Iris Marga fue figura en el escenario del siglo
Desde el estreno del tango "Julián" en revistas de la década del veinte hasta obras de Pirandello, ningún género teatral fue ajeno para esta gran actriz, un personaje irrepetible que murió ayer a los 95 años
La de Iris Marga (fallecida ayer, a las 15, en Buenos Aires, a los 95 años) fue una historia que, de haber tenido lugar por ejemplo en los Estados Unidos, ya estaría en la mira de algún guionista o dramaturgo. De inicio, tiene el aura de las gestas fundacionales: ella representa uno de los primeros y últimos grandes mitos de cómo llegar, en este siglo, a ser una actriz argentina con peso propio, en una trayectoria que fue desde el tango y la revista hasta los mejores títulos de la dramaturgia universal.
Los orígenes están íntimamente ligados con la oleada inmigratoria de principios de siglo. En el mismo piso de Libertador y Olleros donde murió, luego de ir apagándose lentamente, le gustaba servir café ("es el mejor de Buenos Aires", decía con ese estilo de seducción profesional propio de los actores) y contar, como sólo ella podía hacerlo, que habían llegado aquí con su madre desde el Orvieto natal (donde arribó al mundo el 18 de enero de 1902), un lugar del que se enorgullecía por los frescos de Signorelli, los mismos sobre los que Freud escribió un trabajo.
En su repetido recurso de citar, aparecía otro rasgo significativo de Iris: la fusión entre la mujer cultivada, cosmopolita y mundana que llegaría a ser y aquella púber que con los años ganaría en criollismo y en pátina tanguera. Desembarca en aquella Argentina de la década del diez siguiendo los pasos de un padre con el que nunca se pudo terminar de encontrar.Su madre, una italiana batalladora, se hace cargo de la ausencia: le enseña a leer, le da clases de inglés y francés, mientras es profesora en las academias Berlitz e intenta hacerse un lugar en el mundo textil, ya que era "licenciada o especialista en el gusano de seda" (sic), título exótico si los hay.
"Siempre me sentí como una chiquilina inconsciente, aun cuando ya era alguien, digamos, famosa", recordaba sonrojándose. La popularidad no estaba en sus planes en tiempos de pura travesura, pero siendo celadora de un liceo de señoritas calmaba a las niñas cantándoles chotis, como "La reina del cortijo" o "El soldadito".
En Montevideo, la próxima chacota traería consecuencias impensadas: "Me había invitado el empresario José Messutti. En el cuarto de al lado del hotel se alojaba una mujer, modista, que tarareaba un tango en una mezcla infernal de castellano, brasileño y francés. De tanto escucharla, la aprendí y se la canté al empresario, que se mató de risa. Lo mismo pasó en una fiesta de homenaje a Parravicini, donde me hicieron repetir la monería.El empresario del Solís, que tenía la compañía de Concepción Olona, me llamó para hacer un fin de fiesta. No tenía plata, mamá ni hablemos, y me largué."
A partir de ese momento, ya no será Iris Pauri, sino la Marga, un nombre que toma de una marca de sobres y papeles de carta, "rococó, muy cursi", se reía y enunciaba con su inconfundible impostación vocal, la misma con la que estrenó grandes tangos o con la que dijo textos de Pirandello.
Ningún género le fue ajeno a Iris Marga
Iris Marga comenzó con el viejo y atendible método de gastar zapatos. "¿Qué ensayos ni ensayos? -aclaraba sobre aquel precipitado debut en Montevideo-. Pasamos las canciones al piano una vez, así, rapidito: "Mon homme", un tema en italiano y, al final, la parodia, que la hacía sobre "Mi noche triste"."
En alguna entrevista televisiva y -si no recordamos mal- en la primera versión de "Hoy ensayo hoy", repitió esa maravillosa rutina, en un cocoliche verdaderamente divertido.
Ese perfil de cancionista que incluye número cómico sigue arrasando cuando en Río de Janeiro le toca, también a los apurones, reemplazar a la Mistinguette. De regreso a Buenos Aires, la espera la revista. Hasta ahí su caballito de batalla era el tango "Buenos Aires", pero alguien le pasó un rollito de papel con la música y la letra de "Julián" mientras hacía una gira. El día en que lo rescató del fondo de una valija, el tema comenzó a ser un clásico de la canción popular argentina. En el Empire y en el Maipo, Iris se larga, además, con breves sketches, y allí muchos pensaron que también había una actriz incipiente, potencialmente dotada para muchas otras empresas artísticas.
Genética mixta
La siguiente escena ya avanza hacia los años treinta. Primero fueron piezas breves, muchas giras y cantidad de funciones por día. Luego, el camino compartido con Elías Alippi y , sobre todo, con el maestro Cunill Cabanellas, que la acerca a la compañía de Enrique Susini, va dibujando una transición que no tiene muchos otros antecedentes en la historia del espectáculo argentino: la intérprete legitimada de grandes textos nacida a partir de la vedette, aunque ella decía "bataclana", una categoría revisteril de aquellos tiempos donde la influencia francesa era muy fuerte en ese género.
Los títulos importantes se suceden uno tras otro: "Mirandolina"; "Amanda y Eduardo", de Armando Discépolo, y "Cuando se es alguien", de Pirandello. De las paredes de su casa pendía una carta con la firma del dramaturgo. Palabras muy elogiosas con las que culminaría una relación que comenzó de un modo muy cómico. "Vino a dirigirnos en el Odeón y yo tenía que hacer un personaje físicamente robusto. Cuando me vio, me dijo: "Ma, e molto magra". Le contesté: "Mire: si quiere me voy, pero ni se le ocurra pensar que voy a ponerme rellenos y esas cosas". Se quedó azorado y me pidió que siguiera."
Un cronista parisiense que la admiró en 1990 en París, cuando el frío y el idioma francés no la amilanaron para montarse en la aventura de protagonizar "Familia de artistas", sintetizó sabiamente de qué cepa mixta estaba armada la figura de Iris: "Es una mezcla inédita de la Mistinguette con Sarah Bernhardt".
La definición calza perfecta al hacer recuento de sus principales títulos en teatro (en cine hizo una carrera más intermitente, desde "Los tres mosqueteros", de Julio Saraceni, en 1946, hasta un pequeño papel en "Miss Mary" y un trabajo reciente junto con Beng Kingsley). Se floreó en una breve intervención en "Rinoceronte", de Ionesco, y también bailó y cantó en un -visto desde hoy- disparatado musical de los años sesenta, "El novio". Fue una "Celestina" espectral y relanzó su carrera en el Caminito de Cecilio Madanes, con musicales de verano al aire libre. Integró la compañía de Orestes Caviglia, encabezó una versión de "Las alegres comadres de Windsor" y formó parte del elenco de "Después de la caída", de Miller; pero también hizo vodevil y muchas temporadas con comedias televisivas.
Mucho, pero mucho antes de que se hablara de posmodernidad, Iris hacía de la mezcla una pasión escénica. Marilú Marini, su compañera de elenco en "Familia de artistas", contó que trabajar con ella era una de las cosas más divertidas que le pasó en la vida: "Siempre tenía una historia para contar y una réplica velocísima", decía de esta mujer que tuvo que exiliarse, en España y trabajando en rubro con Faust Rocha, durante los primeros tiempos del peronismo.
Su otra gran cara visible se asomó, durante 38 años ininterrumpidos, al frente de la Casa del Teatro. Antes, había pasado efímeramente por la dirección del Teatro San Martín. La misma dama diplomática que conseguía donaciones u organizaba ferias para recaudar fondos, también era capaz de agarrar las abultadas boletas de servicios e ir a romperse los nudillos golpeando las puertas de las empresas de agua o luz, donde se plantaba como la mejor a la hora de pedir comprensión para que ese hogar de actores veteranos pudiera seguir con las puertas abiertas.
No extraña, entonces, su última voluntad : que sus restos sean velados allí, en Santa Fe 1241, antes de ser sepultados hoy, a las 16, en el Panteón de Actores del Cementerio de la Chacarita.
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