Juana: gran despliegue de Juana Viale en la obra sobre el arquetipo femenino de la rebeldía
Con un gran compromiso actoral de la protagonista, la obra es atractiva visualmente pero no llega a conmover, pese al tenor de los personajes históricos a los que alude
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Dramaturgia: Juan Carlos Rubio con textos de Juan Carlos Rubio, Marina Seresesky y Clarice Lispector. Idea, coreografía y dirección: Chevi Muraday. Intérpretes: Juana Viale y los bailarines Nicolás Baroni, Rodrigo Bonaventura, Emiliano Pi Alvarez y Andrés Rosso. Vestuario: Chevi Muraday (adaptado por La Polilla). Escenografía: Curt Allen y Chevi Muraday (adaptado por Vanesa Abramovich). Iluminación: Nicolás Fischtel (adaptado por Adrián Grimozzi). Música original: Mariano Marín. Sonido: Pablo “El Ruso” Aidelman. Dirección actoral: Eduardo Gondell. Sala: Regio (Córdoba 6056). Funciones: jueves a sábados, a las 20, y domingos, a las 19. Duración: 80 minutos. Nuestra opinión: buena.
Un estreno poco usual para el Regio, sala del Complejo teatral de Buenos Aires (CTBA) alejada de la centralidad de avenida Corrientes. No se trata de una obra de texto de autoría reconocida (como suele darse en ese espacio) sino de una propuesta de teatro danza que, salvo excepciones, no provocan la atención mediática. Pero esta ocasión es diferente. La obra se llama Juana y la protagonista es la actriz y conductora Juana Viale. Las cámaras esperan la llegada de caras famosas y, en especial, la de Mirtha Legrand quien, efectivamente, no defrauda a los presentes: recibida con aplausos, se suma a la platea para ver la performance de la nieta, la que sigue más de cerca sus pasos.
Además de televisión y cine, Viale hace más de diez años que pisa los escenarios, desde un pequeño papel en La celebración (en el Lola Membrives), seguida por protagónicos en producciones que podrían encuadrarse de modo genérico como “no comerciales”: La sangre de los árboles (junto con su amiga Victoria Césperes, que murió en 2021), dos dirigidas por Luciano Cáceres, El ardor, de Alfredo Staffolani, y 40 días y 40 noches, de Gonzalo Demaría; más otra que no se vio en Buenos Aires, Después del fin, estrenada en el GAM de Santiago de Chile.
En Juana, la obra que ella misma eligió (producida por el CTBA y la empresa Club Media), se pone al frente de un espectáculo no convencional, ideado y dirigido por el coreógrafo español Chevi Muraday, fundador de la compañía de danza contemporánea Losdedae y director de decenas de obras como Juana, estrenada en 2019, con la actriz Aitana Sánchez Gijón. La puesta en Buenos Aires es igual a la española pero con realizadores nacionales (como está aclarado en la ficha técnica). Se trata de la misma modalidad que, por ejemplo, el CTBA llevó a cabo el año pasado con la obra francesa Edmond, para la reapertura del teatro Presidente Alvear.
Casualidades o no, el nombre Juana está ligado a muchas mujeres que han pasado a la historia por su rebeldía y determinación, contra viento y marea, ante un contexto desfavorable: Juana de Arco, la Papisa Juana, Juana la Loca, sor Juana Inés de la Cruz y la lista sigue. Que nadie espere encontrar en la obra recién estrenada en el Regio una galería de momentos ilustrativos de la vida de estas mujeres que permita identificarlas con cierta facilidad: de este tipo fue el unipersonal Las Juanas, una herejía cósmica, espectáculo que reunía cuatro Juanas europeas y cuatro latinoamericanas, todas interpretadas por Agustina Toia, quien cambiaba de una a otra delante del público. Con dirección de Severo Callaci, esta compañía santafesina se presentó este año y el pasado en la sala La Carpintería, en Buenos Aires.
En cambio, Juana, en singular, apunta a una síntesis conceptual, una Juana -al igual que Eva- que atraviesa la historia desde el origen y hacia el futuro, derribando con luchas y sufrimientos las oposiciones a la libertad, al poder ser, a elegir.
Toda de color rojo (pantalón, remera, saco, zapatos), Viale aparece caminando sin cesar sobre una cinta mientras habla de frente al público acerca del destino de la mujer en la tierra, rodeada de cuatro varones de negro, bailarines actores que también tienen texto y son absolutamente coprotagónicos: Nicolás Baroni, Rodrigo Bonaventura, Andrés Rosso y Emiliano Pi Alvarez, quien también toca la guitarra y canta.
Esta “Juana” de rojo shockeante inicia y cierra la obra. Es la Juana atemporal, la que subsume o integra a todas. Después de este cuadro de apertura, se suceden otros con sus respectivos cambios de vestuario, en blanco y en negro, según el personaje, y siempre fuera de escena mientras los bailarines ocupan el escenario con movimientos casi acrobáticos.
Estas Juanas históricas que se suceden son Juana de Arco (la actriz la representa con un brazo plateado a modo de armadura medieval); la Papisa Juana (que en siglo IX alcanzó ese cargo eclesiástico oculta detrás de ropa masculina y, según la leyenda, dio a luz en público y fue lapidada por la multitud); Juana la Loca, que llora y gime sobre el cuerpo muerto de Felipe el Hermoso; y Juana Doña, una dirigente comunista y feminista española que luchó contra el franquismo y sufrió el fusilamiento de Eugenio Mesón, su marido (cuya última carta es el texto que dice uno de los bailarines, Andrés Rosso). Como voz en off, se escucha un texto de Juana Inés de la Cruz mientras la actriz está en el piso acechada por los hombres como lobos.
La dramaturgia pertenece al español Juan Carlos Rubio, guionista y autor de obras teatrales quien en este caso toma palabras de dos escritoras, la argentina Marina Seresesky (cineasta y actriz) y la brasileña Clarice Lispector, además de algunos fragmentos como el de sor Juana, “yo, la peor de todas”. No obstante estos sustanciosos textos, se trata de una propuesta de teatro físico donde los cuerpos en movimiento y tensión constituyen el principal lenguaje escénico. Estos textos (no se trata de diálogos), como citas, como declaraciones, como discursos, no están ensamblados a esos cuerpos si no que discurren en pistas diferentes, sin integrarse. Por eso, no hay emoción en este espectáculo tan atenta como fríamente observable.
El dispositivo escenográfico, al fondo del escenario, está formado por unos paneles que unidos constituyen una pared pero pueden de a uno, tumbarse y adoptar otros usos (como rampas, por ejemplo). Están sostenidos por una estructura cuadriculada, en estantes, por donde los intérpretes se desplazan como si fueran por escaleras o andariveles. La iluminación cumple un sobresaliente rol dramático y es responsable en gran medida del atractivo de la puesta, creando climas, recortando espacios, guiando la mirada de los espectadores. El sonido (a cargo del argentino Pablo Aidelman) y la música (original del español Mariano Marín) marcan con precisión los vaivenes expresivos del espectáculo.
El compromiso de Viale con su papel es total, al máximo durante la hora y veinte minutos de la obra de los cuales siempre está en escena salvo cuando sale a cambiar, muy rápidamente, de vestuario. Sin ser una profesional de la danza, no tiene dificultad para acoplarse a este excelente grupo de bailarines. Visualmente, Juana es una obra atractiva y, como tal, disfrutable. Pero, teniendo en cuenta los personajes a los que alude, no llega a conmover, no cala en profundidad. No hay diferencias sustanciales entre estas Juanas (salvo la subida del volumen de voz para “la Loca”) pero esa sea tal vez la idea de Muraday: delinear la continuidad sin épocas ni matices en pos de una Juana arquetípica construida por un artista de la danza.
“¿Y el director dónde está?”, preguntó Mirtha al final, emocionada por la función, en el momento de los aplausos y los ramos de flores para el elenco. “En Londres”, respondió la nieta. En persona o no, esta es su Juana, a la que intérpretes, técnicos y realizadores han confiado y entregado con pasión sus saberes. Y para Viale, un gran paso por el nivel de responsabilidad y exposición que eligió asumir.
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