La Cacho, el señor de los stilettos de catorce centímetros
Oscar Larrea reinó en el Morocco y el Club 69, en donde fue figura de la noche porteña en los últimos treinta años; retirado, hoy trabaja en el sector de vestuario masculino del Teatro Cervantes
Hasta hace pocos días, las dos obras de Copi que se presentaron en el Teatro Cervantes, como ese extraño intervalo de tono performático, hicieron que el universo trans copara la parada del teatro público. En ese díptico compuesto por las obras El homosexual o la dificultad de expresarse y Eva Perón, lo travestido como los personajes de sexualidades en estado de mutación permanente eran parte constitutiva de ese vital entramado.
Lejos de los reflectores de la gran sala histórica, el dato lo aporta el equipo de jóvenes periodistas que está trabajando en el Cervantes: en el sector vestuario de ese teatro trabaja un señor que conoce muy bien la escena trans. Se llama Oscar Larrea. Hasta ahí, el nombre quizá no diga nada. Pero para los que habitaron Morocco en los años 90 como para los que habitan los jueves de Club 69, es necesario aclarar que Oscar es La Cacho, transformista de profesión. "El morbo de vestirme de mujer -reconoce desde su lugar de trabajo- fue un divertimento que, con el tiempo, se convirtió en un trabajo gracias al cual comí, alquilé, viajé, hice de todo. Pero me retiré, ya está. El tiempo pasa y el cuerpo te pasa factura..."
La historia de La Cacho comenzó en Morocco. En los 90, ese lugar fue símbolo de una época. Podría haber sido una disco más, pero no. "Construyó su imagen pública en torno de un aparente choque de estilos: actores, funcionarios, drag queens, modelos top, artistas verdaderos, falsos poetas, drogones, estrellas de rock, rugbiers con ganas de escuchar cumbia, punks con ganas de escuchar tecno. Ese eclecticismo de pequeño parque de diversiones prohibido para menores fue el pasaporte a la inmortalidad de Morocco", despidió el mágico lugar una de las tantas crónicas periodísticas de marzo de 2001.
En aquel sitio, él (Mario) o ella (La Cacho) fue elegida su reina. "Sucedió de pedo, fue una noche muy loca", recuerda este señor que repasa su pasado de tacones tan lejanos como impresionantes con un dejo de melancolía e íntima felicidad. Un grupo de amigos le había propuesto ir todas "montadas" a Morocco [en la jerga, ir vestidos de mujeres]. "No nos importaba nada... Llegamos y estaba lleno de tipos conchetitos y nosotros, en faldas. A la semana se elegía la reina y mis amigos me insistieron para que me anotara. Yo era un tipo muy estructurado que sólo salía los viernes y sábados; pero terminé yendo."
Esa noche, minutos antes de salir a escena, se le rompieron los tacos que sostenían sus 150 kilos. No importó. Él (o ella, tampoco importa) se arregló frente a un espejo su vestidito de leopardo, a falta de tacos se puso borcegos, se acomodó un moño en la cabeza y salió al escenario frente a una platea en la que reconoció de inmediato a Charly García y a Fito Páez en medio de esa atmósfera tan glam como trash. Al presentarse, el resto de las aspirantes se ponían nombres de fantasía muy glamorosos. Oscar se puso La Cacho. Y para dejar más en claro lo suyo, dijo ser camionero. Quedaron tres. Esa noche comenzó su reinado.
"Pasé de ser el payasito de los cumpleaños y fiestas de amigos a verme en la gráfica del lugar, a entrar a los boliches sin pagar, a tener mi propio camarín, a ganar plata", recuerda. A las semanas, el centro de la ciudad estuvo cubierto de esos maravillosos afiches del Morocco en los que La Cacho fue la musa, la imagen, su todo. El teléfono de su casa no paró de sonar. Él vivía con sus padres, que ni imaginaban que su hijo era la reina de ese lugar que ellos desconocían. Oscar tenía 25 años (ahora tiene 50). Al tiempo, decidió partir de la casa. Antes de hacerlo le mostró a su padre uno de los afiches, "para que lo vea y no para que opine". Terminó invitándolos a Morocco. Esa noche, le costó un poco salir a escena a la desenfadada de La Cacho. Pero lo hizo y fue feliz.
Vino un afiche, y otro, y otro más. Y vino otro reinado, y fueron tres en total para este tipo gigante de llamativas piernas ("es verdad, siempre tuve lindas piernas"). Pasó a ser un emblema de un lugar icónico en donde se dio todos los gustos rodeado de famosos de todos los ámbitos posibles. Lo llamó Antonio Gasalla para sumarse a su programa. Lo llamó Eliseo Subiela para actuar en El resultado del amor. Lo llamó Elizabeth Vernaci para sumarse al staff del programa Infómanas. Con la honestidad que lo caracteriza, confiesa: "Nunca me preparé para esto. Salía a escena en blanco. Sólo elegía la ropa".
Los tacos altos fueron su fetiche. Oscar calza 44. A los 7 años supo que era gay. A los 15 se puso los primeros tacos. "Me los compré en una zapatería que se llamaba Tic Tac. Quedaba en Varela 860, no lo olvido jamás. En 1982 pagué cien pesos por esos tacos, una fortuna." En Merlo se hizo sus hormas para los stilettos de 14 centímetros. Tenía, cuenta, de todos los colores. "Dejame que te explique algo: yo en la vida tuve todo. Todo lo que quise lo tuve. Por ahí no en el momento indicado; pero pasaba el tiempo y eso que había deseado venía a mí. Si yo quería ese taco aguja de los sesenta que había conocido en películas, lo conseguía. Así fue con el resto. Con esos taquitos yo te bajaba o subía escaleras como si nada. Y sé que me paraba en el escenario y que todos me miraban los tacos y las piernas. Sé que vendía un cuerpo de mina siendo un tanque. Sé que yo lo hacía."
Muchas noches, ese cuerpo de tanque vestido de mujer salía de su casa con esas ropas voluminosas y esos grandes peinados como si nada. Una noche, junto a Mabel, otro de sus amigos, se subieron al 64 vestidos de despampanantes mujeres. En el colectivo, recuerda, el clima se puso tenso hasta que La Cacho, fiel a su estilo entre naïf y provocador, dijo en voz alta: "Che, me parece que nunca vieron a dos maricones disfrazados". El silencio se convirtió en risa. Les dejaron dos asientos, en donde acomodaron sus vestidos. El colectivero se hizo cómplice de la situación: detuvo el 64 en la puerta de Morocco, pegó unos tremendos bocinazos para que no pasaran inadvertidas y así fue como Mabel y La Cacho hicieron su entrada triunfal.
Luego del cierre de ese lugar, su reinado se expandió por otros sitios de la noche. Desde hace casi 20 años, su otra fiesta permanente fue, hasta hace muy poco, Club 69, la disco que copa la parada de los jueves en Niceto, que dirigen artísticamente Pedro Segni y Rubén Cuesta. "Ésa fue otra etapa hermosa. Fue fiesta, fiesta, fiesta. Me dieron un lugar muy importante en la Compañía Inestable, rodeado de gente joven y mucha producción. La pasé muuuuy bien", cuenta sobre ese otro largo período antes de haber colgado sus hábitos.
Tanto defendió sus noches en Club 69 que, entre 2012 y 2014, antes de aceptar un trabajo como señor grandote de seguridad privada dejó bien en claro que los jueves no, que esas noches no podía. Así es que pasaba del típico traje de seguridad a esa inmensa humanidad arriba de tacos altísimos. Una sola persona descubrió su doble identidad. Poco importó. Oscar nunca escondió estos "detalles".
En el Cervantes ahora está rodeado de infinidad de vestuario de hombre (¿toda una paradoja?) que sirvió para contar distintas historias de vida mientras él despliega sobre una mesa fotos de La Cacho vestida para las distintas ocasiones de vida nocturna "¿Ves? -dice mirando alrededor-. Dentro de todo, sigo ligado al arte."
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