José Ingenieros y su hombre mediocre
La popularidad en tiempos de los próceres
A los 16 años, José Ingenieros no había definido su vocación. Por eso, en 1893 inició los cursos preparatorios para estudiar Derecho y Medicina. Ya en carrera optó por la segunda. Matizó los estudios con política y adhirió al socialismo: fue secretario de Juan B. Justo, redactor del periódico La Vanguardia. En 1897, asociado con Leopoldo Lugones, fundó la revista La Montaña, muy provocativa a los ojos de las autoridades. El mismo año que surgió La Montaña, Ingenieros se recibió de farmacéutico. A los 3 años se graduó como doctor en Medicina. Su tesis de 49 páginas, que llevó el título Simulación de la locura por alienados verdaderos, fue dedicada a Maximino García, el portero de la Facultad.
Según contó, dos libros lo inclinaron a la especialidad de la patología mental: El elogio de la locura, de Erasmo, y el Quijote de Cervantes. Su gran maestro en los años universitarios fue José María Ramos Mejía, autor de Las neurosis de los hombres célebres y de La locura en la historia, entre muchas otros, y gran hacedor: fundó hospitales, centros de salud y escuelas. El maestro guió al discípulo por los temas de la psiquiatría, y en 1905 Ingenieros regresó a Italia (había nacido en Palermo): fue el representante argentino en el V Congreso Internacional de Psicología, celebrado en Roma.
La carrera de este hombre que se formó entre locos y maníacos prometía muy buenos resultados. A los 30 años dirigía el Instituto de Criminología, vecino de la Penitenciaría de Las Heras. A los 32 fue nombrado presidente de la Sociedad Médica Argentina y a los 33 presidía la Sociedad de Psicología. Pero al año siguiente un hecho precipitó el cambio. Con buenos pergaminos se postuló para la cátedra de Medicina Legal de la UBA. El jurado lo eligió en primer lugar. Pero su nombramiento fue vetado por el Poder Ejecutivo. Indignado, renunció a todos los cargos públicos. Su frustración tenía nombre y apellidos: el presidente Roque Sáenz Peña.
En realidad, Sáenz Peña no tuvo nada que ver. El veto había sido promovido por el ministro de Instrucción Pública, el doctor Juan M. Garro, que tendría sus razones o sinrazones. Lo cierto es que el presidente jamás intervino en el asunto que molestó a Ingenieros.
Partió a Europa en 1911 y se casó en Suiza con Eva Rutenberg (ya eran novios en Buenos Aires). Durante su estada en aquellas latitudes volcó su ensañamiento hacia Sáenz Peña en un libro: El hombre mediocre, que generó grandes polémicas en el país, además de difusión y buenas ventas.
Regresó a Buenos Aires en 1914. En agosto murió Sáenz Peña, el hombre que lo había inspirado para escribir su último libro. En la mañana del 10 de agosto, Ingenieros y Manuel Gálvez se encontraban en Florida y Sarmiento, en la puerta de la librería de Arnoldo Moen. Observaban el multitudinario cortejo que acompañaba el féretro del presidente desde la Casa Rosada hasta la Recoleta. Sin quitar la vista de la multitud, Ingenieros dijo en voz baja: "¡Cuánta gente que no ha leído mi libro!"
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