Hendrix seguramente haya sido un modelo para el gusano del espacio de Bowie, una deidad eléctrica que se sacrificó llevándolo todo a un extremo. Su música estaba encantada desde el principio –“¿Estaré vivo mañana?”, se preguntaba en el primer disco–, y la perseguía a una velocidad furiosa, grabando más de 70 veces el año anterior a su fallecimiento. “Póstumo” entró en el vocabulario del rock & roll apenas cinco meses después, cuando empezaron a salir los temas en los que trabajaba, y desde entonces no dejaron de aparecer. Grabaciones de estudio, shows en la radio, bocetos en cuartos de hotel, más cintas de estudio con correcciones (y después más, sin las correcciones), shows en vivo en calidad pirata y más: el archivo parece infinito.
Lo que anima la música de Hendrix es su apertura continua de posibilidades nuevas; es el sonido de un explorador que no buscaba poseer lo que perseguía, sino volverse una parte de ello. El descubrimiento estaba en el centro de su obra, en el sentido más literal: componía a través de repeticiones e improvisaciones, trabajando ideas, sonidos y trucos nuevos en el momento. De modo que, aunque Both Sides of the Sky –el tercer volumen de una indagación en su archivo que empezó en 2010 con Valleys of Neptune (de escucha casi obligatoria) y siguió en 2013 con People, Hell and Angels (un poco menos obligatorio)– repita canciones y fragmentos encontrados en versiones más desarrolladas en otros discos, sigue ofreciendo placeres varios y, una vez más, Hendrix lleva solos de guitarra hacia el límite que separa este mundo de otro.
En una versión de “Mannish Boy”, de Muddy Waters, reconvertida en funk, Hendrix lanza una guitarra estilo Chuck Berry a través de una cámara de eco con wah wah. “Hear My Train A Comin’” –un ejercicio de blues, góspel y mortalidad– relampaguea con una fuerza elemental, como si Hendrix reescribiera las leyes de la gravedad, el espacio y el tiempo. “Georgia Blues” es música de salón después de hora, con un órgano que vibra lentamente, y con Hendrix embelleciendo unas voces de Lonnie Youngblood, un amigo de su época soul.
La búsqueda de tesoros inéditos hace que se desentierren algunos verdaderos fiascos: una versión de “Woodstock” pone a Hendrix en el bajo en lugar de la guitarra, acompañando a Stephen Stills. Un resumen de “The Things I Used to Do”, de Guitar Slim, tiene la guitarra slide de Johnny Winter, y no mucho más. “Cherokee Mist” encuentra a Hendrix improvisando con aullidos de feedback de guitarra (más, por favor) y sitar eléctrico (eh... no) durante siete minutos: podés darte cuenta de que no va a ninguna parte cuando empieza a jugar con el riff de “Purple Haze”.
Quizás te gusten estas versiones de “Lover Man” y “Stepping Stone”, o quizás no. Pero chequeá la inacabada “Send My Love to Linda”, que adquiere vida con un solo de dos minutos que encuentra a Hendrix respondiendo a sus propias frases mientras salta de pedal en pedal, buscando superarse cada vez. Y casi lo logra.
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