Juanita Martínez: la bailarina que conquistó a José Marrone, fue comediante y se quitó la vida aferrada a la foto de su gran amor
Talentosa y muy sensual, se destacó sobre las tablas porteñas y enamoró al humorista, a quien “compartió” hasta que el fallecimiento de su esposa les permitió casarse legalmente
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Dos décadas atrás, Juanita Martínez cerró la puerta de su cuarto, tomó la foto de su gran amor, José Marrone, y se disparó en el medio del corazón. Fue el cierre de uno de los romances más increíbles de la farándula argentina y el fin para una artista única, que supo dejar su marca en el teatro, el cine y la televisión y que siempre será recordada por tener “las piernas más bonitas de Buenos Aires”.
Martínez nació en mayo de 1925 en el seno de una familia porteña de escribanos que poco tenía que ver con lo artístico. De hecho, cuando era muy pequeña le reveló a sus padres una vocación religiosa con sus ganas de entrar a un convento para entregarse a dios; espantados, sus progenitores hicieron todo lo posible para alejarla de ese mundo y la anotaron en el Conservatorio Nacional. Fue allí en donde la niña conoció las tablas y el aplauso del público, que la terminaron de convencer de que lo suyo era en realidad el mundo del espectáculo.
Antes de cumplir 13 años ya se destacaba como bailarina entre sus compañeras, que incluían a Beba Bidart, Ángel Eleta y Nené Cao. En 1938 recibió una propuesta para debutar profesionalmente sobre un escenario, pero las leyes se lo impedían por su edad. Sin embargo, el empresario teatral Ernesto Ferrando logró un permiso especial con el aval de la familia Martínez y consiguió que debutara en la calle Corrientes. Desde ese momento no dejó de trabajar, sobre todo en la compañía de operetas italianas que encabezaba Italo Bertini. Cuando cumplió 18, y se recibió del Conservatorio, tomó clases de baile español con Enrique Sussini y se sumó al “colmao” El Tronío, por donde pasaron estrellas como Lolita Torres o Fidel Pintos.
Las piernas más bonitas
Su talento y carisma hicieron que un empresario internacional se fijara en ella y la sumara a un ballet que recorría el continente con un espectáculo que unía diversos números musicales. Allí aprendió a bailar mambo, que se volvería su marca registrada, y recorrería el continente. Al llegar a Miami, pasaría varias temporadas bailando en un hotel.
Sin embargo, la mala salud de su madre hizo que regresara a Buenos Aires para cuidar de ella y su familia. Fue el director teatral Carlos Petit quien quedó deslumbrado por sus números tropicales y la incluyó en sus espectáculos revisteriles. Fue allí en donde fue bautizada como “la dueña de las piernas más bonitas” de la ciudad.
En 1950, con su nombre consagrado pero sabiendo que el tiempo suele ser cruel con las bailarinas, decidió probar suerte en el teatro haciendo comedias. En una de esas piezas, llamada El Cabo Escamione, le tocó compartir cartel con José Carlos “Pepitito” Marrone, un hombre diez años mayor que ella. El primer encuentro no fue nada agradable, ya que lo primero que le dice el cómico al verla fue: “¡Qué gamberolas que tenés!”, que fue respondido con un seco: “¡Qué ordinario y maleducado que es usted!”.
Sin embargo, la relación fue consolidándose poco a poco. Marrone había comenzado como un simple payaso, pero con el paso del tiempo, y gracias a películas -en las que en ocasiones compartía cartel con Juanita- y programas de radio, logró volverse una figura conocida. Su consagración definitiva fue en la TV como un payaso infantil en El circo de Marrone. Su personaje era el payaso Pepitito y sus muletillas preferidas eran “¡Che…!”, “¡Mamita querida!” y “Me saco el saco y me pongo el pongo”.
Mientras crecía profesionalmente, también lo hacía su interés amoroso por Martínez. Sin embargo, ella estaba firme en su posición: no quería nada con él porque era un hombre casado y con una hija.
Un amor que nació en el escenario
Sin embargo, en una noche en el Teatro Argentino durante una función de Cristóbal Colón en la Facultad de Medicina, Marrone improvisó algo en el escenario que le causó muchísima gracia. “Me reí tanto que empecé a verlo con otros ojos. Es más, te diría que no sólo me enamoré en ese momento, sino que esa risa que me causó nunca terminó”, diría años más tarde.
El vínculo que mantuvieron Martínez y Marrone fue único: ella era consciente de que su novio estaba casado con una mujer -una exactriz a la que todos conocían afectuosamente como ‘la gorda’ y que estaba postrada por una enfermedad- pero las dos aceptaron la situación aunque jamás se conocieron personalmente. El cómico vivía con su esposa desde que se despertaba y hasta las 16, cuando partía para ver a su novia y hacer juntos teatro. Y regresaba a las 4 de la mañana para dormir.
“Durante 23 años viví 12 horas con ‘la gorda’ y 12 horas con Juanita. Y fui el hombre más feliz del mundo, porque no creo que se pueda ser feliz en soledad”, contó alguna vez Marrone. Tal vez haya sido esa aversión a estar solo lo que motivó ese insólito acuerdo que, además, era público. Nadie se escondía de las cámaras y hasta Coqui, la hija de Marrone, conocía a Martínez y se llevaban bien.
La misma noche de 1972 en la que Marrone enviuda, contrató a una banda de mariachis y le cantó una serenata a su otro amor para pedirle matrimonio. Ella aceptó de inmediato y comenzó los preparativos de una boda que generó alta expectativa y fue cubierta por la prensa minuto a minuto.
Aunque en el momento no se supo, en el registro civil hubo un problema: minutos antes de la ceremonia el juez descubrió que la ley vigente por ese entonces exigía tres meses de duelo a un viudo antes de contraer nuevas nupcias. Pero eso se mantuvo en secreto y no detuvo la fiesta que se realizó esa noche para gran parte de la comunidad artística.
“Somos un caso único, a los tres años de casados celebramos bodas de plata”, contaba en sus espectáculos Marrone. Y es que fueron 22 años de relación paralela hasta que finalmente pudieron estar juntos.
El paso por el registro civil consolidó aún más la pareja, que vivió unida y feliz por 18 años más, hasta que el 27 de junio de 1990 Marrone sufrió un ataque cardíaco en su casa y murió en los brazos de su amor.
El final de un amor sin final
Ella, tal como le había dicho, cremó el cuerpo y llevó las cenizas a su casa, viviendo una década sin interrumpir la rutina que siempre tuvo con su amor: le hablaba como si estuviera presente, comía con la urna funeraria en la mesa, le consultaba por decisiones que tenía que tomar y ponía en la televisión los partidos de fútbol que le gustaba.
Así vivió 11 años, hasta que el 10 de mayo de 2001 celebró a solas su cumpleaños número 76. Recibió muchos llamados, con felicitaciones y con cierta preocupación por su reciente diagnóstico médico: había fumado durante tres décadas y los médicos habían descubierto que tenían cáncer de pulmón en un estadío avanzado. A una de sus amigas le dijo: “Tengo que tomar el toro por las astas”.
Al día siguiente, 11 de mayo, festejó con las cenizas de Pepitito 11 años de casados. El 12, compartió temprano el desayuno con su empleada doméstica y después se retiró a uno de los cuartos. Entonces se escuchó un disparo y la empleada, al entrar a la habitación, encontró a la mujer con un revólver calibre 32 en su mano derecha y una fotografía de Marrone en la izquierda.
Así lo contó LA NACIÓN en su edición de papel la jornada siguiente: “La admirable y profunda relación sentimental que mantuvieron Juanita Martínez y el célebre comediante José Pepitito Marrone -uno de esos amores como los que ya no se encuentran-, terminó ayer trágicamente cuando la exvedette decidió despedirse del mundo para unirse a él en algún lugar del más allá”
“El cariño y la admiración que Marrone sentía por ella eran tan grandes que un día llegó a decir que si ella se hubiera ido con otro, él hubiese tomado una grave decisión: se hubiera ido con los dos”. Como explicó en una entrevista periodística, cuando recordaba el 27 de junio de 1990, el día de la muerte de Marrone, sentía que a su marido se lo había llevado Dios, ‘porque si por él hubiera sido, tendríamos que habernos ido los dos juntos’”.
Así, esta bailarina, vedette y cómica dejó su marca no sólo sobre las tablas sino también en la sociedad, como una mujer enamorada que se opuso a las expectativas de la sociedad y que creó para sí misma nuevas reglas para el amor y la muerte.
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