La bailarina que busca la poesía en los pasos del ballet
En el Colón subirá hoy a escena su versión de La Bayadera
Alguien preguntó por qué en el mundo del ballet ya no surgen étoiles como Natalia Makarova. La bailarina, sin titubear, respondió: "No lo sé, pregúntale a Dios; las estrellas no se forjan: o eres una étoile o no lo eres". La disquisición es frecuente en el arte, pero se sabe que algo imponderable hay en ese don; cuando en 1959 la joven Natasha pasó de la escuela Vaganova al Ballet del Kírov de Leningrado, parecía evidente que ya era una étoile en potencia. Bailó en la compañía de su ciudad natal, hasta la famosa gira que la llevó a Londres, en 1970, donde pediría asilo: adiós a la URSS. Tenía 29 años.
Saltó a Nueva York y poco después era una "bailarina rusa naturalizada americana". A propósito de la decisión de abandonar la compañía del Kírov, Natalia dijo alguna vez que lo que la salvó fue "ser espontánea"; esa condición la asiste en el desenvolvimiento de su trabajo, y se manifiesta en estos días, instalada de nuevo en Buenos Aires, cuando reacciona y decide precisiones en los ensayos de su versión de La Bayadera, que había montado para el Ballet del Colón en 1992; ahora, con otros integrantes, la compañía oficial que dirige Maximiliano Guerra vuelve a regocijarse con su presencia.
-En 1980 fue la première de su versión de La Bayadera, en el ABT, en formato completo. En Occidente no se conocía el último acto, con la catástrofe por el derrumbe del templo. ¿Cómo logró reconstruirlo?
-La directora del ABT, Lucía Chase, me requirió para su compañía, pe ro me pidió que yo montara allí La Bayadera y que transmitiera el saber artístico ruso a los estadounidenses. Hice mucha investigación en la Universidad de Harvard, buscando datos de la versión original en cuatro actos, con las concepciones de Petipa. Recogí mucha información escrita. Junté eso con lo que tenía en mi imaginación para darle más espiritualidad. El original de Petipa era espectacular, más bien show y entretenimiento. Saqué todo lo arcaico y traté de dejar clara la línea dramática; mi meta no era entretener sino movilizar la emoción. El resultado depende de la profundidad emocional de los bailarines: les enseñé a no hacer pasos geométricos sino a insuflar poesía.
-¿Qué fue del trabajo conjunto suyo con Misha Baryshnikov y el coreógrafo Jerome Robbins?
-Hicimos un dúo que tuvo mucho éxito, Other Dances, sobre música de Chopin interpretada en vivo, en un piano de cola, en medio de la escena. Es una pieza que rezuma un humor juguetón.
-¿Qué recuerda de su regreso a la URSS y al Kirov en 1989, un año antes de retirarse? ¿Se reencontró con su familia?
-¡Ay? sí! Encontré a mi madre y a mi hermanastro, entre otros. Conocí a mis sobrinos. Todos los días me hacían recepciones, eventos. Quedé exhausta por las emociones; fui una rockstar.
-En esta reposición de La Bayadera, ¿cómo fue la respuesta de los bailarines?
-¡Lindísima gente! Están muy alertas, ansiosos de aprender. Mi propósito es que, después de que haya trabajado con ellos, puedan convertirse en mejores bailarines.
-Cuando se retiró le pregunté por qué había elegido a Julio Bocca como partenaire para la despedida, que era la escena del balcón de Romeo y Julieta, y usted respondió: "Because Julio is passion". ¿A qué bailarines señalaría hoy con una fuerza pasional comparable a la de Julio?
-Es muy difícil decirlo porque desde que no bailo no puedo sentir la energía del otro en el cuerpo; solo podía decir esas cosas cuando me conectaba corporalmente. Pero alguno ha de haber?
-¿Pudo conciliar las exigencias de la maternidad con sus compromisos artísticos?
-No fue nada fácil; cumplir con viajes, ensayos... y al mismo tiempo criar a un niño. Pero resultó un acontecimiento tan fuerte en mi existencia, que después del nacimiento de Andrei tuve un espíritu nuevo para afrontar la vida.
La Bayadera
Solistas: Ludmila Pagliero y Herman Cornejo
Teatro Colón, Hoy, a las 17, martes y viernes, a las 20