Con sintetizadores, power dressing, proyecciones 8-bit y un cover de Janet Jackson, la estrella presentó su Witness the Tour en Buenos Aires
Este año, Katy Perry llega a su primera y exitosa década de carrera tras un disco sin grandes hits, una gira con baja venta de tickets, y una temporada en el trabajo que toman las estrellas pop cuando necesitan recalcular sus pasos: el jurado de American Idol. Casi nada de esto fue evidente el domingo 11 de marzo en la parada porteña del Witness the Tour en el Club Ciudad, con un espectáculo que abundó en estímulos visuales, links a los 80 y el imperturbable buen humor de la dueña del circo.
Por el público ampliamente formado por niñas y padres acompañantes, cualquiera creería que viene de hacer el programa más exitoso de Disney Channel, pero esto, en realidad, habla de cuánto dedicó Katy a cautivar esa audiencia y de qué cosas dejaron de funcionar cuando quiso ponerse política (anti-Trump, compuso el jingle de campaña de Hillary Clinton) y probar desvíos leves del pop premeditadamente ATP que le dio su catálogo de hits.
Para bien o mal, la diva de 33 años está comprometida con su última encarnación. La pinup morocha fue reemplazada por una rubia andrógina que, cuando salió a escena a rugir con “Witness” y “Roulette” en una armadura dorada y anteojos negros, es más cercana a Brigitte Nielsen de Beverly Hills Cop 2 que a la Miley Cyrus de 2013. O eso podrán apreciar los padres de esas niñas.
De hecho, el show abunda en referencias a la década en que nació Perry: desde la música -los sintetizadores de todos los temas del último disco, el solo metalero agregado a “I Kissed a Girl”, el mash up entre su reciente “Bon Appetit” y “What Have You Done for Me Lately” de Janet Jackson-, pasando por las proyecciones de la enorme pantalla central HD en forma de ojo -flamencos rosas gigantes, formas geometricas color pastel y videojuegos de la era 8 bit- y el vestuario, marcado por hombreras, látex, colores fluo y todos las señas del power dressing.
A esta altura Katy puede referenciar también hasta su propio pasado, como cuando invita a Left Shark, el bailarín disfrazado de tiburón que tenía a su izquierda en la performance del Superbowl en 2015 y se volvió meme por sus movimientos fuera de guión. Acá vuelve para un sketch en el que simulan irse a las manos y él termina pidiéndole perdón de rodillas. Para Katy Perry, el pop tiene que tener un chiste. De risa o no.
Entre los 10 bailarines probando disfraces de todo tipo y la incontable cantidad de piezas escénicas entrando y saliendo, subiendo y bajando, en cada canción, sería fácil que Katy Perry y su música queden en segundo plano, pero sabe mantener la mezcla. La electropop “Chained to the Rhythm” suena fantástica en su versión traducida al new disco y sorprende cómo se potencia el hit “E.T.” cuando el beat de Dr. Luke es reemplazado por guitarras eléctricas y la potencia de una banda detrás. Katy, por su parte, cantó en vivo aceptablemente bien, mientras bailaba igual de bien. Pudo mostrar más de su voz en el momento que se paró con su guitarra para el reglamentario segmento baladístico con “Wide Awake”, una versión acapella de “Unconditionally” y “Thinking Of You”.
Más tarde, después de recorrer el escenario bailando con “Swish Swish” y “Roar”, volvió a aquel modo más estático para el cierre. Parada sobre una mano gigante al final de la pasarela con un vestido largo y resplandeciente, cantó la épicamente cursi “Firework”, su himno a la autoestima de su ya terminada etapa imperial Teenage Dream. Hay que reconocerle que incluso en esta meseta artística y comercial, Katy todavía apuesta a mantener su show en lo más alto de su propio estándar. Todo un gesto de amor propio.
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