"Por supuesto que puedo entrevistar. Hablo perfecto inglés, es mi primera lengua". Esas palabras que Javier Calamaro dijo con una seguridad implacable en el casting de HBO, donde buscaban a un conductor para la transmisión del festival Woodstock 99, eran todas mentiras. Sin embargo, fueron el pase de acceso total que le permitió atravesar una de las experiencias más surrealistas de su vida. "Tenía a Brian Setzer con un habano en la boca andando en patineta en el backstage y yo le decía: ‘I love you, you and your big band, tell me something’ (te amo, a vos y tu gran banda, decime algo), no sabía cómo preguntar algo como un periodista de la Rolling Stone", recordó Calamaro con un guiño durante la entrevista que dio el miércoles 10 de junio en A la casa, la sección en vivo en el Instagram de RS.
A pesar de que el canal le aclaró que "no había plata", el autor de "Quitapenas" –que esta noche dará su primer show por streaming y presentará el nuevo videoclip de su canción "Milagro"– no lo dudó un segundo y terminó siendo parte de las más de 200.000 personas que asistieron al histórico evento. Entre el 23 y el 25 de julio de 1990, Woodstock tuvo su tercera edición en la antigua base Griffiss de la Fuerza Aérea, en Rome, en Nueva York. El line up incluyó nombres como Metallica, Foo Fighters, Red Hot Chilli Peppers, The Chemical Brothers, Alanis Morissette, Ice Cube y Aerosmith, entre otros.
"Podías ver a la banda de tus sueños a las nueve de la noche o a las dos de la tarde, a horas insólitas", afirmó. "Una noche Parliament y Funkadelic se juntaron. George Clinton, el inventor del funk que nos gusta a todos, unió a los dos grupos. P-Funk se llamaba eso, 33 músicos en escena. Una cosa increíble. Uno era un tipo que pasaba con una bandera con un hongo. El ritual de esa noche era que todos comían el mismo hongo".
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El encuentro mágico, bajo la consigna de amor y paz que predicaba Woodstock 99, se vio empañado por dos palabras que aparecieron en todas las coberturas de la época de los medios más importantes de Estados Unidos: fuego y violencia. Para Calamaro, se trata de "un gran ejemplo de lo que le hace la prensa a las pequeñas cosas". "Fueron unos boluditos que incendiaron unas maderas y nos enteramos de casualidad los que estábamos caminando por ahí".
Y "caminando por ahí" fue que Calamaro vivió el clímax de adrenalina más alto en toda su estadía en el festival. La segunda noche de cobertura, el equipo de HBO decidió terminar temprano. No les interesaba transmitir el show del grupo chicano Los Lobos. Pero Calamaro los amaba. Era la oportunidad de ver a una de "sus bandas favoritas de todos los tiempos". Así que decidió quedarse junto al manager de Plastilina Mosh.
Horas después, cuando trataban de regresar haciendo dedo a la casa que había alquilado el canal, fueron interceptados por un auto destartalado que se cruzó en su camino. "El pibito que iba adelante muy loquito con los ojos alienados sacó una pistola 22 toda oxidada", recordó.
El "gringuito", como le dice Calamaro, estaba acompañado por otros dos jóvenes y los obligó a subir. De un segundo a otro, la aventura musical de Woodstock se había convertido en un secuestro al estilo Pánico y Locura en Las Vegas. "Nos pegamos un julepe feroz. Las rutas eran caminitos perdidos todos oscuros y nos tuvieron ahí". Calamaro pensó que era el final. Y todo por un par de mentiras que lo habían llevado al festival de sus sueños. Pero no. "Cuando se dieron cuenta que teníamos buena onda, que éramos sudacas pobres, latinos que estaban ahí trabajando, nos dejaron y volvimos caminando 50 cuadras por el medio del campo", dijo. "Si pasó eso, imagínate todo lo que ocurrió en el medio".
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