Julio Bocca: "Hay que alimentar la curiosidad. El que quiere ver tiene que estar. ¡Soy chapado a la antigua!"
Si Montevideo ya era un oasis para la exposición pública de una gran figura popular argentina, imagínense lo que puede llegar a ser Maldonado: un paraíso. Radicado en Uruguay hace doce años, donde ya retirado del escenario siguió revolucionando la danza tanto como durante su brillante carrera de bailarín, Julio Bocca ya no mira el río desde la ventana. Frente a la laguna, su última mudanza no pudo haber sido más oportuna. Se instaló allí en diciembre, en las afueras de Punta del Este, y tres meses después su casa se convirtió en el mejor lugar donde pasar la cuarentena: aislado del mundo.
Desde su búnker Bocca saldrá este sábado "al aire" –en la virtualidad que hoy nos gobierna– con una edición especial de la Gran gala por los niños, el espectáculo anual que su fundación, junto con Manos en acción y el Patronato de la Infancia realizan para ayudar a más de dos mil chicos de la Argentina en situación de vulnerabilidad. Fiel a su estilo, que con los años se fue soltando, se pone muy reservado respecto de qué se verá en el show gratuito, que comenzará a las 19, y cuenta con el apoyo de una galería de artistas y amigos famosos que aportan a la causa. "Si les cuento, ¿en dónde está la sorpresa? Ahora que podés ver de todo cuando querés, hay que alimentar la curiosidad. Acá el que quiere ver tiene que estar. ¡Soy chapado a la antigua!", se ríe, aun sin soltar prenda, pero alimentando las ganas con una batería de nombres propios. Participan bailarines, por supuesto: desde parejas del Ballet del Teatro Colón y el de Santiago de Chile hasta artistas del Washington Ballet, la Compañía Nacional de Danza de México y la de España, el Queensland de Australia y el Bolshoi de Moscú, el English National Ballet y Marianela Núñez del Royal Ballet de Londres, Ciro Tomayo del Sodre y el Ballet Nacional de Cuba. Pero además se suman músicos y cantantes como Diego Torres, Adriana Varela, Patricia Sosa, Sandra Mihanovich, Elena Roger, Gustavo Santaolalla, Bajofondo, Rosana, NoTeVaGustar, Paloma San Basilio, el Quinteto Piazzolla, Nahuel Pannisi, Natalia Oreiro y Ricardo Mollo, entre otros.
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–En un año normal hubieras estado viajando todo el tiempo, pero te fuiste lejos del aeropuerto y del Sodre, donde todavía trabajás como maestro invitado. ¿Preferís ir y venir?
–Sí, ir y venir es cuestión de una hora. En un año normal, hubiera pasando acá solo los días más tranquilos, desconectado, pero la mayoría del tiempo iba a estar en aviones y hoteles. Esta casa es un lugarcito maravilloso, nunca estuve tanto tiempo. Y me está gustando: empiezo a pensar que quizá es el momento de dar el siguiente paso y lograr un equilibrio en mi vida, haciendo solo viajes puntuales. Me refiero a elegir más, disfrutar de mi espacio, levantarme y cocinar, cosas que fui descubriendo con esta pandemia que me gustan. En mi carrera viví en Nueva York, en Buenos Aires, y claro que podía levantarme y preparar una pasta o una ensaladita, pero ahora tengo el tiempo para descubrir que me falta esa espátula para tal cosa y... voy y la compro.
–Ah, te volviste un sibarita.
–[Se ríe]. Disfruto de esto porque soy un afortunado, tengo un techo, por supuesto no estoy en otras situaciones más complicadas.
–La pandemia quitó y dio mucho: oportunidades como las que mencionás, para tomarse una pausa y reflexionar sobre el tiempo, pero también en tu caso el inicio de la cuarentena fue muy dolorosa, porque el covid se llevó a tu maestro Willy Burmann
–No solo a mi maestro. Antes que él había fallecido la hija de una de las pianistas del American Ballet que fue quien tocó cuando yo fui audicionar; una mujer de Filipinas, que hablaba español, y durante toda mi carrera siempre estuvo ahí. Como en el caso de mi maestro, de haber sabido que estaba en el hospital, hubiera querido tomar un vuelo, pero era imposible eso. Tuve la suerte de poder llamarlo: me dieron una hora a la que debía contactar a la enfermera y ella le acercaba el teléfono; Willy no me podía hablar, pero sí escuchaba. Le dije: "Fuerza, arriba, vamos que te estamos esperando, tenés que seguir transmitiendo todo lo que sabés". Al menos pude tener ese cierre que otros no tuvieron. Este año, cuando fui en febrero a trabajar a Estados Unidos, tuve unos días para ir a visitarlo a Nueva York, volví a verlo en una clase, pasé tiempo con él. Una casualidad que pudiera hacerlo y ahora lo veo como el último contacto. Se lo va a extrañar mucho.
–Toda una comunidad y varias generaciones sienten su pérdida. Eso habla de su obra. En tu caso, más que un maestro, con los años se convirtió en un amigo, ¿no?
–Un maestro que se convirtió en un amigo y a veces en un padre, un poco como me pasaba con Lino [Patalano]. Ves a esa persona mayor con otros ojos o en situaciones que te marcan con un carácter fuerte y te ayudan a reaccionar. Willy también fue eso para mí. Cuando lo descubrí como maestro, ¡wow!, lo llevaba de gira conmigo y tenía posibilidad de sentarme a tomar un vodka con naranja, que a él le fascinaba, y charlar y compartir sus experiencias. Hablaba con él de la misma forma que inconscientemente uno le pregunta cosas a su padre. Se mezclaban así la amistad y el respeto.
–Y tu propia historia también, porque no creo que sea casual que justamente vos hayas ido encontrando en tu vida a personas que de algún modo fueron ocupando ese lugar del padre que no estuvo: primero tu abuelo Nando, luego Lino y Willy como ahora decís.
–Es algo inconsciente, no es que yo anduviera buscando. La forma y el trato, la diferencia de edad y la experiencia, hacen que haya sido de esta forma. Cuando uno va creciendo como bailarín, ese mundo que también va creciendo alrededor tuyo lo tenés que ir formando con esta clase de personas, con su carácter y su visión, hasta lograr esta amistad. Es gente que va por el camino que uno quiere ir y que siempre está. Mi maestro destacaba la excelencia, lo puro, lo simple, te lo inculcaba y te lo exigía. La disciplina y los horarios. En Steps [el estudio] en Nueva York, cuando tomabas las clases a la mañana, el entraba siempre puntual, decía buenos días y empezaba a marcar. Su sola presencia hacía que te olvidaras si estabas cansado de la función de la noche anterior o con sueño, y te ponías derecho, cuello en alto, con todo. No volaba una mosca. Es esa impronta que he visto en otra época en Baryshnikov cuando entraba al salón.
–¿Pasa lo mismo cuando entrás vos ahora?
–No sé, eso deberían decirlo los demás, pero espero que un poco sí. Que sepan que cuando uno entra viene a exigir, a aportar, a transmitir.
–¿Que haya empezado así este período tan extraordinario hizo que sintieras miedo en la pandemia?
–Al comienzo yo estaba en Estados Unidos y en un vuelo de Nueva York a Atlanta me llamó la atención una persona que viajaba al lado mío y limpiaba todo con una toallita desinfectante. Era 29 de febrero, no entendía bien. Yo estaba yendo a un concurso con 600 niños participantes, vi las noticias y enseguida les dije a los organizadores: "¿Por qué cada vez que termina una clase no desinfectamos las barras". No había a esa alturas protocolos ni nada. Pero ya para mi vuelo de regreso a Uruguay, el 3 de marzo, llevaba mis propios pañitos desinfectantes y era yo el que limpiaba todo. Pasó lo que pasó y siento preocupación, pero al mismo tiempo acá fue todo muy claro y preciso, y la forma en que el país lo llevó dio tranquilidad. Hubo control y responsabilidad sobre cómo cuidarse y cuidar a los demás. Calculo que en algún momento esto va a ser un resfrío por el que todos tendremos que pasar, pero tomo los cuidados necesarios. Acá podés salir a comer a un restaurante, ir al teatro, al cine, al shopping. Hacés una vida normal de la nueva normalidad. Igualmente, el otro día tuve fiebre y enseguida me hicieron un hisopado. Salió negativo.
–Volviste a confirmar, ahora por otra causa, que en Uruguay estás en el lugar correcto.
–Sí, se dio. Hace doce años que vivo acá y estoy feliz. Cada vez estoy yendo a un lugar más tranquilo todavía. En diferentes épocas del mundo uno va buscando lugares donde vivir, cambiar, es parte del proceso. Para mí es normal ir de un lado para el otro, vivir en Nueva York, estar una temporada en Dinamarca o pasar en un hotel todo el año. Mi base siempre es el mundo.
–¿Tenés ansiedad de poder volver a abrir la agenda?
–Tengo ganas de viajar, de estar de nuevo en contacto con bailarines; este año se me canceló todo, muchas cosas están pasando para el 2021 y algunas de esas, a su vez, están tomadas con pinzas, por el rebrote en Europa. Mi trabajo, quieras o no, significa que "viene alguien de afuera", con sus protocolos y sus costos también. Y todas las compañías del mundo sufrieron esto bastante también en sus presupuestos. Hay que armar un nuevo rompecabezas.
–Mientras tanto te amigaste con la tecnología: es todo por streaming.
–Zoom salvó a muchos maestros y a muchos estudiantes que pudieron tener una contención. Al principio lo mío era un poco de resistencia: no quiero, no entiendo, hasta que empecé con algunas charlas.
–Y cuando te animaste ya no paraste.
–Cosas insólitas. El otro día por ejemplo tomé un ensayo del pas de trois de El Corsario por Zoom a la compañía del Ballet de Hong Kong. Cosas así, que son muy raras y muy locas; antes no se nos hubiera ocurrido hacer esas cosas que ahora son parte de la nueva normalidad. Y dan posibilidades. Por ejemplo, estuve en el concurso de Sudáfrica, uno de los pocos que no se suspendió y se hizo por streaming, donde participaron personas que no hubieran tenido posibilidad de pagarse un pasaje. A futuro ya se piensa en cómo generar las dos cosas.
–A propósito de lo accesible y extraordinario que tiene todo esto, la gala solidaria que hacés este sábado se volvió este año internacional un poco por la misma razón. Golpeás la puerta de amigos tuyos talentosos en todo el mundo y salen a ayudar.
–Las tres instituciones estábamos en duda sobre si hacíamos o no la Gran gala de los niños este año: ninguno de nosotros somos especialistas en esto del streaming. Y una de las cosas que nos definió fue que teníamos que estar presentes, mostrar que seguimos unidos y que estas tres fundaciones quieren seguir ayudando a los chicos. Después es como vos decís: uno tira una red, llama a los amigos, a los conocidos. Se fue armando algo increíble. Como sabés, a mí me gustan las cosas cortas y sencillas. Entonces pensé: hacemos un programa de no más de una hora. ¡Pero va a durar como dos horas y diez! [risas]. Está buenísimo, va a haber bailarines, actores, cantantes, músicos.
–Está anunciada hasta Gabriela Sabatini, por ejemplo, ¿que va a hacer?
–Hay gente que manda saludos, que apoya; está bueno saber que el deporte en este caso está presente. Y la inclusión también: habrá un intérprete de lenguaje de señas en la transmisión para que todos puedan formar parte.Y el músico Luciano Supervielle, por ejemplo, va a hacer algo muy lindo con Magdalena Cosco, una bailarina adolescente que tiene Síndrome de Down. Vamos a llevar en dos horas algo de alegría, algo diferente. Verónica Varano va a estar en vivo desde un estudio y yo desde acá; todos podrán enviar mensajes en vivo y cada artista grabó una participación especial para la gala. Pero ojo que la función se ve en esas dos horas y después ya no queda colgada, se va. Desaparece. Se desintegra. Porque hay personajes muy especiales que hicieron cositas muy lindas. Hay que verlo el sábado. No voy a decir nada más, quiero alimentar la curiosidad y la búsqueda. Hoy las cosas se tienen ahí, fácil. Acá hay que estar, el que puede donar y el que no, también para disfrutar de esta variedad de grandes artistas.
–La Fundación Julio Bocca integra el colectivo de escuelas de danza y teatro musical en situación de emergencia que acá en Buenos Aires está pidiendo apoyo. Ser la cara más conocida y una personalidad tan destacada hace que la causa se escuche el doble.
–Ya el colectivo de escuelas lo ha expresado mejor. En general, puedo decir que la estamos pasando como todos, pero por supuesto uno tiene un nombre y puede conseguir otra atención, por eso queremos ayudar. La fundación está también con el apoyo de canastas de alimentación a artistas independientes, que son los que lo están pasando muy grosso. La Fundación Julio Bocca pudo manejar la situación de manera que los chicos sigan teniendo las clases por zoom y otras plataformas, que los maestros sigan cobrando, con esa posibilidad de sobrevivir en esto, independientemente de que hay familias que pueden pagar la cuota y otros que no.
–¿Qué tan cerca del Sodre estás ahora que habrá cambios en la dirección del Ballet Nacional?
–Cerca: voy en noviembre dos semanas a dar clases. Personalmente me gustaría estar un poco más todavía. Pero el contacto siempre está presente. Habrá que esperar a ver quién es el nuevo director para el año que viene, porque oficialmente no han anunciado a nadie.
–¿Qué opinás del cambio, de la salida de Igor Yebra, a quien vos mismo propusiste en su momento?
–Personalmente me llamó mucho la atención porque creo que Igor hizo un muy buen trabajo. Y me llamó la atención que fuera en esta situación que vivimos. Como director a mí me hubiera dolido mucho no tener la posibilidad de retirarme con una sala llena, no en este momento. Pero esa es mi opinión personal. Se hubiera podido avisar y que se diera un proceso de un año para hacer el cambio, para que la persona que viene pueda entrar en esa conexión. Como se hace en casi todas partes del mundo. Esos procesos son interesantes. Igual Igor se está retirando bien, con el estreno de La Tregua, algo bien uruguayo, bien de casa. Que sea su tercer programa en estas circunstancias habla de que se va por lo alto.
–No fue azaroso, trabajó duro para que sea así: incluso fue muy llamativo que aun cuando le avisaron que no le iban a renovar el contrato, que a fin de año se iba, no aflojó ni un centímetro ni la energía ni la capacidad de reinventar a la compañía en un momento tan adverso.
–Por eso hay que agradecerle mucho. Cuando empezó la pandemia, enseguida puso las clases por zoom, hizo esos solos que dieron posibilidad a la gente de estar en actividad, tomó decisiones que lo llevaron a estar en el lugar que está y eso hay que rescatarlo. Lamento la situación.
–¿No sos vos entonces el que vuelvea tomar la dirección del Ballet del Sodre?
–No, y tampoco me preguntaron. Si me lo hubieran ofrecido no sé qué habría dicho porque la verdad es que ahora me siento mejor preparado y tengo ganas de volver a dirigir. Tengo otra cabeza y otra experiencia. Pero no, no pasó.
–Tal vez María Riccetto, si ella fuera la nueva directora, te quiera tener cerca. Me dijeron que escribiste el prólogo de su biografía, que sale el mes que viene.
–Sí, lo hablé con Lucía [Chilibroste, autora de El equilibrio de bailar. La historia de Mara Noel Ricceto, que se publicará en noviembre] y compartí un poco mis emociones en ese texto. Y también hice un pequeño prólogo para un libro que va a estar saliendo sobre el público del Ballet Nacional, por toda esa cosa mágica que pasó mientras yo lo estuve dirigiendo.
–Ahora que nombrás a la profesora Chilibroste, me recordás que está empezando un curso del estilo "aprenda todo sobre Julio Bocca en cuatro clases". Antes hizo otros tres talleres dedicados a Nureyev, Maya Plisetskaya y Baryshnkov. ¡En qué liga te pusieron!
–¡Viste adónde llegamos los argentinos! ¿Nada mal, no?
PARA AGENDAR
Gran Gala por los Niños. Sábado 24, a las 19, en www.grangalaporlosniños.org En el canal oficial de YouTube la página de Facebook y en Instagram
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