Un libro, una historia, y dos sentencias a muerte
"¿Querés dedicarte a vender agua azucarada durante toda tu vida, o preferís la oportunidad de cambiar el mundo?". John Sculley no lo podía creer. En 1982, tenía resuelto su futuro ejecutivo y financiero como presidente (el más joven de la historia) de Pepsi Co.: había creado el famoso Desafío Pepsi con todo éxito, y era el candidato natural para suceder a Donald Kendall como CEO mundial de la compañía. Pero un encuentro con Steve Jobs y Mike Markkula torcería su destino: se mudaría con su familia a California, a un incipiente Silicon Valley, y comenzaría a trabajar para una empresa fabricante de computadoras llamada Apple, fundada por estos dos geniecillos. Los byts le habían ganado la batalla a la bebida cola, y esta historia recién comenzaba.
Se cumplen 25 años de la salida a la venta de la Mac, y decidimos homenajear desde acá ese aniversario con un par de posteos que irán apareciendo en el transcurso de la semana. Cuando pensé en una nota, no dudé: recordé que había leído un libro llamado De Pepsi a Apple (1987), escrito por un tal John Sculley, en el que contaba su biografía y ese paso desde vender gaseosas a comercializar computadoras. Algo así como dejar la eterna guerra entre Coca Cola y Pepsi para enfrentar otra batalla en otro ámbito: IBM (o PC) versus Apple. No recordaba si estaba en mi biblioteca o en la de mi padre (el libro era de él, eso está claro, lo que jamás podré saber, ya que él no está más aquí, es el porqué de esa compra), y fue un alivio cuando lo localicé en la mía. Así que... ¡a releer un libro que cuenta una historia en donde la historia falló!
¿Y por qué esto último? Porque John Sculley fue ni más ni menos que el hombre que se atrevió a despedir a Steve Jobs de Apple. Algo así como que, en la selección de fútbol campeona del mundo de 1986, Garré se negara a jugar por estar Maradona en el equipo. Claro, este es un análisis que se puede hacer a la distancia, con Jobs vuelto a la compañía y con el iPod y el iPhone revolucionando la tecnología una vez más, y con Sculley sumergido en el ostracismo.
Volvamos al libro, entonces. Tras su ingreso a la empresa, Apple decidió lanzar la Mac. Para eso, Ridley Scott filmó un comercial que costó más de un millón de dólares, y que se proyectó en medio del Superbowl (el evento en el cual el segundo de publicidad es el más caro dentro de una proyección televisiva). El impacto fue tal que, según cuenta Sculley, "los periódicos comenzaron a escribir crónicas en que se preguntaban que hacía uno mientras se proyectaba el aviso". Todo indicaba que había tomado, una vez más, la decisión correcta.
Pero el lanzamiento posterior a la Mac por parte de Apple (una máquina llamada Lisa, bautizada con ese nombre en honor a la hija de Jobs) fue un fracaso estrepitoso. Una reducción de costos en la firma se hizo imprescindible, y con eso las luchas de poder entre Jobs y Sculley. Allí fue cuando éste último tomó la decisión: separar a Jobs del directorio de la empresa. "Si hacés eso, destruirás la compañía", predijo Jobs, con la sabiduría de los adelantados a su tiempo. En 1985, cinco días después de que Steve cumpliera 30 años, John Sculley, sin saberlo, despidió a Jobs, y firmó la primera de sus sentencias a muerte.
La segunda condena, que no figura en el libro, es cuando, bajó su administración, Apple le licenció a Microsoft partes de la interfaz gráfica de la Macintosh. O sea, le vendió el alma a ese diablo llamado Bill Gates. Sculley reconoció que fue el mayor error de su vida, y dejó Apple en 1993. Tres años después, Jobs retornaría a la compañía que él mismo fundó, y todas las teorías sobre un modelo de negocios exitoso que su ex amigo John dejó en su libro (entre capítulo y capítulo) ya eran vistas como un hazmerreír.