundo de las pasarelas, reconoce que “nunca quise que mis hijas fueran modelos, aunque Chloé tiene todo el prototipo para serlo”.
-¿Por qué esa negación?
-Cuando comencé te proponían sacarte una foto a cambio de que te corrieras la bombacha.
-¿Esos eran los códigos de ese mundo?
-Era así, pero no se contaba. Por otra parte, te decían que no comieras o que te tomaras un laxante para no tener panza en el desfile. Al mes de haber parido a mi hija mayor me propusieron que me tomara un laxante para deshincharme.
-Ese tipo de propuestas habrán venido de gente reconocida en el medio.
-Siempre trabajé en alta costura y en ese medio fue donde me decían esas cosas.
-Es decir que esas prácticas tan nocivas para el cuerpo la fomentaban diseñadores reconocidos.
-Totalmente.
-Está la vida y la muerte de por medio.
-En Europa la competencia es muy fuerte, las chicas viven a lechuga, no menstrúan, se enferman permanentemente, se caen desmayadas, acá ya no existe ese mundo. Pasó la época buena de Gino Bogani y las grandes marcas, ahora desfila la que tiene culo o la que sale con tal.
-¿Antes cómo era?
-Éramos ocho modelos inmaculadas, que no mostrábamos nada. Ni siquiera nos reíamos en una pasarela porque nos mataban. Ahora, en cambio, hasta tiran besos.
Aquellas opulencias
“Revoleé todo, se terminaron los relojes caros, los brillantes, las carteras de marca. Puedo estar bien con un jean y un cashmire, no necesito el adorno para pertenecer”.
-¿Seguís teniendo tu casa en Punta del Este?
-No, me la vendió mi querido ex.
-Fue un desprendimiento absoluto.
-Sí. Era la típica señora que iba de Punta del Este a Brasil, de Estados Unidos a Europa, que tenía la última camioneta. De tener mucama y cocinero, viajar en primera, ir a Disneylandia con mis hijas todos los años, a pasar a limpiar los baños... al principio fue duro. Te preguntás qué te pasó, pero luego entendí que era mi verdadera identidad. Cuando volví a subirme a un colectivo o andar en tren, me sentía rara, hasta que me di cuenta de que eso era lo que yo hacía de chica.
Entre Giordano y Cerati
Buena parte de la tarea solidaria que realiza Nora Portela la lleva a cabo en compañía de Jack, el perro que pertenecía a Gustavo Cerati y que se acercó a la familia a partir de la relación del músico, fallecido el 2014, con Chloé Bello.
Jack suele acompañar a la exmodelo a los almuerzos que, una vez por semana, le facilitan los dueños de Malloy´s, un restó de moda frente a la costa de Martínez, para ancianos y niños con diversas patologías. “Él recorre todas las mesas en busca de comida”, cuenta.
-¿Vino Gustavo Cerati a esta casa?
-Sí, claro.
-¿Cómo era ese vínculo entre suegra y yerno?
-Tuve poca relación con él.
-Suegra brava.
-Como me separé cuando mis hijas eran muy chicas, siempre fui padre y madre, así que las protegí mucho. Gustavo la siguió bastante a Chloé, pero cuando lo encontré le dije: “Te voy a hablar claro, ya que tenés la misma edad que yo. A vos no te gustaría que te presentaran un tipo grande para tu hija, así que, si a mi hija le pasa algo, qué mal lo vas a pasar”. Al principio dejaba a Chloé en la esquina, porque tenía miedo de lo que yo pudiese opinar, hasta que le ordené: “La dejás en la puerta y esperás a que entre”.
-¿Pudieron mantener una relación o se asustó mucho?
-Cuando Gustavo se iba de gira, me dejaba el perro a mí. Cuando pasó lo que pasó, la familia no me lo pidió, pero tampoco se los iba a dar.
-Me parece que tu vínculo con los yernos nunca es el mejor.
-Todos los novios de mis hijas se asustan mucho de mí. Ellas son mi tesoro, lo máximo que tengo, así que nadie les puede hacer nada. Hice tanto que, para el Día del Padre, me saludan.
-Trabajaste mucho con Roberto Giordano, ¿tenés contacto con él?
-No lo veo, se cortó el trabajo, pero, cuando me lo cruzo, nos tenemos un gran afecto. Hemos viajado mucho por el programa y tengo llegada con su familia.
-¿Te hablás con él?
-No, pero si levanto el teléfono, él está. Lo quiero mucho.
Cuestión de amor
Se contagió Covid, pero, con 40 grados de fiebre, se ocupó de todos sus animales. “Comía lo que había acá”, señala.
-Una vida muy particular.
-Pocos la entienden.
-¿Estás en pareja?
-No, no sé qué es eso.
-¿Te gustaría?
-La gente que está en pareja pierde su personalidad. Me pienso a mí en esa situación y no era yo. Tenés que cumplir horario, consensuar salidas, todo es en función de.
-¿Pensás que se pierden libertades estando en pareja?
-Perdés toda tu libertad.
-El paradigma cambió, ya no es así.
-Sí, es así. Yo tengo una personalidad muy independiente y tampoco sé quién se bancaría mi vida con los animales, aunque no conviviría. Tampoco traería a nadie para que venga a limpiar la caca de los animales, pero tiene que entender mi idioma.
-¿Cuánto hace que te separaste?
-Treinta años.
-En estas tres décadas, ¿tuviste parejas?
-Pocas y el que yo quería que estuviera conmigo, no se jugó para que estuviésemos juntos. Las elecciones que tuve no fueron las apropiadas, no me sumaron.
-El que esté libre…
-Si tiene que ser, será.
-¿Hiciste o hacés terapia?
-Nunca, ni pienso hacer. Como soy un poco intensa, mi terapia es ordenar los cuartos y que esté todo prolijo. De hecho, me baño varias veces por día y me cambio de ropa. No me gusta el estado de abandono, no por los demás, sino por mí.
-Estás impecable.
-Simple.
-¿Sos feliz?
-Estoy bien.
-Son momentos.
-Ni me acuerdo cuándo estuve feliz, creo que estuve contenta cuando nacieron mis hijas, pero tuve la suerte de elegir la vida actual, hay gente que no puede elegir.
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