Joshua Bell le puso el cuerpo al violín
Joshua Bell con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires / Director: Roberto Minczuk / Solista: Joshua Bell (violín) / Programa: Concierto para violín n° 3 de Camille Saint-Saëns; Primera sinfonía de Serguéi Rachmaninov. en el Teatro Colón / Calificación: muy bueno.
Las comillas persiguen a Joshua Bell. Para identificarlo, gente bien informada, hace la señal gráfica al aire con dos dedos de cada mano y lo presenta como "el joven violinista que en 2007 tocó varias horas en una estación del subterráneo de Washington, sin que nadie advirtiera de quién se trataba o qué tipo de música tocaba".
Sin descartar el interés por el anecdotario, conviene recordar que Bell es uno de los representantes con fuerte brillo propio del movimiento violinístico abierto, nacido de las fraguas alimentadas apasionadamente por los hijos de la Segunda Guerra (Stern, Heifetz, Menuhim, Szeryng, Perlman, Oistraj, Szigeti, Francescatti y compañía) y tan enérgicamente heredado, entre otros por los Zukerman, Vengerov, Mutter, Hahn, Mintz, Kremer, Rabin, Shaham. Y Joshua Bell. Ninguno toca igual al otro. Por suerte. Cualquiera de ellos puede hacer una exhibición técnica deslumbrante, sin que importen las dificultades mecánicas. En el nivel al que llegaron estos violinistas, la habilidad tecnológica no es asunto que interese, porque se da por sobreentendida. Lo que importa es lo que se obtiene con esos medios, el sonido, el color, los matices, la capacidad de llegada al oyente, el poder de comunicación, el vuelo expresivo.
El sonido violinístico de Bell es abierto, templado y pródigo. Logra una imagen desembarazada, noble y elegante. Tiene real franqueza y canta en el más desenvuelto estilo "afectuoso". No exageró ni un solo momento del Tercer Concierto de Saint Saëns, que por cierto, los tiene. Tampoco incurrió en violencias virtuosísticas, que en la obra podrían ponerse de relieve, porque no faltan los pasajes de bravura.
Bell tiene una actuación escénica no muy común y totalmente opuesta a la rigidez, porque se contorsiona hasta con los menores trazos rítmicos de la música. Al comienzo de su interpretación, esta manera de tocar en constante movimiento corpóreo puede distraer al oyente. Pero, curiosamente, enseguida deja de llamar la atención y el oyente es absorbido gracias al poderoso magnetismo de la ejecución violinística.
El brasileño Roberto Minczuk es un conductor de real eficacia y además, mostró que su competencia incluye buen gusto y notoria lucidez. No se pudo apreciar demasiado su profundidad porque, luego de acompañar a Bell, en la segunda parte de este programa dirigió la Primera Sinfonía, de Rachmaninov, poblada de pasajes de real lirismo, pero inconducentes.
Durante los cuatro movimientos de la sinfonía, se abren variadas zonas expresivas, de intensidad muy potenciada, como ya es habitual en este compositor. Sin embargo, el oyente no siente que se cierran. Es como si se tendieran grandes avenidas que no van a ninguna parte. O como si (suele suceder) después de escuchar a un orador hablar de cosas interesantes, uno sintiera la necesidad de preguntar: ¿pero, qué dijo?
Una vez más, bien conducida, la Filarmónica sonó con la alta calidad que ya se ha convertido en su marca de fábrica.
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