José Larralde, un criollo sin vueltas y de cuerpo entero
Su trayectoria ha sido compilada en una caja con cuatro CD
José Larralde nunca se anduvo con vueltas. Fue decidor de siempre. Arrimador de angustias propias y ajenas transcriptas en un grito ahogado y surero. Con el tiempo su figura creció como un mito extraño, rebelde, indomable. A la orilla del mercado discográfico, a la orilla de los festivales, a la orilla de los cantores condescendientes, a la orilla de todo y de todos. Esa tozudez artística inquebrantable transformó al cantor nacido en Huanguelén (un pequeño poblado a 200 kilómetros de Bahía Blanca) en una leyenda del folklore.
Larralde acumuló credibilidad a lo largo de más de cinco décadas de trayectoria y una gran obra, compuesta por unas 600 canciones. La caja de cuatro discos editada por BMG recoge buena parte de ese repertorio propio. Si Larralde habla por sus canciones, la antológica colección lo retrata de cuerpo entero: sentires y pesares, rabias y silencios, alegrías y soledades, desfilan por el cuerpo de esas composiciones que emanan de un canto que puede sonar a descarnado, pero que tiene tono hondo y sensible.
Himnos como "Sin pique", "Tamayo", "Cosas que pasan", "Mi viejo mate galleta" o "Grito changa", en versiones originales, aparecen para alumbrar la creación de Larralde, en un estilo gauchesco, que permite asociarlo a la llanura del paisaje bonaerense y a los personajes de José Hernández o Ricardo Güiraldes.
En esta colección no falta ninguno de los tópicos que plasmó en esa filosofía criolla y lacerante: la desigualdad entre el peón y el patrón, el existencialismo del gaucho, la vida cotidiana del hombre rural, los oficios varios del changador, las declaraciones de amor, el transcurrir del tiempo mirando el horizonte. Tampoco faltan los ritmos sureros y patagónicos, como la milonga, el lonkomeo, el malón, la chamarrita o el estilo.
Forman parte de esta colección canciones grabadas en sus tres primeros discos para RCA, cuando comenzó a transformarse en un suceso después de consagrarse en el Festival de Cosquín, a fines de los sesenta, presentado por Jorge Cafrune. También dentro de la recopilación aparece la monumental "Herencia para un hijo gaucho", una obra de más de 27 minutos que, a contrapelo de todo lo que se pensaba en la época, terminó siendo uno de los discos más difundidos de ese momento y uno de los trabajos más vendidos de José Larralde.
Desde el primer disco aparece ese bordoneo impecable y solitario de la guitarra. La voz severa, con mucho tabaco. Y esas letras de su autoría que forman el amplio decálogo larraldiano. En estos doscientos minutos de música desparramados en los cuatro álbumes se pueden encontrar varias perlas que muestran diferentes facetas de esta figura telúrica.
Algunas posiblemente habían quedado sepultadas por la enorme producción de este intérprete y varios clásicos se encargaron de sacarle brillo a otras. Pero la colección permite dosificar los temas más populares con los menos difundidos, que abren el panorama a un Larralde mucho más completo y enriquecedor.
Por ejemplo, en el primer disco sobresalen el recitado "Estatua de carne" o las versiones del lonkomeo "Quimey Neuquén", de Marcelo Berbel y Milton Aguilar, y la milonga de su propiedad bautizada "Aguaterito". Interpretaciones que muestran una voz con matices, menos tajante y desconocida, más cercana al de un juglar rioplatense como Alfredo Zitarrosa.
"Un pedazo de viento"
En el segundo álbum se puede seguir disfrutando de la veta recitadora de Larralde con "Romance de una esperanza", "Amigo" o la inolvidable historia de "Cosas que pasan", que la gente recita de memoria en sus conciertos. O al autor de canciones como "De puro solo" y "Detrás del tiempo".
En todos los temas se percibe la autoridad de Larralde para decir lo que dice. Trajinador de mil oficios, de esa experiencia se nutren sus historias, casi siempre desafortunadas o que recuerdan al pago. "Galpón de ayer", "Si yo elegí mi destino", "El alegre canto de los pájaros tristes" o "Semblanza de mi tierra seca" ofrecen esa visión en el tercer volumen de esta edición completísima.El disco cuatro reúne otro rosario de milongas, donde incluye a autores que admira, como Marcelo Berbel y su famosa "La pasto verde" o el poema de Osiris Rodríguez Castillo "Elogio de la soledad". Además del fraseo campero contenido en las milongas de su cuño: "En una lágrima", "Voy tranqueando mi mundo", "Amontonando cansancio", "Manea" o la particular "Y es mejor que esté callada", que funciona como una declaración de principios.
Al final puede quedar el sabor de un mate amargo. Pero entrar en el mundo de Larralde significa involucrarse y participar de una ceremonia íntima. Larralde ofrece una mirada sin concesiones sobre un país olvidado. Es que su canto sube desde la boca del estómago y sus canciones son paridas desde las vísceras. Pero nunca adoptó una postura demagógica. "Yo en realidad no le canto a nadie. Canto lo que viví y lo que veo vivir. Canto para mí. No soy personero de nadie, ni represento a nadie. No se vaya a confundir", dijo una vez en una entrevista. Y es así. Aunque este material parece una excepción.
El músico agradece, en el interior del librito, a sus seguidores. Y es natural: la mayoría son los protagonistas de sus milongas. Por eso la dedicatoria: "A usted, que desde mi primera canción me permitió arrimarme hasta su casa, como quien deja arrimar por una puerta abierta un pedazo de viento..."
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