Juan Carlos Calabró, en el recuerdo
Con emoción, un amigo de casi 40 años despide y rememora al cómico, que cultivó el humor blanco y respetuoso
Mar del Plata, verano de 1987. Juan Carlos Calabró en el mejor momento de un nuevo personaje: Johnny Tolengo. Teatro lleno hasta en tres funciones diarias. Fuera de la sala, una larga fila de familias pugnando por entrar. Juan Carlos en el camarín esperaba, en silencio, el inicio de la función. A media luz, solitario, sentado en una silla, con un cigarrillo en mano, siguiendo con la vista el recorrido del humo. Imposible creer que esa misma persona pudiese convertirse, apenas unos minutos después, en una explosión de vitalidad, haciendo vibrar a una platea colmada. Era el Calabró íntimo. El tipo bonachón que supo escalar cada peldaño de su profesión durante 50 años gozando de su tarea, siempre anteponiendo su papel de marido, padre o abuelo como la razón de su existencia.
En Buenos Aires, Calabromas inauguró en el teatro Ópera lo que hoy es algo habitual: las temporadas infantiles en vacaciones de invierno. Ante su imagen en la marquesina de un teatro de la calle Corrientes, Juan Carlos llegaba con su cámara de fotos a retratar personalmente la entrada, entre sorprendido e incrédulo.
Descreer del cuento de la fama también le permitió responder, ante el ofrecimiento de la productora Pol-ka para sumarse a la tira televisiva Campeones de la vida, que cedía su crédito en el cartel por el respeto a las figuras que la protagonizarían. Paradójicamente, su ausencia en los títulos lo convirtió en lo más comentado del elenco.
Calabró era como se mostraba, sabiendo resguardar esa línea delgada de respeto entre lo público y lo privado. Ese respeto se reflejó en el tratamiento periodístico con el que se lo honró, confirmando que los medios ingresan en lo privado hasta donde se los deja.
La noticia de la muerte Cala sacudió al país en la mañana del 5 de noviembre. El público pudo percibir su cuadro clínico antes, durante la entrega de los premios Martín Fierro de este año. Ese reconocimiento fue una buena receta para paliar su estado: estaba realmente contento y eso justificó el esfuerzo de llegarse hasta el escenario del Teatro Colón, con todos sus pares aplaudiéndolo de pie.
Con su simpleza habitual, pidió que se grabara en su lápida la frase: Aquí yace alguien que alguna vez hizo reír a un niño. Consecuente hasta el final, su familia cumplió con su pedido.
Murió Calabró. Un tipo íntegro. Un cómico serio, con una gran convicción por la defensa del humor blanco, sin golpes bajos ni malas palabras, aun a riesgo de ser considerado antiguo o pasado de moda, algo que lamentablemente se confirma con la falta de emisión de sus programas en los últimos 10 años.
Decenas de homenajes y evocaciones se sucedieron tras su desaparición física, todos dando cuenta del paso de los años en el material que se exhibía. De golpe, en esas horas, aparecieron todos los personajes que supo crear(desde El Contra hasta Aníbal, pasando por Renato y el padre de Borromeo), mientras sucedían muestras infinitas de calor popular para despedirlo.
Juan Carlos fue mi amigo durante casi 40 años. Fue de las primeras y contadas personas que tuvo gestos hacia mí cuando intentaba dar mis primeros pasos en el todavía desconocido mundo del espectáculo, cuando él ya era una gran figura.
Los Calabró siempre estuvieron presentes. Recuerdo a Coca haciendo el único viaje en avión de su vida ante el nacimiento de mi hijo. Y a Juan Carlos regalándome, hace quince años, su deseado premio Martín Fierro, agregándole un chapita que decía: Al amigo. Esa chapita en su trofeo me conmueve particularmente hoy, en el instante de la despedida.
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