Kirk Douglas, el peleador invencible que sobrevivió a todos
Había cumplido hace muy poco 103 años y todo Hollywood se preparaba para recordar una vez más, en las vísperas del Oscar, la figura del último gran patriarca vivo de una época previa de ese universo que, como él, siempre quiso bastarse a sí mismo. Ese hombre arrogante, peleador, egocéntrico y orgulloso de su independencia de criterio al que su larguísima vida (más que centenaria) terminó aplacando. En los últimos veinte años, Kirk Douglas fue un anciano manso y bromista, siempre atento a la unión de su complicada familia, exponente como pocas de la realeza hollywoodense. Y sobre todo alejado del mal carácter que lo hizo tan famoso como sus grandes papeles en el cine. Pero nunca se lo vio derrotado. Sobrevivió a su propio tiempo, a su temperamento irascible, a su elevado concepto de sí mismo, a todos los astros y estrellas que fueron sus contemporáneos y lo dejaron solo como el último exponente de su raza.
Kirk Douglas murió ayer a los 103 años, cuatro días antes de la gran fiesta de Hollywood y de un premio que casi siempre se le negó. Tuvo que consolarse con el Oscar honorífico que recibió en 1996 por su "medio siglo como fuerza moral y creativa en la comunidad cinematográfica". Era una pobre manera de compensar el reconocimiento que mucho antes ya tenía merecido y no solo por sus apariciones en las tres películas que le dieron sendas nominaciones: El triunfador, Cautivos del mal y sobre todo Sed de vivir, con aquélla personificación de Vincent Van Gogh que todavía se recuerda.
¿Habrá sido su personalidad el factor de rechazo? "Kirk podía ser el primero en decirte que era una persona muy difícil. Yo podría ser la segunda", dijo de él uno de sus mejores amigos, Burt Lancaster, con quien compartió siete rodajes. Abundaron en sus tiempos de gloria quienes decían que el dueño de la cara con hoyuelo más famosa del mundo era incapaz de soportar la más mínima crítica.
Douglas siempre quiso responder desde su propia memoria a la avalancha de acusaciones y reproches por una conducta pública que, por otro lado, tampoco se esforzaba en disimular. Y además de su mal carácter, será siempre reconocido como un entusiasta activista en favor de causas humanitarias, un luchador inquebrantable contra la censura, un artista comprometido y un gran contador de historias. Hay que leer su muy comentada autobiografía (El hijo del trapero) para comprobarlo. Había nacido como Issur Danielovitch el 9 de diciembre de 1916 en Nueva York. Sus padres eran dos pobres campesinos judíos analfabetos que habían llegado allí como inmigrantes apenas con lo puesto. "Vivíamos en el barrio más misérrimo de la ciudad. Y en ese lugar, el trapero estaba en el lugar más bajo de cualquier escala. Yo era el hijo de ese trapero", escribió allí.
Con la ayuda de becas y préstamos, además de lo que ganaba como camarero, acomodador y botones de hotel, logró llegar a la universidad y más tarde a la American Academy of Dramatic Arts. Pero el lugar en el que más se destacaba era el de la lucha deportiva. Trasladó como era de esperar su talento y destreza como peleador a la pantalla, a la que llegó en 1946 después de una corta carrera teatral y radiofónica. Su recorrido en el cine de la época dorada de Hollywood y de los grandes estudios encontró semejanzas con los perfiles de su temperamento.
Así, empezamos a acostumbrarnos a ver su recia y desafiante estampa en un ring de boxeo, en medio de intrigas policiales, en aventuras medievales o en la dureza sin ley del Lejano Oeste. Fue gladiador, guerrero vikingo, soldado en todas las guerras, peleador en la calle o en el cuadrilátero. No fue para nada casual que el papel que lo convirtió en estrella fuese el de un boxeador codicioso y de pocos escrúpulos en El triunfador (1949), junto a aquella primera nominación al Oscar. El personaje que mejor le calzaba era el del ambicioso dispuesto a todo con tal de alcanzar el triunfo y abandonar las privaciones.
Ese empuje lo llevó en la década siguiente a formar un par de compañías productoras. Decidido siempre a imponer su propio criterio, también comenzó a dirigir. Mientras tanto, llevó adelante una serie de acciones e iniciativas fuera de la pantalla que le permitieron ganarse el respeto general por su compromiso con determinadas causas. Primero, como productor de Espartaco (1960), uno de sus grandes papeles y símbolo a la vez de su conducta y temperamento en la vida real (era un esclavo rebelde que luchaba contra el dominio de Roma), logró como productor imponer en los créditos el nombre como guionista de Dalton Trumbo, una de las víctimas de la llamada "caza de brujas" por razones ideológicas que se hizo en Hollywood en la década previa.
Compromiso incansable
Douglas nunca hizo activismo político expreso, pero mantuvo siempre en alto algunas banderas de reivindicación y compromiso activo. Se lo vio en aquéllos años con bastante frecuencia en el Congreso estadounidense testimoniando en contra de todo tipo de discriminación, especialmente hacia los ancianos.
Se había casado por primera vez con Diana Douglas, unión de la que nacieron sus dos primeros hijos, Michael (que heredó su fama como estrella, productor y director) y Joel. Pero en 1954 se unió con Anne Buydens, su gran compañera de vida. "Vivir con Kirk es como sentarse en un lindo jardín al lado de un volcán que puede hacer erupción en cualquier momento", escribió ella en una ocasión. Tuvieron otros dos hijos, Eric y Peter.
Quedarán en el recuerdo sus grandes papeles clásicos en películas inolvidables: Carta a tres esposas, Sangre en el río, La antesala del infierno, Cadenas de roca, Historia de tres amores, 20.000 leguas de viaje submarino, Ulises, La patrulla infernal (donde llegó a rodar 68 tomas de la misma escena), Los vikingos, Duelo de titanes, El último atardecer, Dos semanas en otra ciudad, La lista de Adrian Messenger, Primera victoria, Los héroes de Telemark, El faro del fin del mundo, Justicieros del Oeste, Furia.
También fue un sobreviviente. En 1958 se bajó a último momento del avión accidentado en el que se mató Michael Todd, entonces marido de Elizabeth Taylor. Y a comienzos de la década de 1990 sobrevivió milagrosamente a un accidente de helicóptero con dos muertes, hecho que terminó fortaleciendo en él su fe en el judaísmo y en la unión familiar.
La apoplejía que sufrió en 1995 le quitó parte de su movimiento, pero no lo privó del humor. Tampoco de escribir su octavo libro autobiografíco, My Stroke of Luck, en el que contó cómo tuvo que aprender de nuevo a hablar. Así logró despedirse del cine en 2003 con la comedia Herencia de familia, que compartió junto a hijos y nietos.
"Con tremenda tristeza que mis hermanos y yo anunciamos que Kirk Douglas nos dejó a la edad de 103", escribió anoche en un comunicado Michael Douglas, que se mantuvo en los últimos años siempre junto a su padre y hasta compartió bromas con él en alguna reciente celebración del Oscar. La máxima ceremonia de Hollywood lo recordará este domingo, con su nombre seguramente cerrando el segmento In Memoriam.
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