"Happy Birthday to you", canta Joss Stone . Una espectadora se lo pide a gritos entre tema y tema y ella, siempre conectada con su público, le regala un mini-cover de Stevie Wonder a capela. Joss sabe: hay que dejar todo para obtener todo. En el Teatro Colón, la británica demuestra -otra vez- que es una excelente cantante. No porque tenga la garganta privilegiada que efectivamente tiene, sino porque lo suyo es la expresividad más que los floreos innecesarios de reality show. Pero además de ser una vocalista hábil, Stone es una muy eficiente maestra de ceremonias: se mete a la audiencia en el bolsillo desde que sale a escena a entonar "The Chokin’ Kind" con un vestido largo en tonos rosados, rubia y descalza, y paladea los fraseos del R&B como si fueran miel para dejar a todo el mundo embrujado. Tiene tono de maestra jardinera y a la vez no se priva de putear ("nos dimos cuenta hace poco que es un poco grosero terminar un show diciendo fuck off", dice), y baila dando giros y mirando a la cúpula de Soldi como princesa de Disney. Y en medio de eso invita a moverse con "Big Ol’ Game", y baja del escenario a liderar una sesión de tarareo colectivo, e invoca a Dusty Springfield para "The Look of Love" (para practicar por si Burt Bacharach la vuelve a invitar a cantar algún día, dice). Diseña su setlist con maestría, pegando los agudos poderosos de "Landlord" con los graves bien plantados de "I’ve Fallen in Love With You", y su negritud apócrifa desborda el soul: también suena creíble cuando encara el reggae en "Harry’s Symphony", un medley con las canciones favoritas de su hermano.
"Tuvieron a todos los presidentes acá, qué raro eso. Cerraron las calles", dice, en referencia al G20, y genera una sensación de familiaridad a la que le pone un moño dedicándole a Theresa May y Donald Trump el cover de "(For God's Sake) Give More Power to the People" de los Chi-Lites, un maravilloso ejercicio de funk de protesta. Se bate a duelo con el bajo y la guitarra en "Music" pero también descansa sobre la mínima expresión musical (apenas una acústica y unos carillones acariciados) para "Then You Can Tell Me Goodbye". Escucha más pedidos, amaga con temas que finalmente no hace, revisa las letras pegadas en el piso al lado de su micrófono vestido con telas, se le anima al country-folk con la versión de "Wildflowers" de Tom Petty, cuenta cómo su perrito se curó del cáncer gracias al cannabis antes de cantar "Sensemilia" y vuelve a mezclarse con el público para "Super Duper Love". Ahí, en medio de la platea, rodeada de celulares, se entiende mejor su encanto: aunque cante como una diva, basta estirarse un poco para poder tocarla.
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