La casa de las flores: las claves del nuevo fenómeno mexicano en Netflix
Reinventar el melodrama para adaptarlo al presente, embeberlo de humor negro y construir una historia sobre el retrato imperfecto de una adinerada familia que vive de las apariencias aunque, puertas adentro, está cayéndose a pedazos. Esa fue la consigna que tomó Manolo Caro para escribir La casa de las flores, la serie de Netflix que trajo de regreso a la legendaria figura de Verónica Castro y que se ha convertido en el nuevo fenómeno del que todos quieren hablar.
Tras el éxito de Luis Miguel, la serie, la compañía de streaming volvió a apostar en México por una producción que suena a placer culposo pero que se abre a la popularidad, alentada por el boca a boca y los comentarios en las redes sociales. Entonces, sólo los que gozan de autoproclamarse "outsiders" se atreven a saltear deliberadamente ese fruto sabroso y colorido que se ofrece en pantalla, del que posiblemente ya han oído hasta el cansancio.
Pero, ¿cuáles son las claves para que La casa de las flores haya recorrido ese camino? Aquí, algunos de los puntos fuertes del nuevo hit made in México. Atención: ¡esta nota contiene spoilers!.
Un extraño retorno
Luego de casi una década de ausencia –su último trabajo fue en la versión mexicana de Los exitosos Pells, en 2009–, Verónica Castro aceptó el desafío de componer a una heroína distinta. Lejos de los personajes que la volvieron famosa en la década del 80, en esta ocasión la diva mexicana se pone en la piel de la matriarca de una familia adinerada y aparentemente perfecta, que se coló en los altos estratos gracias a una prestigiosa casa dedicada, justamente, a la venta de flores.
Pero Manolo Caro se empecinó en volver a recordarnos que las apariencias engañan, y es entonces donde esa mujer aferrada a la imagen y a darlo todo por mantener su posición social cobra una nueva dimensión. Castro sorprende no solo a fuerza de frescura, sino también de emoción, quienes la vieron en telenovelas como El derecho de nacer o Rosa salvaje, descubrirán que esos ojos aún pueden transmitir ira, tristeza y verdad, y que ese rostro algo transformado por los retoques estéticos también puede reaccionar frente a la sorpresa, la alegría, el miedo y la angustia. Los millennials, que posiblemente la reconozcan como "la madre de Cristian Castro" tendrán la posibilidad de verla por primera vez en pantalla.
Virginia de la Mora, su personaje en La casa de las flores, retoma ciertas características de las heroínas de telenovelas –la tenacidad, la valentía, la empatía–, pero también se humaniza cada vez que fuma marihuana a escondidas, emprende venganzas que se le vendrán en contra y trastabilla en su labor de sostener los espejismos de una vida perfecta.
Castro sorprende por la soltura con la que le aporta matices a su personaje, pero también por la capacidad que tiene para reírse de sí misma con una sonora carcajada, sin prejuicios ni vanidades.
Los mundos que chocan
Además de los guiños propios al culebrón clásico, La casa de las flores se mueve entre las alusiones kitsch del cine de Pedro Almodóvar de fines de los 80 y ciertas composiciones que recuerdan a series estadounidenses como Dinastía, Falcon Crest o Amas de casa desesperadas (especialmente, con la intervención de una voz en off femenina al comienzo y al final de cada episodio).
Caro ha buscado romper con el relato monótono y "esperable" de la telenovela sin perder la cordura, pero sorprendiendo al espectador, naturalizando el efecto y generando un "enganche" que bien puede derivar en la maratón de los 13 episodios que componen esta primera temporada. Esas disrupciones argumentales y estéticas dan lugar a situaciones disparatadas que transforman rotundamente el escenario, y hacen que la serie coquetee por momentos con géneros como el musical o la comedia negra.
El ejemplo más claro llega cuando Virginia descubre que su esposo ha llevado durante años una vida paralela y que, junto a su amante, ha fundado otra Casa de las Flores: un cabaret en el que un grupo de drag queens le rinde homenaje a figuras de la música popular mexicana como Yuri, Paulina Rubio, Amanda Miguel y Gloria Trevi. Ese espacio representa la contracara de la florería regenteada por la familia De la Mora, porque allí la libertad se venera y se celebra por sobre las apariencias. Los mundos chocan, la trama se enriquece y se vuelve aún más colorida.
Esas espinosas relaciones familiares
Siguiendo aquella máxima que indica que "cada familia es un mundo", La casa de las flores se mete de lleno en las internas que surgen dentro del clan De la Mora. Por un lado, está el matrimonio de Virginia y Ernesto (Arturo Ríos), que se mueve por inercia pero, un día, se detiene frente al precipicio del desengaño, la venganza y la culpa; por otro, están los tres hijos del matrimonio, Paulina (Cecilia Suárez) , Elena (Aislinn Derbez) y Julián (Dario Yazbek Bernal).
Los tres hermanos De la Mora parecen tener muy poco en común. Paulina es la hija aplicada y responsable, Elena la rebelde que se fue a vivir a Nueva York y Julián el eterno adolescente conflictuado que se niega a salir del closet. La dinámica entre ellos se modifica a partir del regreso de la hermana del medio, que sucede justo cuando se desata una tragedia en la florería familiar y comienzan a revelarse los secretos que sus padres se esmeraban por mantener bajo siete llaves.
Pero, a su vez, ellos también serán foco de conflicto antes que un aliciente para los dramas maritales de Virginia y Ernesto. Sí, ellos pueden posar para la foto familiar cada vez que se los requiera, pero sus vidas están, en realidad, en las antípodas de lo que una madre de alta sociedad esperaría de sus retoños. El espíritu pacato detrás de la matriarca colisiona de frente cuando Elena presenta a su pretendiente afroamericano, Julián se admite bisexual -porque homosexual ya sería demasiado- y Paulina trae de regreso a su exmarido (Paco León), que hoy vive como una abogada transgénero en España.
A pesar de ser muy distintos, los tres hermanos De la Mora terminan coincidiendo en algo: su interés por heredar el mando del negocio familiar. Con ese objetivo desplegarán todos sus encantos frente a la matriarca de la familia, en un juego de seducción algo grosero que pone sus tensiones a flor de piel. Las traiciones no les serán esquivas, aunque al final del día será su vinculo familiar el que prevalezca.
Paulina: tómame o déjame
"¿Por qué habla así esa mujer?" es la pregunta que inequívocamente se hace el espectador de La casa de las flores cuando el personaje de Paulina de la Mora aparece en escena. Y ahí es donde asoma el ingenio de Cecilia Suárez, la actriz mexicana que decidió imprimirle a su personaje un hablar pausado y cansino que no pasa desapercibido para nadie.
No por nada, con el furor que genera la serie, se desató un desafío viral: filmarse mientras se imita a la hija mayor de Virginia de la Mora para subir luego el video a las redes sociales junto al hashtag "PaulinaDeLaMoraChallenge". La misma Suárez se mostró sorprendida con la popularidad que alcanzó su personaje, y alentó a sus seguidores en Instagram a continuar con el reto.
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Lo cierto es que el personaje de Paulina es central en la historia, no sólo porque es un pilar para su madre en lo referido a las finanzas de la florería, sino también porque es la única que está al tanto de la doble vida de su padre. Pero también ella trae consigo un bagaje amoroso por demás pesado, con el que tiene que confrontar cuando promedia la serie: el reencuentro con el padre de su hijo Bruno, que pasó de ser José María a identificarse como María José, usar polleras y tacos altos.
En ese punto reside también parte del encanto de la serie, que posee varios guiños hacia el colectivo LGTBIQ: en la invitación a dejar de mirar sólo el reflejo y observar con profundidad, darnos la posibilidad de aceptarnos y construir relaciones desde la verdad, aunque muchas veces resulte doloroso o frustrante.
Es posible que el desenlace de esta primera temporada haya sido un poco arrebatado, casi recurriendo a soluciones mágicas para darle un cierre al conflicto. Pero el final queda lo suficientemente abierto como para dar paso a una segunda temporada, en la que seguramente habrá más tiempo para explotar las líneas narrativas y las historias que surgieron a lo largo de estos 13 episodios.
La apuesta es buena, y demuestra que la expansión de contenidos a nivel regional que está haciendo Netflix también puede poner sus fichas en ficciones muy bien actuadas, creativas y menos solemnes, pero con cosas para decir.
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