En su propia sala, Espacio Callejón, el director y dramaturgo acaba de estrenar Luz testigo, surgida a partir de un concurso organizado en pandemia
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En tiempos normales, en cada escenario, queda una luz siempre encendida, luz testigo, le dicen. Tenue, bajita, sutil sólo para volver visible ese inmenso lugar. Entrar a los teatros no es como entrar a una casa, y la llave de luz muchas veces no está a mano. Para acceder al tablero eléctrico hay que recorrer forzosamente un gran trecho. Para poder orientarse sin tropiezos, la luz testigo permanece impávida. Cuidadosa y paciente lo que allí sucede.
Luz testigo es también la nueva obra que estrenó hace poquitos días un referente fundamental del teatro argentino Javier Daulte. Dueño, además, del Espacio Callejón, que quedó de pie, no sin heridas en este tiempo pandémico y sombrío.
“Fue un proceso concebido, escrito, ensayado y estrenado dentro del marco de la pandemia. Cuando el año pasado, en pleno confinamiento, nos preguntamos qué podíamos hacer, qué tenía que hacer el teatro cuando no puede ir al teatro, pensamos que la respuesta estaba en la escritura. Así surgió la idea de hacer un concurso de obras breves con la idea de seleccionar algunas y que conformen un único espectáculo que yo dirigiría”, cuenta Daulte satisfecho porque luego de mucho trabajo, las cinco obras ganadoras conforman una unidad, son cinco historias, como cinco cuentos teatrales, que él se ocupó de hilvanar meticulosamente. “Una de las premisas es que las obras tocaran tangencialmente el tema de la pandemia. No queríamos que hablaran de los casos y de cuestiones concretas sino de esas impresiones más subjetivas que nos atravesaron y nos atraviesan a todos. Hubo un jurado, las obras fueron con seudónimo. Y me encontré con este desafío: cómo se hace un solo espectáculo con cinco piezas separadas. Fue un trabajo muy placentero”.
Los autores de las obras son Tomás Afán, Marina Artigas, Julián Marcove, Rubén de la Torre y Agustín Meneses y las funciones son los miércoles, a las 20.30. El elenco, la estructura y el orden de la obra fueron conformados por Daulte con ayuda de Teatro Líquido, el colectivo creativo que creó el director y dramaturgo junto a un grupo de artistas –como María y Paula Marull, Héctor Díaz, Silvia Gómez Giusto– afín al Callejón en 2017 y sigue funcionando. Cada uno escribe y dirige su obra de forma totalmente autónoma, pero recibe la mirada de sus compañeros. Así Daulte arribó al elenco: Ramiro Delgado, Silvina Katz, Paula Manzone, Marcelo Pozzi, María Villar, Lu Grasso, Willy Prociuk y Agustín Meneses.
“Estas cinco obras arman un espectáculo de 80 minutos. El desafío fue generar una unidad capaz de contener a todas ellas, desde la puesta o la actuación, y se logró una muy fuerte. Mientras la pandemia sobrevuela sutil y de fondo, todo termina hablando de una misma cosa. En la última obra, un personaje le dice a otro: ‘No vamos a poder entender todo pero, si entendemos, algo está bien’. Con esa frase se está hablando de todas las historias de este espectáculo pero también de todo lo que nos ha pasado en este tiempo. Los vínculos se han enrarecido, lo que creíamos tener en claro ahora sabemos que no. La desesperación de querer entender fue inevitable pero también nos hizo mucho daño; tuvimos que construir teorías de la vida, del mundo, aprender de epidemiología, de medicina, pensar en conspiraciones, vivir con miedos, hay algo de eso que inevitablemente atraviesa”, repasa Daulte.
Una mujer escucha un programa de radio, la locutora insiste en armar parejas, un vecino que llama, le habla de amor, la ve por la ventana pero ella no puede abrirse y corta el teléfono. Unos hermanos al estilo Hansel y Gretel pero siniestros remiten a los niños abandonados en el medio del bosque como otra forma de confinamiento. La relación de una mujer y su padre que se aisló en el delta y tiene un Alzheimer progresivo. Un actor haciendo una obra sobre su propio fracaso amoroso y, de repente, ella está en la platea, viéndolo. Dos mujeres que se conocen en la terraza de un edificio colgando ropa. Imágenes que resuenan, que se tornan familiares para muchos. Esos son los cinco cuentos que conforman Luz testigo.
“La puesta tiene muy pocos elementos. Básicamente son tres trípodes montados sobre carros que contienen las luces y los propios actores, que en ese momento no están actuando, las manejan y alumbran a sus compañeros. Hay una luz y un testigo, velando por el trabajo del otro. Estamos diciendo que sí, que por fin estamos juntos haciendo teatro, hay algo muy celebratorio en ese gesto, en ese subrayado. Fue lo que más nos conmocionó cuando empezamos a ensayar, valorar el estar juntos y eso aparece también en la obra. Y luego esperamos que le pase lo mismo a la gente. Cuando los actores están mirando atentos a sus propios compañeros se produce la comunión; esa que creo que es la que nos salva”.
Si los elementos fantásticos son un sello daulteano, en este caso no son protagonistas. “Tal vez sí estén presentes en la puesta que nos ayuda a despegarnos de lo coyuntural para entrar en la magia de lo teatral. La coyuntura en general no me interesa, pero en este caso como se roza poéticamente me gusta. Está sugerido sutilmente y cuando te querés dar cuenta estás adentro. Es necesario que el arte se distancie un poco para poder hablar de la realidad. Si no lo hace pierde sentido. Si sucede lo mismo en la ficción que en la calle, salgo y doy una vuelta manzana y listo. De todos modos creo que es inevitable que este tipo de situaciones se purguen y aparezcan como tema. Y habrá de todo. Como cuando apareció el Sida. Después, quedan grandes obras. Las dos guerras mundiales generaron una cantidad de obras y lo siguen haciendo. Mucho habrá sido purga y mucho arte”.
Javier Daulte es uno de los nombres que cambiaron la escena teatral en los años 90. Su obra ¿Estás ahí? generó un revuelo y todavía, a 17 años de su estreno, se sigue representando. De hecho, Daulte está en plenas tratativas para estrenarla en Nueva York.
“Es un material que siempre vuelve, una obra que me acompaña, un clásico en mi vida, no me suelta nunca. La amo. Me dio muchas satisfacciones. Jamás lo hubiera esperado aquel día del estreno en la sala chica del Cervantes, él bizqueando, ella haciendo dos personajes, era un disparate. Fue una suerte formar parte de ese momento histórico de Buenos Aires. En otro momento de Buenos Aires ¿Estás ahí? no hubiera podido estrenarse. Tuvimos el atrevimiento de ocupar ese espacio”.
Entre sus planes próximos también está el estreno en el Centro Cultural 25 de Mayo de Recurso de amparo, una obra escrita por Laura Oliva. Su estreno está previsto para septiembre, con ocho intérpretes: Gloria Carrá, Magela Zanotta, Marco Montes, Marcelo Pozzi, Mónica Raiola, Gerardo Serre, Aymará Abramovich y Javier Niklison.
“Es la primera vez que dirijo dos obras que no son mías, una en Callejón y otra en el 25 de Mayo. Mis dos últimas obras se montaron en España: Carnicero, en Barcelona; y ahora se está por empezar a trabajar Los irresponsables, que espero que el año que viene pueda dirigir yo acá, con Paola Krum, Julieta Díaz y Gloria Carrá”.
El teatro y la pandemia
“El teatro fue la circunstancia más apremiante y angustiante que tuvimos. Y por suerte pudimos mantener la sala en pie para que pueda funcionar ahora. Miro para atrás y me doy cuenta de que pasamos momentos bastante pesadillescos, casi oníricos, esos días que eran todos iguales. Por momentos fue complicado. Me sumergí en la lectura, escribí, di muchas clases de dramaturgia; me negué y no hice ninguna clase de actuación virtual. Tampoco hicimos ninguna obra por streaming. No quería, en un momento me sentí obligado y me di cuenta que no entendía nada de ese lenguaje y me pregunté por qué tenía que saber de algo que nunca hice, como si de repente tuviera que manejar un colectivo. Y fue una decisión muy aliviadora porque si el teatro es virtual me voy a dedicar a otra cosa porque así no me gusta. La mayor gracia del teatro es estar. Si, además, lo que ves está bueno, genial. Tengo otras cosas para ver en una computadora. Me encantan las series y el cine. O puedo ver cosas por tele, que me pueden gustar mucho –cuenta Daulte–. Algo me cambió. No pierdo más el tiempo. Me di cuenta de que estaba viviendo una ansiedad que no era buena. Y bajé nueve cambios. Con otro ánimo y otra perspectiva y el ejercicio de la paciencia que tuvimos que aprender. No acelerar contra una pared porque te vas a matar. La humanidad estaba frenética”.
–¿Pudiste bajar rápido?
–Ni bien empezó el confinamiento, con unos amigos quisimos hacer un encuentro virtual y tomar algo mientras charlábamos. Me pareció horrible, me deprimí y cambié. Me puse a leer, propuse grupo de lectura. Me organicé de otra manera. El Zoom se volvió una buena herramienta para hacer algunas reuniones y creo que va a quedar; pero vamos a tener que distinguir. Así como ya sabemos qué amerita un mail, o un texto, o un audio y qué es una llamada telefónica. Cuando tiene que ser presencial tiene que serlo. A veces una reunión tiene que ser con un café de por medio, una copa de vino, charlar, tener ese tiempo, una situación un poco más expansiva.
–¿Vuelve el teatro tal como lo conocíamos?
–Es tremendo el panorama porque muchas salas cerraron y otras tantas están en la cuerda floja. Imagino que el teatro va a recuperar su territorio perdido, dejando mucha gente en el camino, un lastre importante. Es distinto generacionalmente, pienso en la gente más joven que ese momento les cortó la oportunidad de despegar. Es como encontrar al amor de tu vida y, de golpe, por una guerra tenga que irse al otro lado del mundo. ¿Cómo se recuperan esas historias? ¿Qué pasa con esta relación amorosa que tenemos con el teatro? En algunos casos ya estamos más viejos y estamos condenados.
–¿Y la televisión no podría haber cobijado a parte de los trabajadores?
–La televisión estaba destruida antes de empezar la pandemia. A esto hay que sumarle que en el mundo audiovisual, los protocolos inflan el presupuesto al doble. La televisión como medio y como soporte tiene mejores condiciones para poder producir en pandemia porque no estás sometiendo a un público y de hecho se hizo pero no se hizo ficción. Ahí está el tema. La ficción y el trabajo artístico que pueden aparecer en la televisión terminó otra vez en el último puesto.
–¿Por qué?
–Porque es más caro hacer ficción que poner tres panelistas a hablar de algo. Y la gente termina consumiendo eso. Si, de pronto, en lugar de tener los 500 canales que tenemos tuviéramos uno solo lo veríamos. Y lo terrible del acostumbramiento es que, a veces, después es difícil revertir eso y recuperar aquellos espacios perdidos.
–En el teatro comercial pasó algo parecido, previo a la pandemia. Mucha comedia liviana que le quitó el espacio al teatro más de culto.
–Fue un momento. Yo creo más en los ciclos. Tenemos que confiar que ahora hace frío y ya va a llegar la primavera. Algunas culturas que no tenían conocimientos sobre cómo funcionaba el sistema solar hacían ceremonias para que el sol volviera. Ahora tenemos que saber y confiar y no resignarnos. Tuve la suerte de haber participado de ese momento más artístico, más riesgoso. Son movimientos. Sabemos que tenemos varios circuitos y el que quiere encontrarse con materiales más riesgosos puede ir al teatro independiente y a la escena oficial, con la excelencia de siempre. Esta vuelta al teatro está llevando mucho público. La sensación es que la gente quiere volver.
Para agendar
Luz testigo, miércoles a las 20.30 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759)
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